sábado, 5 de marzo de 2016

ESQUEMAS DE INTERVENCIÓN


Algunos operadores comunicacionales  ligados a la  mouvance  Correa/Brodsky  me han criticado severamente por la última columna, esgrimiendo dos razones: la primera, es que “farandulizo” el tema; la segunda, que me la he tomado “en la personal”  con Correa.

Demostraré que hablar de  Correa/Brodsky no es hablar de farándula,  sino más bien se trata de abordar un esquema de intervención desde espacios privados hacia espacios públicos.  Mencionaré dos casos en que sus interferencias privadas han tenido efectos políticos en el ejercicio de funciones estatales específicas.

El primer caso tiene que ver con la asesoría de Brodsky a Urrutia (Ministra), donde el esquema de intervención  se validaba como un vigilante de Imaginacción en ese gabinete.  La participación de Brodsky en el proyecto Trienal de Chile,  en cuyo directorio era un peón de Correa, lo hace responsable de la desnaturalización de ésta  y de su fracaso.  Al final de cuentas,  la trienal era un espacio que  favorecía los negocios que Correa  pretendía  montar  en Paraguay,  asesorando a la Presidencia.   

El caso no es extraordinario por cuanto  es un esquema de operación habitual en la incestuosa relación que establecen determinadas fórmulas de amistad y filiación entre determinadas zonas de lo privado e indeterminadas zonas de lo público.  Siempre, en provecho de lo privado, por cierto. 

A mi entender,  hablar de este esquema no es promover la farándula, sino informar sobre el funcionamiento de esquemas de intervención externa de ciertas funciones estatales que deben ser apoyadas en virtud de su ineptitud de base.  Sería el caso del CNCA en relación a la “necesidad de Brodsky” en ese terreno, como informante y deferente de un esquema de traspaso de información y  ejecución de funciones, como quedará demostrado luego con su inclusión en el gabinete de J.A. Vieragallo en La Moneda. 

Solo me remito a mencionar comportamientos habituales de tránsito entre dispositivos privados que poseen una gran capacidad de intervención política en reparticiones del  Estado, en proporción directa con las ineptitudes  de dichas reparticiones.  No es que Correa y sus agentes sean (tan) buenos, sino que hay sectores del Estado que son demasiado malos.  Es decir, son “rellenados” por gente inepta para justificar la incorporación a distancia de los operadores de Imaginacción, en diversas reparticiones. 

Lo segundo que me critican es que me la he tomado a la personal. 

Imagínense ustedes, ¿cómo debiera tomármelo, si trabajando con José Balmes, advierto que Correa lo desbanca de la dirección del Museo de la Solidaridad?  Una mañana,  Correa pasa por la casa de Balmes,  toca el timbre, se hace recibir sin avisar y le pide la renuncia. Después negará este encuentro.  Hará una declaración en el diario. Curioso, porque él nunca hace declaraciones en los diarios.  Bueno, salvo ahora poco,  para realizar esa magnífica distinción de retórica antigua, entre  Actos Irregulares y Ccciones de Corrupción.

Lo que hay que pensar es cual era el lugar que ocupaba Balmes en el  movimiento de piezas que favorecería el arribo de Ottone (hijo) al museo.   Pero sobre todo, en un esquema superior, más allá de la colocación inmediata  del niño-maravilla, lo que estaba en el horizonte eran  las relaciones entre el PC e Isabel Allende, en el gran negocio parlamentario de la repartición que comparten.  

Así como Correa se detuvo  para tocar el timbre de la casa de Balmes,  quien pasó a tocar también el timbre, pero al final de la tarde, fue el propio Guillermo Teillier.  Tengo dos preguntas: ¿Lo hizo por solidaridad con este connotado miembro del partido? ¿Lo hizo para contener la razonable ira del artista emblemático, apelando a su histórica y ejemplar fidelidad orgánica? 

Lo que está en  juego no es  el valor de síntoma que tienen las  relaciones estrechas de Correa  con el círculo de Isabel Allende y la Fundación Allende.

A comienzos de los noventa Correa interviene en el montaje de una figura jurídica destinada a acoger la juntura de  la colección del Museo de la Solidaridad de 1971 con las obras que provienen del extranjero y que son reconocidas como pertenecientes a una entidad que solo tiene existencia simbólica: el Museo de la Resistencia.  La figura que inventa Correa pasa por encima de la soberanía jurídica que la Universidad de Chile tenía sobre la colección inicial del Museo de la Solidaridad, y sobre la legitimidad del Museo de la Resistencia, puesto que éste último se define como la continuación histórica del primero, avalado por la decisión de tres miembros de la Facultad de Bellas Artes en el exilio: Balmes, Rojas Mix y Pedro Miras.  Se menciona a una cuarta persona: Carmen Waugh. Pues bien: esto no hace más que confirmar la hipótesis de la continuidad, puesto que Carmen Waugh es reconocida como realizando funciones  en el Instituto de Arte Latinoamericano.

