martes, 1 de mayo de 2018

LA IMAGEN ANHELADA (2) .

La carga cognitiva. Ese es el punto para abordar la imagen anhelada.  La carga de la imagen de la letra del escolar que copia la carta de un condenado pidiendo clemencia, para reproducir el gestus que simboliza el malestar en la cultura.

¿Qué es lo que le interesa a Dittbon? Habilitar una pragmática del montaje. Pero esto ya implica cambiar de soporte infraestructural. Didi-Huberman  se aleja de la imagen ardiente para hacernos ingresar de lleno  en el trabajo del montaje.  El andamiaje está suficientemente armado para retener, entonces, la imagen que estalla, en el momento de asegurar su dependencia como palabra que conecta la imagen con lo real.  La imagen “hace hablar” porque existe el montaje; es decir, porque desde ya existe el traslado desde lo oral a lo escrito, como efecto de  una composición atenta a la posición reversiva.  Y luego, de un sonido a otro sonido pre verbal,  de una palabra a otra palabra, de un escrito a otro escrito, se plantea la figuralidad de la palabra como amarre simbólico de la carga cognitiva de la imagen.  Es el modo como Dittborn introduce la teoría de su “momento ardiente” donde la imagen hace que su origen se consuma y que solo sea perceptible desde la reconstrucción de sus ruinas.  

La carga cognitiva se verifica en el modo cómo la obra remonta al origen,  desmontando las filiaciones. Didi-Huberman cita a Bloch para declarar que lo nuevo llega siguiendo vías particularmente complejas que se refieren a un presente que no está en un mismo presente, sino que son portadoras de un pasado que no ha sido puesto al día.  Por ejemplo,  en la ponencia del I Congreso “La imagen anhelada”, el próximo 22 de mayo,  haré la presentación de una obra recuperada de Eugenio Dittborn,  realizada en 1981, que consiste en un “libro-único” cuya portada está realizada sobre  “cartón madera” cortado en formato A4, que se emplea en Chile para realizar trabajos gráficos. 



Dittborn escoge el  color beige del reverso de la lámina de cartón,  para escribir el encabezado, no sin antes haberla usado  como soporte de una fotocopia del regreso a la tierra del  trasbordador espacial Columbia. Se verá que este gesto es decisivo. Es cosa de esperar para leer la última frase de esta columna. Solo puedo adelantar que parte de este relato ya fue considerado para anticipar la charla que realicé en Montevideo, en CasaMario, en octubre del 2017.  En este caso, me adelanto a la ponencia del congreso, porque considero de rigor iniciar, si es posible, un contacto con un  público  específico. 

La imagen anhelada, en este punto de mi presentación, es la  una imagen mermada, puesto que se trata de la fotocopia de una fotocopia de una fotocopia de la imagen que asegura el registro de una pérdida de transferencia, para finalmente imprimirla sobre un cartón cuyo espesor no es apto para “ser  pasado” por una fotocopiadora de uso comercial en 1981.  Es sobre esta lámina ya preparada (cargada),  que  Dittborn hace escribir  con pluma a una persona semi-alfabetizada el título de la obra: “Un día entero de mi vida (hilvanes y pespuntes para una poética)”.

La transcripción del título experimenta un  error (una falla)  señalado mediante cuatro cortos trazos que borran el acceso a la palabra mal escrita y preceden la caligrafía de la palabra “entero”.  La visibilidad de la merma no es omitida como parte del  mismo procedimiento de titulación.  La primera parte del enunciado describe una condición de existencia, mientras la segunda señala, por un lado, el método –hilvanes y pespuntes-, y por otro lado, el objeto –una poética-.

Esta portada soporta dos acometidas tecnológicas: primero, la impresión de  la fotocopia de una fotografía obtenida de un periódico; segundo, la  escritura con pluma y tinta de una título, obtenida luego de una solicitud personal.  Es decir, lo que tenemos en un mismo campo es un fragmento de impresión mecánica simple (distancia) y una  inscripción de la caligrafía de un sujeto que está aprendiendo a escribir (proximidad),  que lo primero que hace es cometer un error de transcripción. 

La impresión de la fotocopia de una fotografía impresa en un diario realiza el camino inverso de aquel que se  produce conscientemente en el error de transcripción. En la escritura  hay  repetición de un gesto que concibe en su propia reproductibilidad  la posibilidad  de una merma de origen. 

La imagen borrosa de la fotografía reproduce la vista del regreso del Columbia.  En general, los aviones despegan, para poder regresar.  En este caso, el énfasis está puesto en las condiciones de aterrizaje, como una muestra material y literal de la inversión del procedimiento del “collage”. Dittborn imprime la imagen mermada y pegada (collée)  de un aterrizaje, que reafirma su condición de “pegada a la tierra”.

Regresa, entonces, a su origen, ya que antes de dé/coller (despegar)  ya estuvo en tierra, de un modo análogo a como la frase del título de la obra fue “despegada” del corpus de un monumento literario determinado, que fue donde Dittborn la encontró.  Sin olvidar, por un lado, que el Columbia es un transbordador, y que Dittborn afirma su decisión de realizar “transbordos” de imagen que provienen de procedimientos de registro diferenciados.  Y por otro, que regresa del  espacio –fuera de la Tierra-, como un dato que no deja de ser significativo respecto del carácter “arqueológico” implícito en el procedimiento dittborniano. 

Ya que es solo en la tierra que se puede poner en función “un día entero de mi vida”.  ¡Y qué mejor que realizar la portada sobre una lámina de cartón ordinario de color ocre!  Sabiendo, antes que nada,  que Dittborn conoce el valor simbólico atribuido por Edgar Morin a dicho color en el capítulo sobre pintura y sepultación en “El paradigma perdido”.  Ya se verá de qué manera, en el conjunto de la obra dittborniana, las relaciones entre pintura y sepultura adquieren un rol decisivo. 

  




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