El nombre Gallimard aparece en los relatos sobre
la traducción reciente de Nicanor Parra al francés. Este se habría presentado
con una recomendación de Simone de Beauvoir, pero el viejo editor lo dejó
esperando. Después, mucho más tarde, le escribió ofreciendo una edición a
condición de que pagara la traducción. De modo que la deuda supuesta de la
cultura literaria francesa para con Parra solo se ha podido saldar el año
pasado, pero bajo la cobertura de Editions du Seuil. Al final, siempre habrá alguien que esté
dispuesto a pagar la traducción. De hecho, hoy día los países civilizados
poseen fondos concursables para tal efecto. El viejo señor Gallimard tendría
que haber medido las consecuencias de su decisión.
Sin embargo, es posible que ésta haya tenido que
ver con el carácter de la coyuntura literaria francesa de fines de los sesenta.
Habría que señalar, primero, la fecha de las primeras traducciones de Neruda, realizadas
en una época en que el comunismo francés tenía un peso específico en la
formación literaria francesa. Además, la
invención que la Francia de ese entonces se hacía de la América Latina era
otra.
En esa “ficción a la medida” es muy probable que
la “anti-poesía” no tuviera carte de
séjour. No había condiciones favorables. La circulación de Neruda satisfacía
las necesidades de un nicho preciso. En cambio, los estudios literarios
chilenos no ponen atención al hecho que en esa Francia literaria de los
sesenta-setenta las estructuras de recepción editorial estuvieran (medianamente)
dominadas por el desarrollo de un cierto espíritu “oulipiano”, que luego se
combinaría con un “telquelismo” para el que la poesía de Parra no representaba
ninguna “ruptura”.
Ayer, en una estantería de la librería Gallimard
encontré algo sorprendente; un libro de Bernard Pingaud, editado en formato de
bolsillo, primero en 1965, reimpreso en 1979 y luego en 1992. Su título es “Les
anneaux du manège” (Los anillos del carrusel). El sub-título, para 1965, está “de miedo”:
escritura y literatura. El ejemplar estaba a 8,5 euros. Muy barato. El caso es
que Pingaud publicó en 1973 una novela que es preciso poner a la siga de la
“nueva novela” francesa y que se titulaba “La voz del amo”. Una novela analítica. Pero no estaba en bodega. Prácticamente, ya
no existe. Me la buscarán para la próxima semana. O sea, ya la recibí. Esta
columna ya fue escrita hace varias semanas atrás. Ahora me corresponde terminar
“La mano cortada”, de Cendras, que fue un protegido de Eugenia Errázuriz. Igual
que Picasso y Stravinsky. A medio terminar, “La voz del amo”. La escena en la
escena en la escena. Proximidad con “El año pasado en Marienbad”, pero más
ruda. Trata de un hijo que escribe una carta al padre; pero es una carta que
nunca llega a destino. Ya se podrán imaginar. Es un formato grande (no de
bolsillo). Me entero que cuesta alrededor de 6 euros. O sea, un producto
completamente en baja.
La vigilancia del método parece en retirada.
Había un ejemplar de esta novela en la biblioteca del Instituto Francés de
Santiago cuando éste se encontraba en la calle Miguel Claro; allí donde Leppe
realizó la performance “Cuerpo correccional” en octubre de 1981. Luego, el ejemplar fue retirado. Es decir, el
libro fue “desafectado”. Le perdí la pista. Solo recuerdo que mientras pude
acceder a él, me fue de gran utilidad para armar las clases de “tecnología de
los medios” que tenía que dictar en el ARCOS de Pedro de Valdivia. Estudiantes
manifestaban su malestar porque no entendían en qué tenía que ver con la
materia.
El título de la novela tenía que ver con una
imagen: la bocina metálica sobre la que se reflejaba la cara del perro fiel en el
logo de la RCA. El énfasis estaba puesto en el reflejo, mientras la publicidad
apuntaba a la fidelidad de reproducción de la voz del amo, registrada en el
disco. Bernard Pingaud, en cambio, insistía en la anamórfosis de la imagen. Es lo que recuerdo y que hacía la diferencia
que permitía conectar la teoría del gramófono con el delirio controlado por
quienes promulgaban la preeminencia programática de los desplazamientos de las
técnicas de grabado clásico en la escena plástica chilena de ese entonces.
El pequeño problema es que la novela de Bernard
Pingaud fue publicada en 1973 y permitía montar ficciones a partir de
dispositivos tecnológicos simples. Luego, en un viaje posterior, cuando vine a
realizar un catastrófico curso como conferencier
étranger en Paris VIII, acerca de un video arte chileno (cuasi)existente
que no dio para mucho, pude comprar (recién) un ejemplar del “Traité des
tropes” (Tratado de los Tropos)” de Du Marsais, en cuya presentación se explicaba
que en media hora de conversación entre feriantes se podía encontrar más
figuras retóricas que en varias jornadas de académicos de la lengua.
Pero esto, quizás Nicanor Parra no lo tomó en
cuenta. Es fantástico el relato biográfico en que Nicanor le muestra a Violeta
unos libros que tiene sobre su escritorio con los estudios del Rodolfo Lenz, y
ella después de un rato le dice sin mostrar sorpresa alguna que es así como
hablan los borrachos de la Estación de Chillán. Hablaban en décima; eso quería
decir, más o menos.
Era preciso hacer algunas distinciones. En 1973,
mientras Bernard Pingaud publicaba “La voz del amo”, Salvador Allende pagaba el
costo de sus consecuentes imprecisiones, teniendo que luchar contra los efectos
perversos de la otra “voz del amo” que vino a enseñarle cómo se hacía una revolución.
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