domingo, 14 de abril de 2019

LA VOZ DEL AMO


El nombre Gallimard aparece en los relatos sobre la traducción reciente de Nicanor Parra al francés. Este se habría presentado con una recomendación de Simone de Beauvoir, pero el viejo editor lo dejó esperando. Después, mucho más tarde, le escribió ofreciendo una edición a condición de que pagara la traducción. De modo que la deuda supuesta de la cultura literaria francesa para con Parra solo se ha podido saldar el año pasado, pero bajo la cobertura de Editions du Seuil.  Al final, siempre habrá alguien que esté dispuesto a pagar la traducción. De hecho, hoy día los países civilizados poseen fondos concursables para tal efecto. El viejo señor Gallimard tendría que haber medido las consecuencias de su decisión.

Sin embargo, es posible que ésta haya tenido que ver con el carácter de la coyuntura literaria francesa de fines de los sesenta. Habría que señalar, primero, la fecha de las primeras traducciones de Neruda, realizadas en una época en que el comunismo francés tenía un peso específico en la formación literaria francesa. Además,  la invención que la Francia de ese entonces se hacía de la América Latina era otra.

En esa “ficción a la medida” es muy probable que la “anti-poesía” no tuviera carte de séjour. No había condiciones favorables. La circulación de Neruda satisfacía las necesidades de un nicho preciso. En cambio, los estudios literarios chilenos no ponen atención al hecho que en esa Francia literaria de los sesenta-setenta las estructuras de recepción editorial estuvieran (medianamente) dominadas por el desarrollo de un cierto espíritu “oulipiano”, que luego se combinaría con un “telquelismo” para el que la poesía de Parra no representaba ninguna “ruptura”.

Ayer, en una estantería de la librería Gallimard encontré algo sorprendente; un libro de Bernard Pingaud, editado en formato de bolsillo, primero en 1965, reimpreso en 1979 y luego en 1992. Su título es “Les anneaux du manège” (Los anillos del carrusel).  El sub-título, para 1965, está “de miedo”: escritura y literatura. El ejemplar estaba a 8,5 euros. Muy barato. El caso es que Pingaud publicó en 1973 una novela que es preciso poner a la siga de la “nueva novela” francesa y que se titulaba “La voz del amo”. Una novela analítica.  Pero no estaba en bodega. Prácticamente, ya no existe. Me la buscarán para la próxima semana. O sea, ya la recibí. Esta columna ya fue escrita hace varias semanas atrás. Ahora me corresponde terminar “La mano cortada”, de Cendras, que fue un protegido de Eugenia Errázuriz. Igual que Picasso y Stravinsky. A medio terminar, “La voz del amo”. La escena en la escena en la escena. Proximidad con “El año pasado en Marienbad”, pero más ruda. Trata de un hijo que escribe una carta al padre; pero es una carta que nunca llega a destino. Ya se podrán imaginar. Es un formato grande (no de bolsillo). Me entero que cuesta alrededor de 6 euros. O sea, un producto completamente en baja.



La vigilancia del método parece en retirada. Había un ejemplar de esta novela en la biblioteca del Instituto Francés de Santiago cuando éste se encontraba en la calle Miguel Claro; allí donde Leppe realizó la performance “Cuerpo correccional” en octubre de 1981.  Luego, el ejemplar fue retirado. Es decir, el libro fue “desafectado”. Le perdí la pista. Solo recuerdo que mientras pude acceder a él, me fue de gran utilidad para armar las clases de “tecnología de los medios” que tenía que dictar en el ARCOS de Pedro de Valdivia. Estudiantes manifestaban su malestar porque no entendían en qué tenía que ver con la materia.

El título de la novela tenía que ver con una imagen: la bocina metálica sobre la que se reflejaba la cara del perro fiel en el logo de la RCA. El énfasis estaba puesto en el reflejo, mientras la publicidad apuntaba a la fidelidad de reproducción de la voz del amo, registrada en el disco. Bernard Pingaud, en cambio, insistía en la anamórfosis de la imagen.  Es lo que recuerdo y que hacía la diferencia que permitía conectar la teoría del gramófono con el delirio controlado por quienes promulgaban la preeminencia programática de los desplazamientos de las técnicas de grabado clásico en la escena plástica chilena de ese entonces.




El pequeño problema es que la novela de Bernard Pingaud fue publicada en 1973 y permitía montar ficciones a partir de dispositivos tecnológicos simples. Luego, en un viaje posterior, cuando vine a realizar un catastrófico curso como conferencier étranger en Paris VIII, acerca de un video arte chileno (cuasi)existente que no dio para mucho, pude comprar (recién) un ejemplar del “Traité des tropes” (Tratado de los Tropos)” de Du Marsais, en cuya presentación se explicaba que en media hora de conversación entre feriantes se podía encontrar más figuras retóricas que en varias jornadas de académicos de la lengua.  

Pero esto, quizás Nicanor Parra no lo tomó en cuenta. Es fantástico el relato biográfico en que Nicanor le muestra a Violeta unos libros que tiene sobre su escritorio con los estudios del Rodolfo Lenz, y ella después de un rato le dice sin mostrar sorpresa alguna que es así como hablan los borrachos de la Estación de Chillán. Hablaban en décima; eso quería decir, más o menos.

Era preciso hacer algunas distinciones. En 1973, mientras Bernard Pingaud publicaba “La voz del amo”, Salvador Allende pagaba el costo de sus consecuentes imprecisiones, teniendo que luchar contra los efectos perversos de la otra “voz del amo” que vino a enseñarle cómo se hacía una revolución.

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