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domingo, 16 de junio de 2019

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El próximo 23 de junio tendrá lugar en Berlín el simposio de la NGBK. Estoy más interesado en escuchar sobre su propia historia que hacer estado de mi propia mirada sobre el texto que escribí en 1989 y la recuperación de las fotografías y del video de la performance de Leppe.

El texto que escribí comienza con una reiteración encubierta en la forma expresiva de un juego de palabra habitual: “la presente exposición (en Berlín) es la exposición (como zona de riesgo) de un presente de obras (la selección)”. Obviamente, era un riesgo enunciativo en el que confluían obras de diversa filiación, bajo condiciones precisas de repelencia. Fueron los curadores de la NGBK quienes obligaron a comparecer obras y artistas que no hubiesen sido expuestos bajo ninguna circunstancia en la escena chilena. Entonces, desde ya, la exposición era un riesgo para los propios artistas, que debían modelar su malestar por las compañías forzadas.

Los curadores de la NGBK nos obligaron a comparecer en una juntura y bajo un encuadre  que no deseábamos. Decirlo de este modo no es un drama.  Ni tampoco lo era en 1989. Todos sabíamos perfectamente cuál era el “negocio” de cada cual. Solo expongo la crueldad de una situación de insatisfacción secretamente compartida, donde cada uno obtenía una compensación incompleta, en el curso de la cual se exhibía un recorte de la producción de arte chileno bajo la dictadura.

“Cirugía plástica” era un título que no nos hizo ninguna gracia; menos, tratándose de  una muestra del “arte en lucha”. Sin embargo, había varias concepciones sobre lo que podía significar una lucha para artistas que tendrían que enfrentar la transición democrática como una normalización de las esperanzas.  En cambio, la NGBK buscaba solidarizar con los residuos de un mito construido a la medida de sus propias ensoñaciones. Y no podía ser de otra manera.

Los artistas chilenos no tenían una representación clara de lo que significaba Berlín en 1989. Nuestros amigos de la NGBK venían a buscar una ilusión de compromiso combatiente y nunca les he podido preguntar por lo que encontraron. Había, por cierto, una distancia política de la que no se hablaba en Chile, porque esos no eran los temas de los que había que hablar.  Nadie puede imaginar hoy cual era la distancia que había, ese año, entre Santiago y Berlín.

La NGBK buscaba solidarizar con una lucha que no tenía lugar en el campo del arte, y los artistas chilenos esperaban encontrar reconocimiento efectivo en un campo de arte que les era absolutamente extraño, con el agravante simbólico de que Pinochet había sido vencido en un plebiscito en 1988 y que los artistas totémicos se aprestaban a reocupar los espacios institucionales de los que habían sido excluidos. La exposición en Berlín solo tendría un retorno de efecto inmediato muy reducido, del que nadie hablaría, en décadas.



Hay que inventariar las exposiciones de arte chileno en el exterior, entre 1982 y 1989. Menciono la Bienal de Paris de 1982, donde estuvimos presentes en paneles fotográficos, como un gran mural escolar. Luego, en 1987, en Madrid, fuimos botón de muestra para satisfacer la solidaridad política del partido socialista español, pero en el formato de una gran muestra cultural y solidaria destinada a garantizar las futuras inversiones españolas de la reconstrucción democrática, y de paso, justificar el apoyo financiero al partido socialista chileno.
Luego, en 1987, recuerdo también, una exposición en el Stedelij Museum de Amsterdam, pero en el seno de un proyecto que reunía artistas de todos los países del cono sur y que se llamaba UAB-C. O sea, Uruguay, Argentina, Brasil. Y Chile, como agregado.

Entonces vino lo de Berlin, en 1989, que era una palabra que para la izquierda chilena no había que mencionar. En cambio, los artistas chilenos pensaban que Berlín era la antesala para ingresar al mainstream. 

El texto que escribí para el catálogo apuntaba desde el comienzo a declarar la ineficacia de la operación. Tanto de la exposición como del propio catálogo.  



¿A quien, en el Berlín de 1989 podía interesar un análisis de la evolución de la pintura chilena a lo largo del siglo XX? Un texto que, por lo demás, ni siquiera sabía si había sido traducido y cuyo número de ejemplares a los que tuvimos acceso era exiguo. Debo haber recibido dos o tres. Es decir, tampoco fue un texto que haya circulado en una escena en la que todavía no había archivos de arte. Estos recién comenzaron a organizarse hace diez años. De modo que mi texto no ha existido. Solo ocupa un lugar en un diagrama como un momento genealógico de mi propio trabajo analítico.

