Había que mencionar a Bernard Pingaud y ese
libro de 1965, 1979, 1992. El es uno de los primeros que realiza la distinción entre
escritor y escribidor. Es así como se me
ocurre traducir écriveur. Quizás, ya estaba precedida de la otra
distinción de Barthes, entre escritor y escribiente. Hay que pensar en la
traducción: los anillos del carrusel. El libro lleva ese título, que para nosotros
no tiene ningún sentido. Corresponde a un recuerdo de infancia, muy francés: Les anneaux du manège. Forma parte de
los recuerdos de infancia más preciados, cuando los niños eran llevados a la
plaza y eran subidos por un padre con sombrero y de traje sobre un caballo de madera y cartón.
Al subir, el encargado le entregaba un palito con el cual os niños, montados
ya, debían ensartarlo en unos anillos especialmente dispuestos. Ganaba el que
introducía más veces el palo en el anillo y conquistaba el derecho a una vuelta
suplementaria.
Ensartar el palito en los anillos es lo más
parecido a un hilván. Pero esto último ya no es juego de niños, sino trabajo de
costurera. Ahora bien; si nos atenemos a la materialidad de los gestos técnicos
tenemos que pensar que la costura está precedida por el recorte de un patrón.
Ya saben: eso explica la razón de por qué no son pocos los artistas que se pegan a la fase del dibujo de
patrones. Es raro, porque este tipo de dibujo es el que más se acerca a los
dibujos de policía técnica. De todos modos, se puede entender esta fascinación
por la práctica del desmembramiento, al separar las mediciones del cuerpo en
tantos fragmentos como piezas, como si fuera el mapa de unos cortes de carne.
La metáfora de la costura introduce los efectos
de sus operaciones asociadas en la retención gráfica de los cuerpos: talla,
hilvanes, pespuntes, sobre-hilván, corte, etc. Pero todo esto se refiere a la
práctica de la cita, cuyas metáforas no hacen más que regresar a los mitos del
origen del dibujo como anticipación de la pintura, en una hipótesis en que la
línea precede a la mancha.
La línea procede en el acto quirúrgico. De ahí
que los artistas asocien costura y sutura. Pero es proviene de considerar que
la cirugía instala la preeminencia del trazo gráfico sobre la superficie de la
piel, rompiendo su continuidad. De ahí, pasar a considerar la pintura de Eugenio
Téllez[1]
“Homenaje a Blaise Cendrars” hay un solo paso. Esta fue exhibida en la última
exposición que realizó en la UMCE, hace un par de años. Por supuesto, no
faltaría la ocasión para trabajar el afecto de las palabras por la proximidad
de las operaciones: blessure et cendres.
Pero luego dibuja el brazo que hace (la) falta, como una inversión de la
dialéctica de la imagen, separando las zonas de intervención gráfica para
señalar la ficción de un país y redoblar las líneas de la anatomía que fijarán
la huella virtual del muñón; es decir, del faltante; la marca que desmarca.
Eugenio Téllez dibuja la literalidad paradojal
del torrente sanguíneo en el brazo mutilado, como si hiciera un mapa de su
dinámica para afirmar la dimensión de la falta. Entonces, dibuja por fuera lo
que está dentro del miembro, para terminar en una lluvia de corpúsculos de sangre y lodo.
Dejó el país en 1961 porque, en el fondo, fue
tratado como un muñón por la tradición de una escuela que traicionaba su propia
función. Ahí comenzó la historia de su desarraigo. Lo cual es falso. El desarraigo
modeló su historia. Desde niño. Siendo hijo de un funcionario consular que se
había levantado contra la dictadura de Ibáñez, ocasión en la que había recibido
heridas a bala, dejando gráficas secuelas en su cuerpo. Los niños leen los
mapas de batallas dibujados sobre la piel de sus padres, que ilustran el relato
poniendo el cuerpo en el lugar de la palabra.
Lo anterior nos conduce a las láminas de
Ambroise Paré y a la importancia que tienen los grabados en la historia de la
medicina. De ahí viene todo; de las aguas fuertes de la fábrica del cuerpo
humano. Pero sobre todo, de los instrumentos de cirugía y los esquemas de
sutura de las heridas con arma blanca, antes de inventar los primeros
procedimientos suaves (“digestivos”) de tratamiento de las primeras heridas con
armas de fuego, que revolucionan las prácticas de la guerra en el siglo XV, de
un modo análogo a cómo la artillería de la gran Guerra transformará las
condiciones de la batalla, que serán descritas por Cendrars en “La mano cortada”,
como antecedente directo para la consideración de la segunda mano como noción de trabajo de escritura, a propósito del
régimen de citacionalidad.
El caso es que Pingaud, en el libro que he
mencionado, publica un ensayo muy corto en que pone a circular el concepto de objeto literario encontrado. Díganme, si no,
decir de donde provienen las citas es una obligación ética, para saber de qué
manera están hechos los relatos y cómo funcionan las historias que harán
hablar.
[1] Eugenio Téllez realiza en su taller de Normandía las
obras que formarán parte de la exposición que prepara para Galería D21.
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