En
la entrevista a Iván Navarro, La Tercera
publicó una fotografía de una visita de niños a su exposición. Ante la
acusación de que la crítica no se había manifestado sobre este evento, el
diario responde por anticipado y le fija al artista el marco para sus
respuestas. Los niños son el público privilegiado en la estrategia de formación
de audiencias del Centro de Arte de
Corpbanca/La Tercera. Lo que explicaría por qué en la cadena de la competencia, no hubiese aprobación crítica
suficiente. Lo que propone el diario desde la partida es que los niños
dicen la verdad, por lo tanto, tienen razón sobre la crítica. Operación básica.
Si
se trata de verificar la eficacia de las descripciones y comentarios sobre su
exposición en Corpartes, hay que remitirse sin más a los textos de Waldemar
Sommer y Alejandra Villasmil. Ahora, en
relación a RELAY, hay que buscar el folleto al que me he referido. Ni siquiera me llegó desde Santiago, sino que
lo recogí en una galería en Valparaíso, cuando fui a participar en la mesa
redonda de La Sebastiana en Homenaje a
Pasolini. ¡Cuestión de fortalecer
los debates reales del arte chileno!
Hay que hablar, mejor, de Pasolini.
De
todos modos, debo mencionar que este folleto y esa obra allí mencionada poseen
un antecedente sobre el que nunca hablé. Debo remontarme a marzo del 2010, a la exposición en el Espace Vuitton, en
Paris. Estuve allí. Muchos hubiesen
deseado que no estuviese. Pero estuve. Lo lamento. Allí, Iván y Mario Navarro presentaron una
pieza que me cargó. Era como llevar agua
a Venecia. No sé si me explico. Pero como siempre lo he discutido, hay obras
malas realizadas por grandes artistas. Y en la trayectoria de un artista,
siempre encontraremos obras malas. Lo cual no disminuye ni mi respeto ni mi
admiración por los mencionados. Era una obra denotativamente política y no
debía dejar de interesarme. Por cierto
que no. Yo sabía de todo eso: es decir, del modelo francés de la guerra
psicológica, de la guerra de Argelia, de
la OAS, de la fuga de sus miembros relevantes a Sudamérica, de la participación
de los franceses en la teoría y práctica de la contrainsurgencia en la Escuela
de las Américas, etc.
Sin
embargo, la pieza me pareció fallida. Aún eso, es opinable. Digo, mala. Torpe. A escasos metros de allí, en el Petit Palais,
Boltanski hacía el montaje que luego trajo Beatriz Bustos al MNBA el año
pasado. Pero regreso al Paris del 2010. Me fascinó “el tema” de la obra de Iván y Mario Navarro.
Pero eso no basta. Guardé silencio. No
insistí. Me resultaba evidente que hay silencios que son elocuentes. Incluso, pedagógicos. Lo que no me quita el
valor ni la precisión crítica para referirme a otras obras de ambos, por
separado. Sobre todo, porque este año de 2015, mientras Iván Navarro
exponía en Rosario Norte, yo escribía el ensayo sobre el montaje de Mario
Navarro en la Alameda. O sea, en Galería
Gabriela Mistral. Una exposición difícil y compleja, totalmente refractaria,
sobre la que nadie ha querido decir absolutamente nada. ¿Es
preciso que alguien se queje por eso? No
corresponde. Hay que dejar que el tiempo
de la exhibición cuaje y demuestre a los idiotas lo que debe ser demostrado.
Recuerdo
que el día de la mesa redonda en Gabriela Mistral fue el arribo de los camioneros de la
Araucanía. Era el regreso del miedo.
Cada cual produce el miedo de su conveniencia. Mientras debatíamos –en un país
donde no hay debate de arte- veíamos cómo los camiones circulaban por la
Alameda y comenzaban los primeros disturbios. Un camión transportaba a otro camión, quemado.
Sobre la plataforma, el despojo, la prueba de la ausencia del Estado de
Derecho. No exageremos. A juicio de no pocos agentes del campo artístico, bien
merecido se lo tienen, por pinochetistas. Al final, los hechores de los
incendios en la Araucanía satisfacen la realización de deseo de los artistas.
