En una entrevista en La Tercera, nuestro querido y respetado Iván
Navarro me ha puesto en el mismo saco
que Galende y Richard y ha sostenido que ya
abandoné totalmente la crítica, que estoy
jubilad, que hago la pega cuando
me pagan, pero no por una pasión hacia el arte o por generar un debate real.
Cundo uno lee semejantes declaraciones
no hay que mostrar sorpresa, sino pensar más bien cuál es el objeto de
semejante ofensiva. ¿A quien le sirve?
¿Qué alianzas andará biscando en la escena interna? ¿A quien está enviando una
señal? Etc.
De todos modos resulta un tanto complicado sostener estas afirmaciones cuando fui el curador responsable de su
presencia en la Bienal de Venecia del 2009 y sobre todo, cuando edito en la actualidad
tres soportes editoriales digitales en los que sostengo de manera autónoma, un
debate real sobre las cuestiones que más nos ocupan en el terreno del
arte, de la crítica institucional y de la crítica cultural. Eso, para empezar.
¿Jubilado? Esta referencia resulta ofensiva en
términos laborales, en una escena en la que resulta muy complejo sobrevivir en las
condiciones de autonomía en que se
desarrolla mi trabajo.
¿Hace
la pega cuando le pagan? Esto no
debiera merecer comentario alguno. Pero
lo haré. Mientras él exponía en Corpartes, yo trabajaba, como todo el mundo. Iván
Navarro no paga mis cuentas. Pero lo
más grave es que me pone en la posición
de un crítico vendido. ¿Cuál era su propósito? ¿Realmente dijo eso? Seguramente la periodista
lo malinterpretó.
Por otra parte, es lamentable que Iván
Navarro, con todos los éxitos y una carrera promisoria por delante, no haga distinciones y reproduzca las operaciones habituales de aniquilamiento mediático de mi trabajo.
Pero bueno. No estamos aquí para recibir medallas sino para cumplir con nuestra
propia pasión por la escritura. Solo que
no hay que dejar pasar estas curiosas
y comprensibles observaciones.
El malestar de Iván Navarro reside en
que la crítica no-periodística no dijo
nada sobre su exposición. Por su parte,
la crítica periodística le dio amplia cobertura y sus intervenciones fueron
cubiertas exitosamente gracias a un extraordinario plan de comunicaciones. ¿Qué faltaba? ¿El saludo ventrílocuo de la
(otra) crítica? ¿La crítica de
exaltación ditirámbica? Difícilmente. Este
malestar tiene que ver con la representación que el propio Iván Navarro se hace
del poder que ejerce sobre la escena
chilena actual. No ha podido,
aún, ni dominar a la crítica oficial
universitaria ni a la crítica independiente, toda ella, editada por Metales
Pesados, que pasaría –entonces- a ser como una editorial para jubilados. Ha podido dominar, sin embargo, las
expectativas de no pocos emergentes que no dirán absolutamente nada en mi
defensa; por ejemplo. Para no quedar
mal. ¿Cómo se llama eso?
En definitiva, lo que se juega es un momento de poder: es él
quien busca fijar el momento del comentario.
La crítica (otra) no escuchó
siquiera sus demandas. Lo lamento por
él. ¿Es Iván Navarro quien determina el
carácter del debate local? ¿En qué
medida, su obra, genera debate local? A lo mejor, no lo genera.
Cosa que no me parece para nada grave.
Su obra está en un debate global,
al que no accedemos, en el que no participamos, porque desconocemos los pormenores locales
neoyorquinos de la relectura del minimalismo.
Entonces, ¿para qué haber organizado esta exhibición? ¿Cuál era su
necesidad para la escena interna? ¿Necesidad de Corpartes de contratar a un
artista que le proporcione el prestigio que no ha alcanzado todavía? Sin
embargo, Corpartes no es el MNBA.
Porque el MNBA es como El Mercurio; es
decir, instituciones que “hacen existir”. Esto se
llama, hablando en marxista, ideología. Es así como funciona. Y eso, ¿qué le puede
importar a Iván Navarro? Más aún, cuando
en El Mercurio del 23 de agosto, Waldemar Sommer le dedica una exclusiva y
elogiosa columna, donde lo sitúa en una misma línea que Dan Flavin y Alfredo
Jaar. Sin olvidar, por cierto, el encomiable y detallado artículo que en Artishock del 4 de agosto escribe su joven editora, Alejandra
Villasmil. Es decir: ¿qué más quiere? Lo
tiene todo. Menos, al parecer, la escritura de la “crítica jubilada”.
En el mes de octubre me llegó a las manos un folleto de su
intervención en el campus creativo de la Universidad Andrés Bello. El folleto al que me refiero hace estado de un
trabajo: RELAY. Comprenderá Iván, que en este terreno del arte y de la
política, hay situaciones que superan de manera superlativa lo que una obra de
arte pudiera llegar a decir, si se la pone en relación con –por ejemplo- la
visita de Gloria Quintana a propósito de
las declaraciones de un exconscripto que ponen en crisis la versión oficial del
Ejército sobre el crimen que sabemos. La
comparación es injusta, pero es real. Pero
configuran la diversidad de estratos con que se conecta el espacio artístico.
Las declaraciones de Iván Navarro
respecto de la crítica, pero en particular, de mi posición en la crítica, son
injustas, pero reales. Es decir, hay que
leerlas en el nuevo panorama de la escena en el que Iván se ha propuesto intervenir, para redefinir sus coordenadas, buscando unas alianzas que reprogramen su pertinencia local. Lo único posible, ante esta situación, es
cuidarse de los (d)efectos de sus
palabras y reconfigurar las cadenas de complicidad formal que permitan
sostener los términos de un debate sobre los efectos de la electricidad en la
consistencia política del “soviet” que nos corresponde.
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