Releer el texto ha sido como recuperar los restos de la carga de un naufragio. Hay una historia de un cajón de botellas de whisky que permaneció durante un siglo en los restos de un naufragio en los mares del sur[1]. Tengo la esperanza de que la letra haya envejecido de manera análoga. En mi caso solo han pasado treinta años y el texto parece haber resistido a las exigencias analíticas del período. Es así que señalo, en uno de los últimos párrafos de una introducción que ocupa un noveno de la extensión del texto, que la importancia de una muestra como ésta es su efecto de retorno. Sin embargo, tampoco los artistas chilenos la reivindicaron como un momento significativo para sus carreras, salvo aquellos que jamás habían sido retenidos siquiera por ellos.  Los artistas totémicos, de partida, hablaron muy poco.  Ni siquiera comentaron el viaje. Solo a partir de la reconstrucción de la performance de Leppe, en un trabajo de catalogación de su obra,  que fue posible regresar a lo reprimido; es decir, a un momento del arte chileno, como  re elaboración encubridora  de su propia fabulación discursiva.



(Las tres fotografías me fueron proporcionadas amablemente por Matthias Reichelt en febrero del 2017).


lunes, 10 de junio de 2019

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Una de las cosas menos conocidas de “Cirugía plástica” ha sido el catálogo de la muestra. Pesaba sus kilos y los artistas que regresaron a Chile después de la expedición de 1989 no tenían mucho interés en su circulación, porque, en el fondo, no hablaba de ellos ni tampoco registraba el viaje. Además, fuera de la imagen de portada[1], no había imágenes. Podría ser considerado como una “obra” más del envío. Había una cierta cantidad en alemán, y otra en español.

Pero en verdad, estoy completamente equivocado. Había un gran catálogo, con reproducciones y algunos textos en alemán, de gente que escribía “desde allá”. De lo que hablo es de una especie de suplemento en español que solo reúne los textos de cinco participantes, “desde Chile”. Pude ser incluido pese a las presiones que algunos de estos ejercieron para que mi presencia no fuese efectiva. De modo que, de algún modo, en lo que a mi concierne, fue una victoria personal. De todos modos, el catálogo grande reproduce las obras de la muestra de acuerdo a la selección del equipo curatorial, mientras que el suplemento es la compensación otorgada a los escritores. 

Desde que leí el texto impreso, entendí que el suplemento era, efectivamente, suplementario. Aunque es muy posible que haya sido una separata en español, solo para consumo chileno. Lo que era una manera a un costado los textos, como si no formaran parte de la propuesta general de la exposición. Más bien, era como una especie de “chiste chileno formal”, que estaba destinado a ponerla en cuestión a cada momento.  Esto es muy común en la escena chilena:  considerar que una invitación es una iniciativa de agresión blanda, porque nos expone; es decir, nos hace correr riesgos. En ese caso, constatar cual era la fuerza (en el) exterior del mito fabricado en el interior.




Todos los textos que están en este suplemento tienen de común la necesidad obsesiva de fijar el lugar desde donde se escribe, como expresión de una especie de delirio chileno de la singularidad. Lo cual se manifiesta, en parte, en el deseo de dar una lección a “los alemanes”, por su falta de conocimiento de nuestra escena interna. Había que señalar, al menos, esa desventaja que a nuestro juicio los situaba en una posición que des/mejoraba la lectura que  hacíamos de nosotros mismos, con la autocompasión ejemplar de las víctimas que saben invertir a futuro en el negocio de explotación simbólica que se instalaba con el inicio de la Transición democrática.

Pero, como se verá, los escritores cumplimos con la solicitud de entregar unos textos, de un modo ritual. El suplemento era nada más que un reflejo del estado de la escena crítica chilena que actuaba como retaguardia de los artistas “conceptuales” considerados en la exposición; es decir, Dittborn, Leppe, Díaz. Todo el resto de los seleccionados carecía de discursividad. Y “los alemanes” no harían el trabajo de acompañamiento que ese resto hubiese esperado.  De modo que en el catálogo, ningún artista fue tomado realmente de acuerdo “a su peso” en la escena interna de Chile, sino como parte de una operación que se validaba  desde el deseo del equipo de la NGBK,  que tomaba como plataforma sustituta y desplazada una exposición chilena, para hablar de sí misma. Pero eso es totalmente legítimo. La solidaridad se entiende como una interpelación a veces desigual; por momentos, la interlocución subjetiva recompone mediante el discurso las distinciones y las inevitables diferencias de posición.

Lo anterior no debe ser tomado como un reproche, ni siquiera como una protesta. Nada de lo que sostengo pone en duda, ni la ética ni la estética de la exposición, por más que ésta nos hable de lo que yo llamaría un síntoma NGBK, que con toda legitimidad ponía en escena una determinada idea de la solidaridad con un exponente lejano, siendo portadora de la contradicción que esa misma lejanía representaba, en su proximidad más inmediata. 

