A propósito del paro de los trabajadores de la DIBAM, es necesario pensar sobre el uso de ciertas
palabras: ¿por qué haber llamado “servicio” a una entidad cuyos trabajadores
siempre pensaron que formarían parte de una dirección que los acogería como una
entidad eminente, que respetaba simbólicamente su historia? ¿Por qué, sabiendo
que la denominación implica una rebaja en las jerarquías de los imaginarios administrativos, la actual Autoridad de Cultura persiste en llevar a cabo la voluntad portada
por el texto del proyecto presentado? El
CNCA dispone de un equipo de juristas que sabe cómo colocar
las palabras en el lugar adecuado. ¿No es acaso su trabajo? Ahora, si se persiste en el ejercicio de esta
facultad, entonces no cabe más que
pensar que la humillación forma parte de la propuesta. Entonces, es muy probable que la
determinación no provenga de las primeras trincheras de la asesoría legal, sino
de los meandros del aparato de re-acomodo político. De ahí que la imposición del uso de ciertas
palabras sea posible solamente si se dispone del poder para hacerlo efectivo,
asumiendo que habrá quienes manifestarán su desacuerdo y que sus tentativas no
llegarán a destino. El tiempo que dure
la oposición es un factor suplementario
en la construcción del monumento a la victoria de las nociones. De modo que en este horizonte no hay negociación posible, sino
una invitación perentoria a sentarse en
torno a una mesa donde los oponentes
deben entender, que en un plazo razonable, no tienen otro destino que
aceptar el sentido del uso ya
inscrito en la primera versión.
La experiencia señala que en los casos de formación de
entidades a partir de fragmentos cercenados de un ministerio, dicha repartición es tratada como un desecho
institucional que acarrea una merma que será invertida en la nueva estructura y
condicionará su formación. Más aún
cuando las nuevas estructuras serán el producto de la adjunción de
reparticiones que no serán ideológicamente cohesionadas por un Gran Proyecto
Nacional, sino articuladas por la decretalidad y la pragmática de la que cada
una es portadora. Existe lo que se llama
“una cultura del servicio” y que se constituye mediante la sedimentación de las
prácticas institucionales. Cuando el
CNCA, que solo lleva diez años de una
práctica fragilizada por sus propias ineptitudes accionales, recibe el mandato de “unificar” las “dispersas”
iniciativas institucionales en Cultura, “pasando por encima” de una
historia de ochenta años de la DIBAM,
que ha sido la real inventora de una idea del patrimonio
en este país, créanme que es duro no solo de concebir sino de aceptar.
En el seno de un mismo Estado pueden coexisten variadas prácticas de
patrimonialización, si nos acogiéramos tan solo a considerar la pragmática del
Ministerio de Obras Públicas, por ejemplo.
Imaginen ustedes lo que significa la Dirección de Aguas en la eficacia
del control efectivo del territorio.
¿Acaso no tendría repercusiones patrimoniales en el Código Civil? Un
Estado es un conjunto de patrimonialidades de articulación compleja sobre el
que se levanta una determinada idea de Nación.
En el plano de la etnografía
funcionaria, es preciso aprender del proceso traumático que significó la
conversión de la División de Cultura del MINEDUC en CNCA. No solo en lo que se refiere al traspaso
mecánico de saberes hacia una estructura en situación de definición que no había adquirido consistencia alguna
todavía, y que experimentaba la contaminación de una consistencia ya
fragilizada en la institución de origen.
No digamos que Cultura ocupaba una posición eminente en el MINEDUC. Era
tan solo una “dirección de extensión cultural” que se vio obligada a asumir una
tarea que la sobrepasaba en lo estatutario y en lo conceptual. No es el caso de la DIBAM respecto del CNCA,
a diez años del inicio de actividades de este último. Porque, aún asumiendo toda la crítica
institucional posible al desempeño histórico de la DIBAM, posee una DENSIDAD
determinada, vinculada al manejo de objetos y, sobre todo, de documentos, de
archivos. Es decir, una memoria material
y materializada.
¿Qué decir del CNCA? Carece de densidad. Es tan solo una
gran productora de acciones. En una
década, no es posible instalar la infraestructura conceptual que se requiere
para
Los trabajadores de la DIBAM han sido agredidos en la forma
y en el fondo. No es políticamente
fiable que una autoridad persista en sus
errores de apreciación histórica sobre las prácticas de larga duración, enarbolando con indolencia el poder recientemente
atribuido a los criterios de corta duración.
No solo la autoridad del CNCA debe liderar en el parlamento la “producción legislativa”
respecto del montaje de un ministerio nuevo, sino también conducir con “inteligencia emocional” aquella
“producción de articulación” de
prácticas diferenciadas que hilvana las memorias
reductivas de las culturas, con las inconsecuencias estructurales de la industria de las artes y las manipulaciones escenográficas
de los patrimonios. ¡Que no nos vengan a meter el dedo en el ojo!
Para terminar esta columna,
solo queda decir que la situación planteada por el paro de los
trabajadores de la DIBAM señala el cuidado
esperado respecto del abordaje de cada una de estas cuestiones,
relativas a la densidad y a la levedad de las prácticas, a la distinción entre larga duración y (demasiado) corta duración, pero sobre todo a
cómo una cultura oral de la agit-prop
se impone a la cultura impresa de los archivos, en la memoria perturbada de la
institucionalidad cultural, que no se inventó con la formación frankensteiniana
del CNCA sino que se originó con la
progresiva acumulación monumental y documentaria de la DIBAM. Hay que dejar que la propaganda a costa de las
poblaciones vulnerables siga su curso (es su privilegio de autoridad) y deje el
lugar al trabajo de la infraestructura; es decir, de la “política de la letra”
y de la “( )lítica del objeto”.
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