En la entrega anterior me referí a dos cosas finales: primero, que tanto Mario Navarrro como Camilo
Yáñez me hablaron de Jeremy Deller;
segundo, que la noción de “templo
laico” fue empleada a propósito del envío de Jeremy Deller a la Bienal de
Venecia.
En La Segunda del
sábado 12 de diciembre publiqué una columna de opinión bajo el título Nadando entre tiburones. El objeto de
ésta era la obra que acaba de montar Camilo Yáñez en CCU, pero sobre todo, su puesta en contexto con la fabricación
de lengua política. Respecto de esto, las declaraciones de Enrique Correa en La Tercera del 6 de diciembre eran el (d)efecto
anticipativo del trabajo de Camilo Yáñez. Pero en mi columna de La Segunda apuntaba a otra cosa,
que tiene que ver con Correa y la lengua
de encubrimiento, que en términos
estrictos, remite a concebir la política (solo) como una cuestión
de inteligencia. Recordé un texto que escribí hace muchísimo
tiempo, en el que me refería al tomismo-leninismo
de Correa; es decir, a su monumental sentido común y al obsceno manejo de la lengua prescriptiva que
termina en un manual de policía
menor.
El tomismo referido cubre la eficacia letal del leninismo como
sistema de interpretación de la Ley del Discurso y la antecede como fundamento
del Verbo diseminante y diseminado, que conecta el diagrama de Correa, más
bien, Correa convertido en diagrama de
lengua, con las ensoñaciones
pictóricas del nacimiento de Venus, que
tiene lugar en un ambiente acuático como el que Camilo Yáñez hace mención en la
exposición de CCU.
En la base del discurso religioso de Correa hay (siempre) una especie de paganismo
operacional greco-latino aprendido –a pesar de todo- en el seminario, y que convierte la escolástica decadente en el
bajo fondo literario de la
pentecostalidad como política. De todo
esto, me ocuparé más tarde: de la escolástica chilena.
Regreso a la frase del comienzo. Al final,
a través de la obra de Jeremy Deller me propongo recuperar una iniciativa que se
saldó en una derrota y que consiste en el Proyecto para la 56ª Bienal de Venecia que redactó Camilo Yáñez
como curador del envío de Mario Navarro.
Es decir, Navarro y Yáñez formularon un proyecto cuya radicalidad permanece a pesar
de no haber sido retenido por la comisión-
especialmente-organizada-para-que-ganara-otro-proyecto. Paciente, calculada y aparente cándida la
posición de Navarro y Yáñez al haber
participado en una operación que ya estaba arreglada, porque no se puede ir contra la política oficial de género convertida en
reparación tardía por servicios prestados.
La importancia del Proyecto (no aceptado) de Navarro y Yáñez reside en que
se levanta contra tal oficialidad de la
transgresión bien temperada y trabaja en la razonada prolongación de un
proyecto conjunto de rearticulación del
campo plástico, que ambos ya presentaron
en la Bienal del Mercosur que curó Victoria Noorthoorn, cuando ésta bienal
significaba algo, todavía, en la región.
El proyecto para la 56ª Bienal de Venecia redactado por
Camilo Yáñez y que no fue retenido por una comisión-de-conflictos-de-interés
plantea el recurso al espiritismo como
una práctica sustituta y paródica de contacto con lo sobrenatural, pensado como
un espacio omitido y sepultado por las modernizaciones católicas del discurso
social. Manuel Vicuña escribió un libro sobre esto. Y también, por eso
mismo, escribió el texto de presentación
de la exposición de Camilo Yáñez en Espacio H, sobre la cual los jóvenes competentes del discurso ascendente
no se atrevieron a decir una sola palabra, por temor a quedar fuera de una
promesa de contrato en un museo arruinado.
La instalación propuesta por Mario Navarro para Venecia contemplaba
objetos entre los que es preciso reconocer, entre tantos otros, unos chemamull, “esculturas” destinadas a funciones rituales,
que favorecen la conexión con lo sobrenatural.
Lo más decisivo, sin embargo, es que el proyecto estaba precedido por un
epígrafe de Chris Marker: “Cuando los hombres están muertos,
entran en la historia. Cuando las estatuas están muertas, entran en el arte.
Esta botánica de la muerte, es lo que nosotros llamamos la cultura”.
Ya se verá por qué en un proyecto es tan decisivo
el epígrafe. Para que lo sepan los comentaristas
de glosa, el texto proviene del documental
que Marker realiza junto a Alain Resnais en 1952-1953, Las estatuas
también mueren. A los jóvenes
investigadores que (d)escriben en La Panera y en Artischock habría que
indicarles que este documental fue realizado en un momento en que se anticipaba una reflexión sobre el rol del art
nègre en las luchas anticoloniales. Es bueno que sepan que antes de las citas de
los textos de-coloniales en
vigor, hubo una luchas anti-coloniales.
Este dato no es menor para nuestro debate de
hoy sobre los museos de la república. El documental había sido solicitado por
un colectivo –Presencia Africana- a partir de la siguiente pregunta:
“¿Por qué el arte negro se encuentra en el museo del hombre mientras el arte
egipcio o el arte griego se encuentran en el Louvre?”.
Enfin: ¿que es lo que hacen Resnais y Marker?
Denunciar los mecanismos de la opresion
colonial, de la aculturación y de la
museificación y patrimonialización del mundo.
¿Que es lo que hacen Mario Navarro y Camilo
Yáñez con este proyecto para Venecia? Denunciar la autocolonización chilena a través del
encubrimiento de su propia aculturación. Lo fantástico de esta propuesta es que
tiene lugar en el mismo momento en que Chile participa en la Feria de Milán. El ministerio
favorece la feria (industria creativa) y convierte a la bienal en caja pagadora de favores para proyectos
de jubilación compensatoria. ¿No está
mal, verdad? Porque más allá de todo, la Feria de Milán significa montar la
ficción interministerial de una
“imagen-país”; mientras que Venecia
plantea la posibilidad –imposible- de desmontar dicha ficción, en el seno del propio gobierno.
Así no se puede.
No hay comentarios:
Publicar un comentario