En el curso de su entrevista fallida, porque no se termina donde Fichte
quería y en la que Allende responde amablemente como un personaje que repite un
discurso ya impostado por el peso de su propia figura, lo que sin embargo repite
con la curiosidad propia de un periodista que proviene de la RFA es el tema del
reconocimiento diplomático de la RDA. Los funcionarios de la República Federal
se crispan muchísimo y lo hacen saber a través de la Fundación Adenauer, que
financió la campaña de Frei Montalva en 1964, y que vendría a ser una especie
de sustituto de la CÏA, pero en versión germana, para no tener que ensuciarse
las manos con iniciativas como la red Gladio, todavía.
Lo etnográficamente significativo es que el matrimonio Honecker termina
exilado en Chile, después del colapso de la Europa del Este. ¿Acaso no es una
devolución del método de la intervención que supone la existencia de un sujeto
que experimenta modificaciones sustanciales en sus modos de percibir? Pero no
hay tal. Solo confirma lo que ya saben. Solo se viaja para confirmar lo que ya se
sabe. No hay apertura de conocimiento en
un viaje así. Clodomiro Almeyda sabe que ese es el precio que tiene que pagar.
Fichte señala con el dedo aquella zona de impostura e incongruencia que,
dictadura mediante, permitirá que puedan ser acogidos en Chile, cómo devolución
de mano por el apoyo solidario recibido por la resistencia chilena de parte de
la “dictadura democrática” alemana.
¿De qué estamos hablando? De la
confirmación de lo que el leninismo viril instala como referente gracias a sus
ediciones en lenguas extranjeras. La etnografía es la figura de ostentación de
una diferencia que es borrada por saturación literaria, en que la exotización
del sujeto de la enunciación resulta de una eficacia mediana en la era de la
banalización de la diferencia. Lo
repito: Victor Segalen y Michel Leiris preceden la lectura que Ronald Kay hace
de Walter Benjamin. Lo sostengo: (Ur)
Kay fuerza la comprensibilidad de la
obra de Eugenio Dittborn. Bastaba con Edgar Morin, solo que a Kay no le perecía
suficientemente rentable “El hombre imaginario”. Pero tampoco leyó a los juristas
italianos que ya habían teorizado la fotografía siñalético-judicial.
El gran valor de Fichte es que su escritura permite acceder a una historia
que ha estado encubierta por el mito de origen del paraíso perdido.
Lo que nos dice, justamente, que la Unidad Popular no era el paraíso. Experto en catástrofes, Fichte tenía poco más
de diez años cuando terminó la segunda guerra, y portaba en su cuerpo las
marcas del Plan Marshall. Gabriel Valdés
dijo una vez que Allende no tenía una rigurosa comprensión de la escena internacional.
Era la época en que todos los informes comenzaban con una alusión a la
situación de Laos-Vietnam-y-Camboya, como la letanía necesaria que introducía
todo análisis posible de lo imposible.
¿Y que era la Unidad Popular que tanto fascinaba a Fichte? Venía con su
batería de preguntas ya montada: ¿Cuál es la política sexual de la revolución?
¿Por qué permite(n) que diarios como “Puro Chile” y “Clarín” sean fascistamente
homofóbicos? ¿Cuál hubiese sido la respuesta orgánica de ese entonces? “Compañero,
la homosexualidad no es un problema que esté a la orden del día”. ¿Y cuáles era la orden del día? Eso lo definía
el comité central, como concepto práctico. Pero de eso, nadie ha querido hablar
porque les echa a perder del negocio de la conmiseración política.
Había, entonces, un Orden. Fichte venía a preguntar puras “cuestiones
secundarias”. Es un método. Pero el que hace preguntas secundarias se hace “cómplice”
de la CIA. No hace preguntas sobre lo que
hay que preguntar. Todas las tentativas de Fichte son preguntas que no había
que hacer. La lista de preguntas que no
había que hacer era bien larga. Por ejemplo, Raúl Ruíz se encargó de responder
a su manera, esas preguntas.
¡Que anticipación la de Fichte cuando menciona, al pasar, que Allende tenía
que resolver sobre la represión de la ultra-izquierda y de la ultra-derecha! Era como leer a los “notables” de la
sociología local de la época primera de FLACSO cuando escribían, también, de lo que ya se sabía. Siempre.
De todo lo anterior, Ronald Kay parece que no quería estar al tanto,
refugiado y –prácticamente- amurrado en el Departamento de Estudios
Humanísticos porque no le habían dado el Premio de Poesía de Casa de las
Américas por “Variaciones Ornamentales”. Curioso: todos dependían de la garantización
cubana para entrar en la historia.
No hay evidencias, o no las he conocido, de que Ronald hubiera conocido a
Fichte durante su estadía en Chile. Kay
no se metía en problemas; era tan solo un académico satisfechamente bien
ubicado. Fichte no menciona contacto
alguno con una universidad. Esta era parte de la oficialidad del conocimiento.
Hasta el propio Allende, para instalar sus ficciones no ordenables,
recurrió a disonancias administrativas para montar el proyecto Synco, y sobre
todo, la unidad que fabricó la máquina de diálisis, en Valparaíso, de la que nadie
quiere enterarse. Lo menciono como una disonancia técnica. No hay para qué
citar a Benjamín. Nada de eso estaba a “la
orden del día”. Por lo demás, ¿Qué te decían para que estuvieras “a la orden”? Tu no necesitas saber más que lo que tus
tareas en el frente de lucha asignado te requieren. Entonces. Esa era la pequeña epistemología de las
pobres esferas. Renuncia a la dialéctica y al conocimiento del conjunto, porque
de eso hay Alguien que se ocupa.
Había, entonces, en el propio Allende, algo de Fichte.
Fichte estaba solo, haciendo preguntas a un Allende que responde sobre todo
lo que ya se sabe.
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