En 1982, Gallimard publica el libro de Luis
Mizón, “Poèmes du Sud et d´autres poèmes”, nada menos que con traducción de
Roger Caillois y Claude Couffon[1]. Pero en la propia página web de la casa
editorial se señala que ese mismo año fue publicado “Les premiers livres” de
Pablo Neruda, con traducción de André Bonhomme, Claude Couffon, Jean Marcenac,
Bernard Sesé y Sylvie Sesé-Leger. La edición pone en circulación
“Crépusculaire”, “Tentative de l´homme infini”, “L´habitant et son espérense”,
“Anneaux” (en colaboración con Tomás Lago) y “Frondeur enthousiaste”. Sobre
todo, se agregan algunos textos inéditos sobre su infancia encontrados y
editados por Matilde Urrutia, que agrupados bajo el nombre de “Le fleuve
invisible” nos ofrece con gracia y hasta ingenuidad, en el marco de una cierta
gravedad ya perceptible, los primeros arpegios de una obra “comprometida” desde
sus orígenes. Palabras, estas últimas,
extraídas de la presentación de la propia editorial. Salta a la vista la última
parte: obra comprometida. La palabra engagée,
en el debate literario francés de época posee connotaciones muy precisas.
Pero no todo (se) queda ahí: en el 2013
Gallimard publica “Estravagario”, bajo el título de “Vaguedivague”, con
traducción de Guy Suárez. Ya había existido una edición anterior, en 1971. Para
nuestro cometido, importa lo que dice la reseña de la editorial: “habla de ella
como una obra esencial e insiste en el grave humor cuyo rol es el de exorcizar
a la muerte, si no de insultarla con la burla de quien minimiza el instante en
que la tierra recupera lo que le ha dado”. Y agrega: “Es una obra metafísica,
en la medida que intenta hacer el esbozo de una filosofía terrestre capaz de
elucidar la existencia. Neruda reúne y profundiza en sus recuerdos, sus
experiencias, sus viajes –reales y legendarios- y no hace más que regresar
donde la roca, el árbol, la ola oceánica y la luz solar se unen. Este punto de
equilibrio es la tierra predilecta desertada en vano. Neruda deposita en Vaguedivague
este encaminamiento de la tierra a la tierra. Se trata, entonces, de una obra
profundamente materialista, que opera mediante incansables regresos a la
materia, buscando unir lo animado con lo inmutable, el movimiento con la
detención”.
Habría que hacer otra historia de la literatura,
solo estudiando la escritura de las
contratapas. Aunque pienso que ya existe y que nadie parece haberse dado
cuenta. Pero vuelvo a insistir en las traducciones: lo que causa problema, para
las aspiraciones (antiguas) de Nicanor Parra es la propia existencia de Francis
Ponge. Es decir, en Francia, ya existía
una anticipación fenomenológica de la antipoesía[2].
En ese marco, la circulación de las traducciones
de Pablo Neruda satisfacía las necesidades de un nicho preciso, y que –como se
puede apreciar- todavía goza de buena salud. Además, los estudios literarios
chilenos no ponen atención al hecho que en esa Francia literaria de los
sesenta-setenta las estructuras de recepción editorial estuvieran
(medianamente) dominadas por un cierto espíritu “oulipiano”, que luego se
combinaría con un “telquelismo” respecto del cual la poesía de Parra no
representaba ninguna “ruptura”. Ahora, todo esto fue saldado gracias a la
traducción de Bernard Pautrat y a los cuidados de Felipe Tupper[3].
[2]
Los nombres de
Nicanor Parra y Francis Ponge estarán vinculados a un hecho muy significativo:
ambos fueron “a tomar el té” con la señora Nixon. Pero a Francis Ponge nadie le
hizo un escándalo a su regreso a Francia.
[3] CAREAGA, Roberto, “Francia le abre las puertas a Nicanor
Parra”, Revista de Libros, El Mercurio, domingo 04 de junio de 2017.
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