Los camioneros querían, a su vez, reemplazar a la Pequeña Gigante y al Tío que
se la sentaba, a vista y paciencia. Pero no pudieron. Su espectáculo no tenía
visa y no estaba garantizado por Santiago a Mil.
Tuvimos
que terminar rápido el debate para poder salir a tiempo y no quedar
atrapados. En Rosario Norte lo único que
lo puede atrapar a uno es el taco que se
forma a la salida de las oficinas, en esas sedes corporativas donde se
organizan variadas y diversas colusiones, incluyendo las informativas.
Pero
dije que me iba a referir al folleto de la obra en el campus de la Andrés Bello. Eso venía de una
investigación que Iván había realizado, desde su conocimiento del extraordinario libro de Marie-Monique Robin, Escuadrones de la muerte: la escuela
francesa, que dio origen al documental del mismo título en
que se describe los métodos empleados por las fuerzas de seguridad argentinas
durante la “guerra sucia” de 1976 a 1982, basados en las técnicas que los militares
franceses emplearon durante la
batalla de Argel. Quienes ya éramos
lectores de Los condenados de la tierra
en 1970, sabíamos perfectamente lo que esta batalla había significado para la
elaboración de los principios de la guerra psicológica. Desde ahí en adelante comenzamos a conocer los nombres de
Trinquier, Lacherey, Aussaresses. Todo
bien. Esos nombres están en el “guión”.
En
el folleto RELAY, el curador de la muestra de Rosario Norte escribe una
introducción sobre la obra para el Campus Bellavista, muy interesante: Actos inermes, actos impunes. Lástima:
no tuve el placer de conocerlo. No me fue presentado. Es que nunca estuve
considerado en esa política de comunicaciones.
Todo bien. Solo que me incomoda recibir lecciones refritas. Ya. Estoy hablando de la dislocación de los
nombres como sustracción del carácter de una ciudadanía. Cuestión de saber de
qué modo los nombres no corresponden a la designación de los cuerpos. Pero eso
es todavía alargar de manera interminable la rentabilidad asociada a los acontecimientos
que no dejan de durar. Al final, el texto es mas elocuente que la obra y podría haber sido publicado como separata en Punto Final, que es la revista que publicó en forma de separata el manual del
guerrillero de Carlos Marighela en el mismo momento que comenzaba a ser
construida la Remodelación San Borja.
Por
cierto, la obra resulta ser un buen ejercicio que pone en situación la
condición vestimentaria en su rol de
soporte de letra. Eso es. La letra luminosa, en bucle, para hacer
visibles palabras claves (etiquetas) y demostrar la existencia restringida de
un universo significativo. Paulo Freire en Central Park. Maravilloso. Una letra
ominosa, que recuerda la magnífica exposición de Iván Navarro en
Matucana100, que tanto molestó a prominentes agentes de la crítica chilena con
conexiones de diversa magnitud en el
mundo anglosajón y que le reprocharon todo esto, ya.
En
este folleto me agradó encontrar ese
tono antiguo de propaganda de los años setenta, con el grano grueso, como si
estuviera impreso en serigrafía.
Considero que es una buena táctica gráfica para des/localizar las
presentaciones del trabajo. Pero la
hipótesis del curador debiera ser puesta en relación con la pieza teatral de
Ariel Dorfman (La muerte y la doncella),
que aborda una problemática que fascina en el mundo anglosajón, que es para
quien finalmente son producidas estas obras.
Los relatos de las cosas, a veces, son más eficaces que las obras.
Aunque la visualidad garantiza su inscripción en un imaginario que las legitima
como expresión ineludible del dolor que la constituye.
Nosotros,
afectados gravemente por el síndrome de la localidad, no alcanzamos a
comprender la proyección universal del problema y seguimos empantanados en la
dupla “ni perdón ni olvido”, porque es en esa frase herida, en esa herida de la
f®ase, que mantenemos a distancia la irremediable certeza de que todo eso,
puede volver a tener lugar, pese a las colusiones de Brodsky en el negocio de la memoria.
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