Camilo Yáñez sigue trabajando en el montaje de la exposición
cuyo título todavía desconozco. Manejo la situación desde la exposición en
Espacio H. Así, percibo que la serie de láminas se enfrentan a dos muros, en
ángulo, donde se reproduce tres palabras, invertidas: Sumergidos en paradojas. Todo en alta; en berthold
akzidenz grotesk, una familia anterior a la Helvética. Esto señala una expansión, desde el papel
impreso al muro pintado. Es decir, desde una plataforma de condensación de
primer nivel, hacia una superficie de recepción de segundo nivel, donde la
condensación se ha comprimido aún más, paradojalmente -valga la redundancia- para expandir el sentido. Lo cual remite a la
dependencia de uno de los enunciados de las láminas: Es fascinante nadar entre tiburones. Lo que supone, por cierto, la existencia
referencial de un medio acuático cerrado y un depredador que se encarga de
quienes no cumplen con las reglas fijadas por los operadores-de-acuario. Esto es, un espacio de re/creación del
discurso, en el que cada frase consignada por Camilo Yáñez revela el proceso de
homogenización del enunciado, independiente de la intención ajustada. El habla es recolectada desde el campo
impreso para ser revitalizada desde su exclusión y transporte hacia un campo
para el que solo cumple roles de sustitución representativa. Siendo éste el “verdadero” carácter de este proceso, mediante el cual, Camilo Yáñez se convierte
en ropavejero del lenguaje literalmente ordinarizado por la clase política. Lo que estos muros sostienen, entonces, es un condensado estado
de excepción.
En medio la sala de piso de
baldosas de granito Camilo Yáñez ha dispuesto una piscina de
proporciones razonablemente domiciliarias, a la que todavía no le monta una
jaula metálica destinada a aislarla del público. La razón no es de seguridad laboral o para
proteger a los visitantes, sino para declarar la prohibición manifiesta de su
acceso; como si dijera “esto que está aquí, al alcance de la mano, no es para
ti”. Esa agua no sirve ni para beberla
ni para bañarse, sino solamente para observar cómo circula, gracias a un motor
eléctrico del que depende la fuerza de su movimiento interno, en un flujo que
autoriza su propia auto-reproducción.
Esta piscina es, en verdad, un modelo de funcionamiento del
parlamento, que funciona gracias a una bomba de filtración –sinónimo de mesa de trabajo-, encargada de absorber la pulsión social acuática contenida en la piscina, para convertirla en proyecto
de ley, conduciéndola hacia el sistema
de filtrado del partido y de
las comisiones parlamentarias, para que el discurso de entrada sea depurado. Por esa razón,
es preciso tener en cuenta cual
será la potencia disponible y comprobar
que sea el mecanismo de filtrado que
necesitan los acuerdos de sala para
funcionar correctamente. De este
modo, la piscina opera como proceso de
depuración de todo discurso posible en el trabajo de licuar la conflictividad
social.
En la piscina hay nada. La amenaza de la palabra tiburón no
tiene efectividad alguna. La reja de separación protege a quienes pueden alcanzar
las condiciones mínimas del financiamiento que permite la operación del
dispositivo. Los operadores hablan de
liquidez. Pero toda liquidez debe quedar consignada mediante un procedimiento
de traspaso. El agua depurada,
finalmente, expone condiciones de transparencia que afectan la percepción de
los objetos lingüísticos sumergidos en sus impropias paradojas. De ahí, la inversión de la frase pintada en el
muro, activando la reforma
geométrico-modernista de la-chacón-corona, desnaturalizada en su traslado técnico básico.
De todo esto existen fundados antecedentes para relacionar
esta pieza con obras anteriores, que denotan la existencia de un sistema de
trabajo ya probado y que se ha consolidado.
En el envío chileno a la Quinta Bienal del Mercosur (2005) Camilo Yáñez
participó con una pintura que resulta ser un antecedente ineludible para el
montaje de hoy. Para efectos de conocimiento cercano reproduzco esta
obra, en la que los cuerpos están presentes y movilizados de manera directa, sosteniendo un gran lienzo al que Camilo
Yáñez ha sustituido la consigna en provecho de un emblema cinético. Este es el signo que hace falta en el arte
chileno, ya que no asegura la existencia de una franja geométrica
significativa, pese a las operaciones de inflación curatorial de estos últimos
tiempos. La ausencia de tal tendencia
cubre con su racionalismo ilustrativo lo
expresado mediante la letra como deseo inacabable. De este modo, diez años
después, la figura humana ha sido deportada del espacio gráfico para dejar
–complejamente- a la vista y paciencia
(de la ciudadanía) las señales de su retracción. La letra –en su figurabilidad- ha pasado a
ocupar el lugar del cuerpo, en la refriega por el dominio de lo público.
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