En relación a lo planteado en la columna
anterior, no se ha estudiado el aporte a la ciencia literaria chilena de la
“lectura de comité central”, que tenía algo de asociatividad léxica desde la
que armaba grandes cadenas locales de universos significativos.
Una cierta tradición de académicos de la lengua
fue obligada a tomar el camino del
exilio y navegó por otros cauces. Pero tampoco sabían de la ciencia textual de
comité central, cuyos principales exponentes también tomaron dicho camino; sin
embargo, se consolidaron como espacios extremadamente diferenciados. Aunque no
se sabría sostener hasta qué punto una revista como Araucaria mantenía algún
tipo de autonomía diagramática. De todos modos, en el terreno de la escritura
prospectiva, el “político” suplantó al “científico” definiendo una nueva
institución en la decibilidad de la Historia.
Ronald Kay, en cambio, buscaba instalar el
discurso de la anticipación de la catástrofe, para lograr una garantía política
y orgánica como la que consiguió Raúl Zurita, en la medida que su poesía
satisfacía las necesidades catártico-mitológicas del partido como categoría de
construcción de lo real, y que seguía operando como categoría ontológica
subordinada, bajo diversas figuras sustitutas.
El leninismo, al fin y al cabo, es (eminentemente)
tipográfico. Esa es la imagen partidaria de la palabra: ISKRA, el título del
diario. Siempre, cuestión de título. El
título, puesto en cuestión. (Pero si todo eso ya fue abordado en 1985 por los
Acuerdos Díaz-Mellado). El periódico
político es el andamio del partido político. Hay que poner el acento en la
palabra andamio, como soporte de la
obra de Díaz, en 1984, cuando “abandona” la pintura, para escribir con luz de
neón los “pie de página” de una historia de tercer grado.
La gran diferencia entre Ronald Kay y los “analistas
de comité central” era que él reivindicaba los faits-divers, como un dandy
que se excita con el olor de la tinta de la crónica roja, mientras que los
segundos –como “ingenieros del espíritu” (Stalin)- encarnaban la lectura correcta de la Historia, que
estaba escrita, como digo, en lengua tipográfica.
No pondré en un mismo rango la “crónica roja” y
el “análisis político”, pero ambos son deudores de una retórica forense cuyas
determinaciones modelan los modos de
expresión. En su
Aunque valga recordar que hubo representantes de
la ciencia partidaria de ese entonces que fueron extremadamente críticos de los
estudios que hacían Mattelart y compañía sobre el discurso de la prensa
liberal. Lo que ocurre es que estos
demostraban por extensión que la “prensa de izquierda” era estructuralmente de
derecha en su concepción periodística, lo que los habilitaría para sostener, en
1974, la hipótesis sobre el leninismo insurreccional de la burguesía chilena,
como base de un film que no será jamás difundido más allá de lo que ya ha sido,
en el Chile de hoy: “La espiral”.
¿Ronald Kay nunca leyó los textos de Mattelart
publicados en el CEREN? Al parecer, ese tipo de “literatura” no estaba en su
horizonte de reserva. Cuando escribió “Re-writing… “ (para revista Manuscritos)
sacó a “El Quebrantahuesos” de su pre-determinación surrealistizante (medio
gagá a des/tiempo) y lo convirtió en el monumento que necesitaba
para sostener la radicalidad de su propia escritura.
Sin embargo, aun así, hubo quienes ya habíancomenzaron a leer a
Gramsci, seriamente, en 1963, y fueron “ninguneados” por una autoridad
indolente que portaba consigo la verdad
del proceso. Después vinieron los agentes de
flaccidez en las ciencias humanas, cuando se dieron cuenta que por
el curso de la derrota debían acomodar su desmarxistización a la
presupuestariedad de las fundaciones americanas y re-inventar a Gramsci banalizando el concepto de hegemonía.
Mientras tanto, en la escena de arte vinculada a
los años post-dictatoriales –como acostumbran definir- al complejo discursivo Arcis-la-Chile tuvo la responsabilidad
de poner en marcha un proceso de banalización análogo, pero por la vía de la sobre-benjaminización de
un discurso dispuesto a asociar el golpe militar con la gran catástrofe. Para desde allí, formular el valor de un trauma
ontológico superior que habilita el presente como efecto-de-huella ininscriptible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario