La carga cognitiva. Ese es el punto para abordar la imagen
anhelada. La carga de la imagen de la
letra del escolar que copia la carta de un condenado pidiendo clemencia, para
reproducir el gestus que simboliza el
malestar en la cultura.
¿Qué es lo que le interesa a Dittbon? Habilitar una
pragmática del montaje. Pero esto ya implica cambiar de soporte
infraestructural. Didi-Huberman se aleja
de la imagen ardiente para hacernos ingresar de lleno en el trabajo del montaje. El andamiaje está suficientemente armado para
retener, entonces, la imagen que estalla, en el momento de asegurar su
dependencia como palabra que conecta la imagen con lo real. La imagen “hace hablar” porque existe el
montaje; es decir, porque desde ya existe el traslado desde lo oral a lo
escrito, como efecto de una composición
atenta a la posición reversiva. Y luego,
de un sonido a otro sonido pre verbal,
de una palabra a otra palabra, de un escrito a otro escrito, se plantea
la figuralidad de la palabra como amarre simbólico de la carga cognitiva de la
imagen. Es el modo como Dittborn
introduce la teoría de su “momento ardiente” donde la imagen hace que su origen
se consuma y que solo sea perceptible desde la reconstrucción de sus ruinas.
La carga cognitiva se verifica en el modo cómo la obra
remonta al origen, desmontando las
filiaciones. Didi-Huberman cita a Bloch para declarar que lo nuevo llega
siguiendo vías particularmente complejas que se refieren a un presente que no
está en un mismo presente, sino que son portadoras de un pasado que no ha sido
puesto al día. Por ejemplo, en la ponencia del I Congreso “La imagen
anhelada”, el próximo 22 de mayo, haré la presentación de una obra recuperada de Eugenio
Dittborn, realizada en 1981, que
consiste en un “libro-único” cuya portada está realizada sobre “cartón madera” cortado en formato A4, que se
emplea en Chile para realizar trabajos gráficos.
Dittborn escoge el
color beige del reverso de la lámina de cartón, para escribir el encabezado, no sin antes
haberla usado como soporte de una
fotocopia del regreso a la tierra del
trasbordador espacial Columbia. Se verá que este gesto es decisivo. Es
cosa de esperar para leer la última frase de esta columna. Solo puedo adelantar
que parte de este relato ya fue considerado para anticipar la charla que
realicé en Montevideo, en CasaMario, en octubre del 2017. En este caso, me adelanto a la ponencia del
congreso, porque considero de rigor iniciar, si es posible, un contacto con
un público específico.
La imagen anhelada, en este punto de mi presentación, es la una imagen
mermada, puesto que se trata de la fotocopia de una fotocopia de una fotocopia
de la imagen que asegura el registro de una pérdida de transferencia, para
finalmente imprimirla sobre un cartón cuyo espesor no es apto para “ser pasado” por una fotocopiadora de uso
comercial en 1981. Es sobre esta lámina
ya preparada (cargada), que Dittborn hace escribir con pluma a una persona semi-alfabetizada el
título de la obra: “Un día entero de mi vida (hilvanes y pespuntes para una
poética)”.
La transcripción del título experimenta un error (una falla) señalado mediante cuatro cortos trazos que
borran el acceso a la palabra mal escrita y preceden la caligrafía de la
palabra “entero”. La visibilidad de la
merma no es omitida como parte del mismo
procedimiento de titulación. La primera
parte del enunciado describe una condición de existencia, mientras la segunda señala,
por un lado, el método –hilvanes y pespuntes-, y por otro lado, el objeto –una
poética-.
Esta portada soporta dos acometidas tecnológicas: primero,
la impresión de la fotocopia de una
fotografía obtenida de un periódico; segundo, la escritura con pluma y tinta de una título,
obtenida luego de una solicitud personal.
Es decir, lo que tenemos en un mismo campo es un fragmento de impresión
mecánica simple (distancia) y una inscripción de la caligrafía de un sujeto que
está aprendiendo a escribir (proximidad), que lo primero que hace es cometer un error de
transcripción.
La impresión de la fotocopia de una fotografía impresa en un
diario realiza el camino inverso de aquel que se produce conscientemente en el error de
transcripción. En la escritura hay repetición de un gesto que concibe en su
propia reproductibilidad la
posibilidad de una merma de origen.
La imagen borrosa de la fotografía reproduce la vista del
regreso del Columbia. En general, los
aviones despegan, para poder regresar.
En este caso, el énfasis está puesto en las condiciones de aterrizaje,
como una muestra material y literal de la inversión del procedimiento del
“collage”. Dittborn imprime la imagen mermada y pegada (collée) de un aterrizaje,
que reafirma su condición de “pegada a la tierra”.
Regresa, entonces, a su origen, ya que antes de dé/coller (despegar) ya estuvo en tierra, de un modo análogo a
como la frase del título de la obra fue “despegada” del corpus de un monumento
literario determinado, que fue donde Dittborn la encontró. Sin olvidar, por un lado, que el Columbia es
un transbordador, y que Dittborn afirma su decisión de realizar “transbordos”
de imagen que provienen de procedimientos de registro diferenciados. Y por otro, que regresa del espacio –fuera de la Tierra-, como un dato
que no deja de ser significativo respecto del carácter “arqueológico” implícito
en el procedimiento dittborniano.
Ya que es solo en la tierra que se puede poner en función
“un día entero de mi vida”. ¡Y qué mejor
que realizar la portada sobre una lámina de cartón ordinario de color
ocre! Sabiendo, antes que nada, que Dittborn conoce el valor simbólico
atribuido por Edgar Morin a dicho color en el capítulo sobre pintura y
sepultación en “El paradigma perdido”.
Ya se verá de qué manera, en el conjunto de la obra dittborniana, las
relaciones entre pintura y sepultura adquieren un rol decisivo.
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