Es decir, todo indicaba que entre el Museo de la Solidaridad y la Facultad de Bellas Artes existía una dependencia orgánica.  Dada la función que tenía la universidad en el Chile de 1970, en que era en los hechos unas especie de “ministerio de cultura” avant-la-lettre, era lógico establecer esta relación entre una universidad y unas obras donadas por artistas extranjeros al pueblo de Chile. 

Existe un estudio sobre  elementos jurídicos que favorecerían la posición de la Universidad de Chile en este  diferendo que inventó Correa.   Fue el propio Allende  -la Presidencia- quien  le asigna  formalmente a la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Chile, organizar  un museo de la solidaridad, como corolario de la Operación Verdad.  (Que no es lo mismo  que  “la verdad de la operación”).

Dos académicos de dicho instituto, Aldo Pellegrini y Mario Pedrosa, tuvieron un rol decisivo en la tarea.  Y las primeras exposiciones de dicha colección en proceso de constitución fue realizada en el Museo de Arte Contemporáneo de la Universidad de Chile.  Y luego, fue el propio museo el que guardó la colección durante todo el período militar. 

Fue Balmes quien se entrevistó con el decano Cuadra, a propósito de un enojoso incidente que tuvo lugar en el Instituto Cultural de Las Condes, donde la Facultad de Bellas Artes bajo la dictadura organizó una exposición con joyas de la colección de su acervo; es decir,  las obras del Museo de la Solidaridad que fueron tomadas como obras del MAC; entonces, de la Facultad.

Para poner las cosas en claro, Balmes, que era presidiente de la APECH, se entrevistó con el decano Cuadra, quien accedió a la solicitud de visitar las instalaciones del MAC para reconocer allí las obras del Museo de la Solidaridad. Fue en esa visita que Balmes encontró la pintura de Frank  Stella, sin bastidor, doblada  y arrumbada en un rincón. Pero fuera de eso, encontraron la colección  inicial que provenía de un efecto de la Operación Verdad (que tampoco es la “verdad de la operación”).  Es decir, Balmes, a través de la APECH, seguía actuando como natural referente histórico del museo.

El inicio de la transición interminable  tuvo como efecto que España, Francia y Suecia, que habían guardado las obras del segundo proceso de recolección, correspondiente al trabajo realizado por el  Museo de la Resistencia, decidieran  que estas obras debían ingresar al país.  Sin embargo,  no existía una figura jurídica que las acogiera.  Es decir, las nuevas autoridades decidieron que no existía.  Porque si somos rigurosos en aceptar “la verdad de la operación”, el Museo de la Solidaridad si existía y estaba alojado en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Chile.  Junto con el Instituto de Arte Latinoamericano,  fue clausurado y las obras, guardadas en las bodegas del MAC.  De este modo, bien se podía validar la hipótesis sobre la continuidad jurisdiccional de dicho museo. Sin embargo, Correa imaginó una fórmula que la rectoría de la Universidad de Chile no pudo  enfrentar con éxito.

Podemos preguntarnos si el rector de ese entonces hizo todo lo posible para salvaguardar una continuidad institucional vinculada a la tradición universitaria de la izquierda “de antes”, en un contexto en que la oficialidad de la Concertación no estaba dispuesta a promover la restitución  institucional del poder de los comunistas en la cultura.  A tal punto, que Balmes, último decano de la democracia anterior, jamás fue reincorporado.  Capítulo extraño.

Díaz y Brugnoli estarán de acuerdo conmigo en que los fundamentos jurídicos para reclamar la soberanía universitaria sobre esa colección eran bastante fuertes. Algo ocurrió. La rectoría aprovechó para deshacerse de un emblema de la  izquierda universitaria “de antes”. Entonces,  Díaz y Brugnoli, agentes de dicha tradición, no disponían de la correlación de fuerzas  favorable para instalar  en contra de su rectoría los argumentos jurídicos consistentes.   Aunque también existe la posibilidad de que entre Correa y la rectoría hayan llegado a un acuerdo. ¿Cuál habría sido el acuerdo? ¿Alguna compensación?  Lo concreto es que la Universidad de Chile debió ceder en su reivindicación y desde ese momento un nuevo Museo de la Solidaridad pasó a depender de una ¡Fundación Allende!

Esta es la manera de cómo la Fundación secuestró al Museo.

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