Algunas cosas de las que podríamos aprender: hay
lugares que nos constituyen; hay edificios que construyen nuestra subjetividad.
Notre Dame no era una masa inerte de piedras. Ha
intervenido en el levantamiento del edificio que somos. La arquitectura se
conecta con la filosofía política al abordar las condiciones que las instituciones
deben tener para durar. De eso depende la idea que podamos forjar acerca de la
solidez de las cosas. Por eso, el incendio de la catedral afecta la idea que
los franceses pueden tener de una historia de larga duración. Y en esa medida,
existe una historia de debates sobre restauración, teniendo los casos de
Chartres (1836) y Reims (Primera Guerra). Sobre todo, en lo relativo a la
restauración que corresponde.
Tomo en consideración solo las ediciones del
viernes 19 de “Le Monde” y “Le Figaro”, para proponer un estado de situación del debate, en
el entendido que hay dos problemas que resolver. El primero tiene que ver con
el tipo de restauración que se debiera implementar: ¿respetar lo idéntico
(antes del incendio) o intervenir razonablemente de acuerdo a un concepto de
contemporaneidad? Violet-Le Duc ya fue un contemporáneo en su intervención. Si
bien empleó materiales que ya estaban en el “bosques” de la techumbre, como
madera y plomo.
Sin embargo, hay quienes ya plantean la
necesidad de hacer un llamado a un concurso internacional de arquitectura. Lo segundo
a considerar es que antes de pensar siquiera en restaurar, se debe
consolidar. La voluntad expresada por el
Palais de l´Elysée y Matignon en relación a trabajos que debieran no sobrepasar
los cincos años, podría enfrentar un severo contratiempo si se atiende a la
realidad efectiva de los daños y si se piensa en los tiempos que habría que
destinar para asegurar el sitio.
En relación a lo anterior, “Le Monde” señala que
la literatura es muy rica en la materia, sobre criterios de reconstrucción, restauración
y restitución. El problema es que se pensó, en un comienzo, la visibilidad de
la flecha que descansaba sobre una techumbre cuya singularidad no era visible
para el público. La verdad es que pensar en un concurso para reponer la flecha
es una solución parcial que olvida la magnitud del daño en el resto de la
estructura, a raíz del agua y del calor. El martes 16 el ministro de cultura,
Frank Riester, señaló en una entrevista radial que existe una fragilización
crítica y que esta se localiza en dos puntos: el piñón del transepto norte y
una parte de la torre sur. Si cede el interior, acarrea consigo el piñón
central triangular entre las dos torres.
Nada puede ser iniciado si no hay un edificio
asegurado. La fase de refuerzo de extrema urgencia ya comenzó. Para edificios
en esta situación, esta etapa permite estabilizar el conjunto para diagnosticar
y localizar los problemas, tomar muestras de la piedra y de los morteros y
realizar la primera limpieza. Pero esta etapa puede durar un año. Solo después de
eso es posible determinar la dimensión real de los daños y la amplitud de la
restauración. De modo que el debate sobre el tipo de restauración o de
restitución tiene lugar un poco en el aire.
Sin embargo, hay otros escollos que sobrepasar;
a saber, las cuestiones de jurisdicción y los protocolos administrativos. Por
eso el gobierno propondrá una ley de excepción, que permitirá abordar este
proceso con unidad de criterio y coherencia protocolar. De todos modos, el debate
está lanzado y nadie teme sostener con pasión sus posiciones, sabiendo que
estas discusiones ya tuvieron lugar a propósito de otras catástrofes.
Pero lo cierto es que todo esto ha hecho
formular la pregunta sobre qué significa construire
à l´identique. Los argumentos de ambas partes son contundentes. Pero quien
tuvo la audacia de plantear su punto de vista fue Maryvonne de Saint-Pulgent,
que fuera directora del patrimonio (Ministerio de la Cultura) entre 193 y 1997,
quien ha señalado que es totalmente factible restaurar la flecha “idénticamente
igual”, porque sería la solución más simple, más económica y más sensata,
realizada por los propios arquitectos del patrimonio, agregando que “no hay necesidad de un concurso que ponga a
competir a arquitectos atraídos por la gloria”. En este sentido, no son pocos
los profesionales que apelan más bien a la humildad en el terreno de las
propuestas. Por lo demás, los más conservadores en el manejo de expectativas
apelan a la Carta de Venecia, que señala
como criterio que se restaure según el último estado completo, coherente y
conocido. Y termina, la antigua directora, esgrimiendo un argumento que no deja
de ser abiertamente incisivo: “Lamentablemente, la restauración del patrimonio
es menos rentable políticamente que la “creación”, que permite marcar la época
y hacer de ello un evento”.
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