Generalmente, se espera que la crítica aborde las obras una
vez que estas han sido expuestas. Asisto al montaje de la exposición de Camilo
Yáñez en Sala CCU. Hace unos meses
visité la faena de su montaje en Espacio
H. Enrique Correa no había dado su
entrevista en La Tercera todavía. Las frases escogidas por Camilo Yáñez y
descontextualizadas para ser convertidas en enunciados interpelativos de arte
se validan hoy día en su carácter anticipatorio. Enrique Correa no es una persona singular,
sino un significante político. La sola
expresión de su deseo posee proyecciones monumentales que modifican el
estatuto del documento en la historiografía chilena. Correa no escribe; es un flatus vocis. Otros imprimen por él/para él.
En alguna ocasión ocasión pensé que su habla era tan solo el síntoma encubridor de la política chilena en su máxima
expresión. Me quedé corto. El regreso
del miedo es el título de la exposición de Camilo Yáñez en Espacio H y alude a
la re-visibilización de la interpretabilidad que Correa instala como necesidad
de una razón de estado católica; que es su definición original.
Camilo Yáñez pensaba, en todo caso, en el regreso del
fantasma de los camioneros golpistas, que la izquierda corporaliza a su
conveniencia cuando demuestra su ineptud y debe recurrir al mito, a la poesía,
y a los muertos para blanquear su
presente. De esto, los que operan el
negocio de la memoria, no hablan, ni van a hablar. Para
promover la impunidad de su acción,
en el límite e alfabético del estupor, promueven el texto de Todorov sobre los “usos de la
memoria”.
La obra de Camilo Yáñez
en Espacio H reivindica el
serigrafismo “de antes”, cuando se forjó el rito de la frase que mató a Félix
Maruenda: el pueblo tiene arte con Allende. Sin embargo, Camilo Yáñez hizo tributo a un
enunciado balmesiano básico y se cuadró con el efecto manuscrito de la
pintura NO (1972). Ese cuadro fue pintado como un homenaje al
letrismo brigadista; es decir, el brigadismo originario, desnaturalizado por la
figuración narrativo-ilustrativa de un programa de gobierno. Camilo Yáñez se remonta a los orígenes de la
propia impostura de la pintura manchística, al hacerse figuración de la letra
muralizante, que de hecho, proviene de un afiche serigráfico producido un año
antes y cuyos términos se exponían mediante la frase No a la sedición.
Sin embargo, la letra, en Camilo Yáñez no es manuscrita,
sino tipográfica. Ni Dittborn pudo sacarse de encima el
(d)efecto simbólico de la letra manuscrita; solo que la hacía escribir por
otro. Esa distancia es la que construye la posición del perverso que goza con
el diferimiento de la letra. Leppe en
cambio, en esa coyuntura, ponía el cuerpo de la letra. No,
no. Ponía su cuerpo en condición de letra; es decir, el inconsciente-a-la-carta. Que
como todos los académicos saben, no hace más que manifestarse como letra volada.
Por eso, en el texto
que escribe Manuel Vicuña para presentar El regreso del miedo, parte haciendo referencia al cuento de Poe: La carta robada. Obra a la carta, diríamos. Para señalar la
reversión y la inversión del documento, a través de su escamoteo. Correa opera el espacio político como
Dupin, forzando la resistencia de todos
sus colegas de partido y de empresa; es decir, de la empresa del partido que se trasvistió en partido de los empresarios
(industriosos) que (la) saben (donde)
poner (la plata). De ahí que la letra
impresa asuma el carácter de una “letra calada”, donde los recortes del
contorno definen la tolerancia expansiva de la tinta. Curiosa referencia a la eyaculatividad de la
letra que figura, primero, como la mancha
decisiva sobre una
sábana/sudario. Y por esa vía, el
traspaso que hace Camilo Yáñez está
pensado para dialogar con Balmes y Dittborn, de manera a poder recupera las filiaciones tecnológicas
de los dos sistemas que construyen la Facultad “de entre los años 62 y 73”; a
saber, el “sistema gráfico” y el
“sistema pictórico”.
Camilo Yáñez imprime la letra, pero la saca de la condición
de nota al pie, para convertirla en el cuerpo mismo del enunciado
gráfico, aumentando el tamaño de su cuerpo y reforzando su carácter. Sin embargo en el borde inferior escribe como
lo haría un grabador, para señalar con lápiz grafito la procedencia de la frase
y la firma de la lámina para atribuirle el estatuto de prueba-de-artista y fijar
las dependencias formales de la política de los enunciados. Cosa que enervaría
a Dittborn, patrón del diferimiento. Sin
embargo, Camilo Yáñez hace que las
frases se despeguen de las portadas de los periódicos para que puedan ser
remitidas a su condición de origen: el panfleto hugonote.
En la exposición de Sala CCU, el conjunto de serigrafías que bajo el título
de El regreso del miedo abre la muestra, ya fueron presentadas en
Espacio H y están presentadas como el
cabo que dejó suelto Camilo Yáñez para
poder amarrar este otro “asunto”, que consiste en trasladar desde el exceso de
letra solo dos palabras, a título de absceso gráfico, para sostener el
homenaje implícito al letrismo de
Balmes.
La muestra será inaugurada el viernes 11 de diciembre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario