En la Cité
de l´Architecture et du Patrimoine, el lunes 13 de mayo fueron premiados cinco
arquitectos con el Global Award for
Sustainable Architecture 2019. Creado por la arquitecto y profesor Jana
Revedin en 2006, este premio que cuenta
con el patrocinio de UNESCO recompensa cada año a cinco arquitectos que hayan
contribuido con su trabajo a un
desarrollo más equitativo y durable, a través de una práctica innovadora y
participativa dispuesta a responder a
las necesidades de las sociedades. Aquí, la palabra durable tiene el sentido de
equidad social y urbana. Por eso, todos los laureados son expertos en eco-construcción, actores de renovación
urbana y de actividades de auto-desarrollo.
En 2019, el Global Award quiso celebrar el
centenario de la creación del Balhaus
por Walter Gropius, honrando su visión de la arquitectura multidisciplinaria y
reformadora.: “La arquitectura es una ciencia, un arte y un oficio al servicio
de la sociedad”. En versiones anteriores, dos arquitectos chilenos habían sido
ya galardonados con este premio: Alejandro Aravena y Juan Román. Esta vez le ha
correspondido a Jorge Lobos. Hace más de diez años, cuando visité el FRAC de
Orleans, el único arquitecto que estaba en la colección era Matías Klotz. Ahora,
para fortalecer este cuadro de honor,
debo mencionar la figura y la obra de Smiljan Radic. Sin olvidar, por cierto,
lo que han significado los últimos envíos a la Bienal de Arquitectura de
Venecia.
Lo anterior confirma lo que ya desde hace unos
años se convirtió en una poderosa hipótesis de trabajo, según la cual la
densidad de la visualidad chilena contemporánea se jugaba en la arquitectura y
no en las artes visuales. Pero en verdad, esto siempre fue así. Lo cual no deja
de ser una dramática comparación que deja a las artes visuales en
correspondencia con su propia impostura. Y por qué no decirlo, de su
incompetencia. Porque en provecho de la modestia, las artes plásticas supieron
ser, en su momento y dentro de su franciscana austeridad, plataformas de una densidad
simbólica efectiva, al menos, como ilustradoras del discurso de la
historia.
La arquitectura supo, en cambio, formar parte
del motor del desarrollo del país, entre las incisivas vertientes portadoras de industriosidad materialista y
misticismo católico pre-minimalista, pasando por la regulada modestia
reformadora demócrata-cristiana. Todo esto, en paralelo a los desafíos que el
desarrollo social y político chileno formulaba. A veces, como anómala aliada de
un Estado de proyecciones protectivas, otras como síntoma de una especulación
inmobiliaria que hizo estallar la noción de plano regulador y desplazó el eje
del desarrollo humano, “pazificando” con la obscenidad de cada día el paisaje
urbano. En esta disputa, las artes visuales hicieron lo suyo como política de
secta catecúmena, “citando” la documentación retrasada que venía en las fotos
de las únicas revistas internacionales de arte que llegaban (Art in America y Flash Art). La pintura, sin
embargo, pudo –mal que mal- sostener su velocidad de crucero, a una distancia
adecuada de lo que le fijó como rumbo el signismo ibérico-italiano, hasta la
debacle del conceptualismo en su última fase de literalidad.
La arquitectura y la poesía han edificado la
visualidad de la palabra en el papel y en el espacio.
Quizás, con solo esto sea suficiente, para
re-significar post festum el rol del
ornamento en los espacios interiores de las finanzas y de algunos ministerios
de compensación. Entendamos, la poesía ha sido una arqueo-textura del pensamiento, “inventando” el paisaje -en el
deseo-, antes de que hubiese asentamiento efectivo –por necesidad-. Pero lo que
tiene de magistral la arquitectura chilena es haber desmontado la ingenuidad de
la poesía citadina y señalar el poderío de las formas apelando a las
determinaciones inconscientes de prácticas vernaculares, que se hicieron
visibles en los monumentos de la cultura popular (cestería, textiles, cerámica,
décima espinela). Ciertamente, con anterioridad
al quebrantahuesos. Entre esas
prácticas valga reconocer la poética
de los paleros del Riñihue, de los carpinteros de ribera y los constructores de
chullpas.
En el seminario de recepción del premio, la
conferencia de Jorge Lobos sobre arquitecturas de la catástrofe migratoria se
afirmó expresivamente sobre esa sabiduría, exponiendo los términos de una
propuesta de emergencia frente a la hostilidad diagramada de las grandes
potencias, cuyos efectos devastadores han hecho que se reconozca a la
arquitectura no ya como una ciencia, un arte y un oficio, sino como un derecho
humano.
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