Los referentes políticos que estaban “detrás” de los artistas chilenos jamás ejercieron crítica alguna al régimen policial de la RDA, porque se sentían en deuda con ella. Una gran cantidad de exilados que ocuparían cargos en los futuros gobiernos de la transición democrática fueron acogidos por la RDA, y fueron muy pocos los que se desmarcaron; sino solo cuando hacerlo ya significaba la inversión de un capital político. Es preciso saber que “Cirugía Plástica” tuvo lugar cuando la oposición democrática ya había triunfado en el plebiscito contra Pinochet. Era cuestión de tiempo para re/articular el nuevo escenario.  Pero jamás hubo en la izquierda chilena una posición manifiesta respecto del apoyo de la RDA al exilio chileno[2].

Imagino, más bien, para el simposio que viene, un diagrama posible para un debate sobre la propia situación política e intelectual de la escena artística berlinesa de 1988 y 1989. Entiendo que nuestro suplemento es el efecto residual de una situación que nos supera. ¿Cuál era esa escena? ¿En qué términos se planteaba dicho debate? ¿De qué manera se sostenía la “invención de Chile” en el seno de la NGBK?  ¿Por qué una exposición chilena debía cristalizar de manera sustituta la reflexión sobre el destino de las escenas locales berlinesas?  

La NBGK no era una escena mercantil, sino que se revelaba como una posición alternativa que en Chile solo podía ser un momento de acumulación de fuerzas en la conquista de un poder social mayor. La palabra alternativa no tenía el mismo sentido ni el mismo valor, en Santiago y en Berlin. Estar en contra de la dictadura chilena no era ocupar posiciones alternativas, sino que apuntaba a satisfacer las demandas de la oficialidad política de una oposición que se debía concebir como fuerza de reemplazo del régimen militar. La alternativa en “los alemanes” tenía una marca inconscientemente situacionista. Eso, en Chile, en 1989, era impensable.

Como ya sostuve, los artistas chilenos viajaron trayendo en la cabeza el discurso de la revista Flash Art. Con lo cual, tampoco compartían el discurso de los escritores que fuimos publicados en el suplemento. Entonces, todo estaba localizado en el lugar que no debía en un momento, por lo demás, inadecuado.  Quizás este sea uno de los mayores logros de la exposición; el haberse realizado como un efecto directo de una inadecuación histórica de gran envergadura.

Hay que tomar en cuenta,  además,  que en su deseo de dar una lección en Berlín, los escritores nos ocupábamos en reproducir las tensiones de la escena local chilena, como una muestra etnográfica que hacía claridad sobre su funcionamiento y sobre sus exclusiones[3]. Aún así, los escritores chilenos hacíamos estado de una situación terminal, que describía con una cierta nostalgia la derrota estratégica[4] de los artistas autodenominados “conceptuales”, a los que solo quedaba como destino recuperar sus cargos en la universidad de la que habían sido exonerados en 1973. Lo cual tampoco era efectivo, porque muchos de ellos habían seguido en la universidad, bajo la dictadura, sin ser mayormente molestados, experimentando los temores de rigor.


[1] La imagen de la portada y el título de la exposición fueron motivo de una gran decepción entre los “conceptuales” chilenos, porque ellos esperaban que ésta fuese más heroica. El titulo era paródico y no manifestaba ninguna consideración por la escena interna. Para artistas que vivían bajo una dictadura, cuando la amenaza sobre su integridad era cotidiana, la imagen de una criatura generada por la metáfora de un autómata (la escena chilena) fabricado uniendo partes diversas que daban nacimiento a una imagen “monstruosa” no era lo que se esperaba. Y menos aún, el título explícito, que remitía a un acto de cirugía reconstructiva fallida que atentaba contra el deseo de pureza representativa y autentificante sostenido por escritores que escribían “desde el interior” del frente de batalla.
[3] ¿Qué podría importar  menos al hipotético público berlinés, saber de la especificidad de una escena chilena de escritura que solo se hablaba a si misma? Y que además, buscaba en esta exterioridad editorial una falsa garantía cuyo efecto solo adquiría valor en la escena chilena.

[4] Hablo de derrota en la medida que la exposición de 1989 reivindica el valor de obras de artistas “conceptuales” realizadas principalmente en 1980, si bien algunas fueron realizadas tardíamente en 1987. De todos modos, el peso de 1980 no es el mismo en 1989. Se han des/inflado. Han perdido densidad. El mejor ejemplo es la performance de Leppe, que repite en Berlín un esquema que ya ha ensayado en Trujillo y en Madrid, interpretando mal, por lo demás, lo que significa culturalmente Berlin, en esa coyuntura.