lunes, 28 de diciembre de 2015

CHICO MALO.


Mientras escribo esta columna, me he encontrado tardíamente con un libro editado por Fondo de Cultura Económica en el 2013.  El sub-título  es magnífico: política de la letra.  Pienso que el proyecto de nuevo ministerio está escrito como una observación suplementaria, al pie de la letra-de-deseo funcionario de quienes han hecho de su propio ajuste, una profesión.  Para el recuerdo, este es el único caso que conozco en que una jefa de la DIBAM le levanta la voz a una ministra del CNCA, en la disputa por el control de la lengua mistraliana.   ¿Nadie recuerda este incidente?  Era la época en que la jefa de la DIBAM le llamaba la atención en público a una ministra. Hoy día, la reversibilidad de los cargos  convierte a los agentes en peones de una misma filosofía.

En el prólogo  del libro sobre Andrés Bello, en todo caso, hay una frase genial de Marcos García de la Huerta: el historicismo relata la historia de los vencedores y se conforma con la apariencia de los resultados; dejando al historiador en el papel de acólito, de ministro sin cartera de poder.  La asociación es inmediata. Con todo respeto.  El ahora ministro Ottone siempre se rió de esos otros  ministros  y ministras sin cartera efectiva. 

El historicismo acelerado del CNCA relata la historia de los funcionarios forjados en el rencor y que ahora son vencedores por decreto, dispuestos a conformarse con la apariencia de un triunfo sin verdadera oposición, porque las direcciones ya han sido fragilizadas por la gestión de la última década.  Sin embargo, la frase de García de la Huerta es feroz, a propósito del despojo del rol del historiador, como un ministro sin cartera. 

Me hace pensar en la pintura de Eric Fishl,  Bad Boy (chico malo).  Es una escena de rapiña. Un joven  mete la mano en la cartera de una mujer  mayor que se hurguetea los dedos después de haber sido servida. 

Entonces, el CNCA es un masculino de menor edad que le ha hecho el servicio a la vieja dama que sería la DIBAM.  Le estaría sustrayendo el dinero menudo de la chauchera. 

Sabemos que en términos simbólicos lo que sustrae es mucho más que eso. No me van a impedir hacer asociaciones con las escenas de  pintura.  El espacio del cuadro está  jerarquizado por las sombras de la celosía.  El CNCA es producido como la figura de  un malandra que privilegia la batucada y el pasacalle por sobre el trabajo real de la clasificación y del archivo.  El modelo del trabajo de archivo es clave para desestimar el autoritarismo  de los agitadores de la miserabilidad subalterna. 

La vieja dama ya no está en condiciones de exigir respeto, porque ha sido progresivamente des/soberanizada.  Despojada en sus funciones críticas. Desalojada de sus tareas. Rebajada a su condición de “servicio”.

El CNCA encarna, en este sentido, la pulsión-peñailillo.  Es decir, la ideología del ahora-nos-toca-a-nosotros, a riesgo de sacrificar la patrimonialidad en su fuente.  Es el triunfo del héroe balzaciano por antonomasia.  Así es la cosa. El “reparto de lo sensible” se hace en provecho de los rastacueros de la administración pública. 

La pintura de Fishl  pone en situación ilustrativa el despojo del rol del historiador, digamos en este caso, del trabajador de la DIBAM, a quien se le arrebata la cartera.  Me dirán que la figura es inadmisible.  La vieja dama está tendida sobre un lecho desordenado, en una posición vergonzosa.  Ha sido la posición en la que la han puesto.  La han tendido sobre la lona.  La han tenido que producir como un despojo para justificar el re-ajuste de las pensiones de cargo. 

En esto ha consistido  la política  de  fragilización consistente en la que han estado empeñadas las direcciones que lideran hoy día el proceso de transferencia.   En este panorama, Farriol no es un problema; solo un síntoma.  Cabezas, por su parte, no tiene poder, sino el que le delegan sus mentores del PPD  y habrá que ver cuanto podrá  resistir  a la presión de La Moneda.  Otros esperan ocupar –luego- una subsecretaría. 

Lo que ocurre es que para el ministro-presidente, el paro indefinido de la gente de la DIBAM, lo pone en la posición de quien no puede sostener el liderazgo en  una entidad cuya complejidad lo ha sobrepasado.  Es cosa de leer en  La Tercera del día  domingo 27, la carta de Chiuminatto, por ejemplo. Dice cosas que son muy evidentes y sobre las que los artistas fondarizados no quieren decir palabra alguna.  Tiene, al menos, audacia.  

A lo anterior, hay que agregar  que gente de  “sociedades mixtas”  no puede alzar la voz, porque tiene encima el control histérico  instalado como cultura del maltrato.  Ya llegará el día en que los trabajadores y trabajadoras de algunos centros eminentes digan lo que piensan.  Ojalá sea antes del arribo de los vikingos.  Ahora les toca. Con ruina de barca incluida.

Entre tanto, el director de la DIBAM señala en El Mostrador que tiene excelentes relaciones con los trabajadores de regiones. Lo que hace es casi una amenaza disfrazada de extorsión blanda. Ya estaría ofreciendo algo para concitar el apoyo de las provincias.  De hecho, la dirigencia del gremio ha iniciado viajes a regiones para contrarrestar la política de amedrentamiento.

No me vengan a estas alturas a re-significar  la palabra Servicio.  El servicio como concepto está subordinado a las estrategias para recabar  recursos impositivos, a los manejos de la infancia en riesgo social,  a la protección de poblaciones vulnerables, como he dicho.  Me hablan de un servicio de vivienda, por ejemplo.  Esto sería efectivo a  condición de disponer de una política urbana, de la que el mencionado servicio no sería  más que un ejecutor. El problema es quién define la política, ¿verdad?

Lo que está en juego en este proceso de ministerialización acelerada es el reconocimiento simbólico de una práctica de infraestructura, que ha operado, desde siempre,  con objetos, con muebles, con estantes, con fichas, con clasificaciones, con títulos, con tesauros, con la marca del Estado; en definitiva, con el asentamiento de funciones de reproducción de la vida civil. 

Desde el CNCA no hay densidad de prácticas porque todo, desde su decretalidad inicial,  está signado por un nomadismo que caracteriza a esas poblaciones de cazadores-recolectores que montan y desmontan a la rápida edificaciones de fortuna, en su tráfico por territorios inhóspitos, llevando consigo las objetualidades transportables como memorias operativas del trayecto.  Lo que acarrea este nomadismo obligado desde hace una década es la huella de una carencia de origen.

No puede, bajo esta circunstancia, liderar un proceso de ministerialización de prácticas complejas, en provecho de un “chico malo” –como concepto práctico- que hace del registro de carteras una política de Estado. 

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