Si no hubiese asistido a la conferencia e el
museo militar sobre los artistas y la guerra, no hubiese comenzado a leer “La
mano cortada” de Blaise Cendrars. Resulta evidente la asociación con una imagen
impresa en una aeropostal de Eugenio Dittborn que reproduce una fotografía de
la mano cortada de un obrero chino. Pero el comienzo de esta obra de Cendrars me
hizo recordar el comienzo de la novela de Theodor Plievier, “Stalingrad”, cuya versión
francesa me había obsequiado Eugenio Téllez cuando desarmó su biblioteca
santiaguina.
Encontré otra edición de la misma, a tres euros,
en una librería de libros de ocasión a pasos de la estación de Metro Jussieu,
pero como iba muy apurado no me detuve a
comprarla. Allí estará la próxima semana. No creo que a nadie interese, ahora,
una novela como esa. Pero la incidencia de la mano cortada de Cendrars me hizo
mucho sentido, porque en 1919 había escrito un pequeño texto en prosa que había
titulado “Yo maté” y cuya primera edición llevaba las ilustraciones de Fernand Léger.
Eran unos dibujos cubistas.
Pero la verdad es que la mano cortada es un
significante que me vincula a la atención ejercida sobre la obra de Eugenio
Dittborn, a través de un ensayo de título homónimo, publicado por ediciones
Jemmy Button INK a fines de los años noventa. Allí hacía mención a la
reproducción del fragmento de fotografía de la mano cortada del obrero chino,
para hacer bloque con las zonas de papel cortado a mano (rasgado) como signo de
sustitución del subrayado. Los bordes del papel rasgado ya de por sí
constituían una fuente de reflexión inestimable sobre el carácter de las líneas
limítrofes y los bordes. Tanta tinta derramada y desparramada para señalar las
primarias apreciaciones de las tecnologías corporales involucradas en el acto
de pintar.
Luego, he recortado tres imágenes en las que se
reproduce el gesto de tres personajes concentrados escribiendo. Sócrates, José
del Carmen Valenzuela, Lenin. Escena en las que alguien dicta. ¿Qué es lo que
Platón le sopla al oído a Sócrates? Como los entendidos saben, es la tarjeta
postal derridiana. Los otros entendidos
sabrán que el condenado a muestra recibe el dictado del periodista que le sopla
la carta al presidente de la república para solicitar un indulto. El periodista-como-buitre sabe que no habrá
respuesta, pero lo expone porque en eso consiste su trabajo. Sacar las castañas
con la mano del gato. Entonces, en la final, a Lenin nadie le dicta nada. Es él
quien escribe los decretos. Todo lo que escribe tiene ese sello: decretal.
Compañeros, escribe, ya es hora. Y sabe que su palabra escrita se transformará
en acción, gracias al rol de andamiaje del periódico del partido, y al trabajo
de transmisión mecánica de los revolucionarios profesionales que convertirán una
palabra escrita en programa de acción. Ninguno de los tres personajes que he
retenido tiene su mano cortada.
Pero encuentro una fotografía de Blaise Cendrars
que imprimo para recortar y pegar en el diario de trabajo. Está con su uniforme
de la Legión Extranjera, sus medallas, un cigarrillo a medio consumir en la
mano izquierda. Ni el brazo ni la mano derecha son visibles. Fue un fotografía realizada después de su convalecencia. Pero
leo en algún lugar que se refiere al abultado vendaje del brazo en el muñón
como a la “guagua”, a un cuerpo de niño, que le es desde ya externo. Una
especie de objeto transicional excesivamente próximo. Aprenderá a escribir con
la mano izquierda. ¿Quién le dictó “La mano cortada”, novela publicada en 1946,
que no satisface el canon de la
novela heroica establecido por Barbusse, Genevoix o Dorgelès? Más bien lo encontramos más cerca de Céline o
de Hemingway, en cuanto a describir el embrutecimiento de los sin-grado
destinados a la carnicería.
¿Podemos hacer esta distinción sin cometer una
grave injusticia? Comenzar hablando de “manos
cortadas” para terminar con los que ponen las manos (por otros) es una buena
manera de abordar la crisis orgánica de la izquierda, que debe recurrir al
modelo mosaico de la poesía chamánica (las tablas de la Ley). Se lo preguntaré a Roberto Merino. Hablaremos
de los que escriben bajo dictado y de los que escriben como si dictaran. ¿En
cuál de los dos bandos nos reconoceremos? Más de un astuto lector tardío de
Althusser dirá que tal disyuntiva no existe y que somos-dictados-por-la-estructura (como un significante imaginario).
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