Mientras
escribo esta columna, me he encontrado tardíamente con un libro editado por
Fondo de Cultura Económica en el 2013. El
sub-título es magnífico: política de la letra. Pienso que el proyecto de nuevo ministerio está
escrito como una observación suplementaria, al pie de la letra-de-deseo funcionario de quienes han hecho de su propio ajuste,
una profesión. Para el recuerdo, este es
el único caso que conozco en que una jefa de la DIBAM le levanta la voz a una
ministra del CNCA, en la disputa por el control de la lengua mistraliana. ¿Nadie
recuerda este incidente? Era la época en
que la jefa de la DIBAM le llamaba la atención en público a una ministra. Hoy
día, la reversibilidad de los cargos convierte a los agentes en peones de una misma
filosofía.
En
el prólogo del libro sobre Andrés Bello,
en todo caso, hay una frase genial de Marcos García de la Huerta: el historicismo relata la historia de los
vencedores y se conforma con la apariencia de los resultados; dejando al
historiador en el papel de acólito, de ministro sin cartera de poder. La asociación es inmediata. Con todo
respeto. El ahora ministro Ottone
siempre se rió de esos otros ministros y ministras sin cartera efectiva.
El
historicismo acelerado del CNCA relata la historia de los funcionarios forjados
en el rencor y que ahora son vencedores por decreto, dispuestos a conformarse
con la apariencia de un triunfo sin verdadera oposición, porque las direcciones
ya han sido fragilizadas por la gestión de la última década. Sin embargo, la frase de García de la Huerta
es feroz, a propósito del despojo del rol del historiador, como un ministro sin
cartera.
Me
hace pensar en la pintura de Eric Fishl, Bad Boy
(chico malo). Es una escena de rapiña.
Un joven mete la mano en la cartera de
una mujer mayor que se hurguetea los
dedos después de haber sido servida.
Entonces,
el CNCA es un masculino de menor edad que le
ha hecho el servicio a la vieja dama que sería la DIBAM. Le estaría sustrayendo el dinero menudo de la
chauchera.
Sabemos
que en términos simbólicos lo que sustrae es mucho más que eso. No me van a
impedir hacer asociaciones con las escenas de
pintura. El espacio del cuadro
está jerarquizado por las sombras de la
celosía. El CNCA es producido como la
figura de un malandra que privilegia la
batucada y el pasacalle por sobre el trabajo real de la clasificación y del
archivo. El modelo del trabajo de
archivo es clave para desestimar el autoritarismo de los agitadores de la miserabilidad
subalterna.
La
vieja dama ya no está en condiciones de exigir respeto, porque ha sido
progresivamente des/soberanizada.
Despojada en sus funciones críticas. Desalojada de sus tareas. Rebajada
a su condición de “servicio”.
El
CNCA encarna, en este sentido, la pulsión-peñailillo. Es decir, la ideología del ahora-nos-toca-a-nosotros, a riesgo de
sacrificar la patrimonialidad en su fuente.
Es el triunfo del héroe balzaciano por antonomasia. Así es la cosa. El “reparto de lo sensible”
se hace en provecho de los rastacueros
de la administración pública.
La
pintura de Fishl pone en situación ilustrativa el despojo del rol
del historiador, digamos en este caso, del trabajador de la DIBAM, a quien se
le arrebata la cartera. Me dirán que la
figura es inadmisible. La vieja dama
está tendida sobre un lecho desordenado, en una posición vergonzosa. Ha sido la posición en la que la han
puesto. La han tendido sobre la lona. La han tenido que producir como un despojo
para justificar el re-ajuste de las pensiones de cargo.
En
esto ha consistido la política de
fragilización consistente en la que han estado empeñadas las direcciones
que lideran hoy día el proceso de transferencia. En este panorama, Farriol no es un problema;
solo un síntoma. Cabezas, por su parte,
no tiene poder, sino el que le delegan sus mentores del PPD y habrá que ver cuanto podrá resistir
a la presión de La Moneda. Otros
esperan ocupar –luego- una subsecretaría.
Lo
que ocurre es que para el ministro-presidente, el paro indefinido de la gente
de la DIBAM, lo pone en la posición de quien no puede sostener el liderazgo
en una entidad cuya complejidad lo ha
sobrepasado. Es cosa de leer en La Tercera del día domingo 27, la carta de Chiuminatto, por
ejemplo. Dice cosas que son muy evidentes y sobre las que los artistas
fondarizados no quieren decir palabra alguna. Tiene, al menos, audacia.
A lo
anterior, hay que agregar que gente de “sociedades mixtas” no puede alzar la voz, porque tiene encima el
control histérico instalado como cultura del maltrato. Ya llegará el día en que los trabajadores y
trabajadoras de algunos centros eminentes digan lo que piensan. Ojalá sea antes del arribo de los vikingos. Ahora les toca. Con ruina de barca incluida.
Entre
tanto, el director de la DIBAM señala en El Mostrador que tiene excelentes
relaciones con los trabajadores de regiones. Lo que hace es casi una amenaza
disfrazada de extorsión blanda. Ya estaría ofreciendo algo para concitar el apoyo
de las provincias. De hecho, la
dirigencia del gremio ha iniciado viajes a regiones para contrarrestar la
política de amedrentamiento.
No
me vengan a estas alturas a re-significar la palabra Servicio. El servicio como concepto está subordinado a
las estrategias para recabar recursos
impositivos, a los manejos de la infancia en riesgo social, a la protección de poblaciones vulnerables,
como he dicho. Me hablan de un servicio
de vivienda, por ejemplo. Esto sería
efectivo a condición de disponer de una
política urbana, de la que el mencionado servicio no sería más que un ejecutor. El problema es quién
define la política, ¿verdad?
Lo
que está en juego en este proceso de ministerialización acelerada es el
reconocimiento simbólico de una práctica de infraestructura, que ha operado,
desde siempre, con objetos, con muebles,
con estantes, con fichas, con clasificaciones, con títulos, con tesauros, con
la marca del Estado; en definitiva, con el asentamiento de funciones de
reproducción de la vida civil.
Desde
el CNCA no hay densidad de prácticas porque todo, desde su decretalidad
inicial, está signado por un nomadismo
que caracteriza a esas poblaciones de cazadores-recolectores que montan y
desmontan a la rápida edificaciones de fortuna, en su tráfico por territorios
inhóspitos, llevando consigo las objetualidades transportables como memorias
operativas del trayecto. Lo que acarrea
este nomadismo obligado desde hace una década es la huella de una carencia de
origen.
No
puede, bajo esta circunstancia, liderar un proceso de ministerialización de
prácticas complejas, en provecho de un “chico malo” –como concepto práctico-
que hace del registro de carteras una política de Estado.
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