En
el 2001 vine a Guayaquil invitado por Lupe Álvarez, para participar en un
encuentro en el que expuse la ponencia “El curador como productor de
infraestructura”, que señaló el sentido estratégico de mi trabajo durante estas
dos últimas décadas. De este modo, pude formular en el 2008 los dos ejes en
torno a los cuáles se armó la Trienal de Chile: fortalecimiento de escenas
locales y producción de archivo. Luego, estos mismos ejes fueron desarrollados
y elaborados para el montaje de apertura del Parque Cultural de Valparaíso. Sin
embargo, el énfasis estuvo puesto en el primer eje, de manera que el segundo
quedó relativamente en segundo plano. Sin embargo, en la actualidad, es el
segundo eje el que pasó a ocupar la conducción del trabajo general, desde la
posición que ocupo en la dirección del Centro de Estudios de Arte (CedA).
El
CedA es una fundación privada formada por coleccionistas que han resuelto poner
en valor algunas obras significativas de sus colecciones; obras que han dibujado
las coordenadas de la escena plástica chilena. Poner en valor es “hacer hablar”
de las obras y reconstruir sus condiciones de producción, en un contexto
polémico y formal determinado.
Hace
veinte años, Lupe Álvarez, proveniente de Cuba, se instaló en Guayaquil y puso
en pie un trabajo de enseñanza y de escritura que transformó radicalmente las
condiciones de existencia de la escena local. Al cabo de casi veinte años,
resulta “perturbador” constatar que las orientaciones generales de nuestros
trabajos permanecen, tomando a cargo los énfasis según las necesidades de las
fases de un proceso que muchas veces tomó la forma de una sobre-vivencia
consistente.
Al
revisar el contexto de producción de la hipótesis planteada en el 2001, debo
mencionar que {esta fue formulada luego de la realización de la curatoría del
2000 en el MNBA, bajo el título “Historias de transferencia y densidad”. La
importancia de esta residió en primer lugar, en que puso en duda la existencia
de una vanguardia moderna y que habilitó la existencia de dos momentos de
transferencia fuerte, que aceleran una contemporaneidad anómala, que está
garantizada por el aparato universitario (Balmes, 1965), y luego, reforzada por
la iniciativa editorial de un diagrama de obra específico (Dittborn, 1980).
En
segundo lugar, la densidad fue la hipótesis que G. Díaz, A. Valdés, y hasta E.
Dittborn en un comienzo, recusaron en virtud de una ideología historicista
conservadora destinada a privilegiar el criterio de una exposición panorámica
en la que éstos artistas irían a ocupar la posición que jerarquizaba una
historia de obras producidas en coyunturas disímiles y diferenciadas. Sin
embargo, no estuvieron dispuestos a sostener un debate en este sentido.
Hoy
día, la escena historiográfica no es la misma; sin embargo eso no es sinónimo
de aumento de calidad formal de las escrituras. En verdad, se escribe para
reforzar los viejos mitos, sin acceder a las fuentes, o cuando se accede, nadie
se preguntan por la validez de los supuestos metodológicos que subordinan las
investigaciones a un relato sin conflictos problematizadores y a “tomas de
partido” que autorizan la ficción de una “historia de rupturas e
insubordinaciones” ya forzadas por hacer calzar los resultados con los
prejuicios que las sostienen.
De
ahí que haya inflacionado la cantidad de ensayos, no significando un aporte
mayor, ya que gran parte de ellos se somete a la repetición ritual de los
“temas habilitadores”: migraciones, género, diferencia sexual. Son pocos los
jóvenes escritores que han realizado un “trabajo de historia”, recurriendo a
las fuentes y pon9iendo en contexto la producción textual, que es lo mínimo,
para detener la corriente torrentosa de la hiper-metaforización delegada y
expandida, que olvida y reniega hasta de su propio origen.
Contrariamente
a lo anterior, el trabajo consecuente de historia de las obras remite a la
reconstrucción formal de sus filiaciones, en la discontinua continuidad de los
debates y polémicas que las hicieron posibles.
A
(casi) veinte años de mi primera intervención en Guayaquil, regreso para hablar
de un tipo de reconstrucción formal específica; a saber, que a partir del
título del congreso (Imagen anhelada) al que he sido invitado por Hernán
Pacurucu, expongo la historia de formación del diagrama específico de la obra
de Eugenio Dittborn, formulado en la crucial coyuntura de 1981.
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