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lunes, 21 de diciembre de 2015

¿CÓMO VAMOS AHÍ?



El viernes 18, mientras  en el Palacio de La Moneda la Presidenta firmaba el proyecto de Ministerio de las Culturas, de las Artes y del Patrimonio, los funcionarios de la DIBAM sostenían una asamblea  para discutir sobre su rechazo a la iniciativa.  Ese mismo día, los trabajadores del MNBA iniciaron un paro de actividades. 


Durante el fin de semana, ningún diario se hizo cargo de esta noticia. Es decir, no fue noticia. Como si nada pasara,  en alguno  de ellos el tema fue la próxima exposición de la colección.  Es que en verdad, no pasa nada.  Ni pasará nada.  Todo está bajo control, político y comunicacional.

El sábado por la mañana, el Ministro del ramo se refirió con indolente sarcasmo a la situación planteada por estos trabajadores, dando a entender que no se entiende por qué éstos últimos no entienden, a su vez, el rigor de una propuesta  cuyo texto final, por lo demás, no ha sido conocido por la comunidad de gestores, de artistas y de profesionales del patrimonio.  

Asistí el sábado a la conferencia de prensa que los trabajadores de la DIBAM realizaron en las escalinatas del MNBA. No había ningún artista.  Todas las organizaciones que los agrupan han guardado silencio, bajo el temor de perder influencia en el gabinete.  Ningún miembro de la comunidad de investigadores ni de historiadores del arte, exceptuando quien escribe,  se ha manifestado.  Lo que se espera son noticias sobre promesas de  empleo en nuevas estructuras de gestión.  Dicho sea de paso, ningún representante del mundo de la gestión ha expresado  juicio alguno, frente a la expectativa de reparto de nuevas funciones prometidas.

Lo cierto es que no hay quien esté en contra de la creación de un Ministerio, sino bajo qué concepto y qué distribución administrativa éste se va a regir.  De hecho, fui invitado a la ceremonia de la firma del proyecto,  porque no me voy a restar de la contribución que en este proceso tuvo el gabinete del ex ministro Luciano Cruz-Coke. 

Pero una cosa es apoyar la idea de legislar en la materia, y otra cosa es  aceptar el corpus de la propuesta, que como ya he mencionado, no ha sido dado  a conocer  por la autoridad política.   Desde el gabinete se sostiene que al no haber un proyecto definitivo, mal pueden los trabajadores radicalizar su posición.   Lo cual significa aceptar la inexistencia de un corpus conocido desde el cual las comunidades pudieran debatir.  ¡Que ingenuidad! La autoridad considera que ya ha habido suficiente debate.  Por decreto,  ya definió  en su favor la aceptabilidad de las consultas realizadas.  Lo que viene ahora  son las  decisiones que el gabinete anterior no fue capaz de elaborar.   Más que una propuesta razonable, lo que tiene el Ministro es una voluntad política.  Eso es al menos, algo.  En la actual condición de la política nacional, eso es todo.  La joven estrella mimada del  gabinete de una deflacionada Presidenta tiene todo para ganar la partida.   Aún cuando los debates ya realizados  no se traduzcan  en resoluciones y propuestas razonables.   Una cosa es lo que se piense en el gabinete;  otra cosa es el soporte y la reducción política del proyecto.  Sea lo que fuere, artistas, gestores y pequeños operadores se ordenan ante   ofertas implícitas y permanecen en una especie de limbo,  esperando la respuesta a la pregunta “¿cómo voy ahí?”. 

Esta mañana, he recibido una declaración de la ANFUDIBAM en la que interpelan a la Comisión de Cultura de la Cámara para que intervenga en el debate. Nada. No tienen voluntad para ir contra el Ejecutivo.  Anuncian una reunión con su presidente. Veremos como les va. No sacarán nada en limpio porque el asunto ya está resuelto en las más altas esferas.  Al punto, que ni siquiera se ha hablado de “mesa de trabajo”, que es lo que se organiza para seguir discutiendo hasta imponerse por cansancio político.  Aquí, ni siquiera.  Todo apunta a que el Ministro termine en la mejor forma, gracias a las protestas de los propios trabajadores, que le permitirían sacarse de encima al Director de la DIBAM, por no haber cuidado ese frente.  El Ministro estaría logrando un apoyo ciudadano en contra de un alto funcionario que no responde, por lo demás, a la confianza política de su gabinete. La jugada es perfecta.  En  esta pelea, los trabajadores del patrimonio están solos. 

En esta situación, los trabajadores  están en la peor posición, no tanto porque sus objeciones no sean  más que pertinentes, sino porque han sufrido la demolición de su poder de interpelación,  gracias a la acción de sus propios directivos.  Lo cual significa que existió  una confianza previa que fue progresivamente convertida en procedimiento de neutralización de la oposición interna y en  torva  mistificación de sus condiciones de expresión.  El propio director actual ha contribuido a la desnaturalización de la posición de los trabajadores. Lo cual ameritaría, al menos, un reconocimiento mínimo de parte del gabinete, por haber realizado  el trabajo sucio.  Pero  como se sabe, en los pasillos de la política no existe justicia distributiva, sino solo deudas directas.  No sabemos qué compromisos  internos lo mantienen en el cargo.  Su salida estaría justificada, para algunos, por su pésima gestión en el control de conflictividades internas. Si así fuera,  el Ministro se vería fortalecido, paradojalmente, gracias a la presión de los trabajadores.  En el actual gabinete, hay quienes saben perfectamente para quien trabajan y esperan.  Esperan.  De todos modos, los trabajadores pagan el costo del maltrato funcionario y de la omisión discursiva. Bueno,  esta última no va sin lo primero. En eso, este gabinete  acarrea consigo  suficiente experiencia.

jueves, 3 de diciembre de 2015

CAZADORES DE PRECURSIVIDAD


En 1990, Ivo Mesquita me invitó a un coloquio, en Sao Paulo. Fue el año en que conocí a Marcelo E. Pacheco. Pero también fue la ocasión en que escuché la conferencia de Bruce Ferguson en la que sostuvo la hipótesis del museo como un acto de habla. Buscando más tarde las trazas de esta conferencia, me crucé con un ensayo de Florencia Battiti, cuyo título prolongaba la perspectiva de Ferguson: Las exposiciones como forma de discurso (Revista de Instituciones, Ideas y Mercados No 59 | Octubre 2013).  Transcribo, para los efectos inmediatos de esta columna, un fragment del abstract: “En este trabajo exploro la idea de que las exposiciones de arte no guardan únicamente relación con la historia del arte sino que, al inter- venir en el ámbito público, se transforman de inmediato en una toma de posición y, por ende y aunque en sentido amplio, en un acto político. Para tal fin, realizo aquí un breve e incompleto punteo de problemas a tener a cuenta, con la intención de esbozar algunas preguntas sobre cuestiones que considero deben ser planteadas desde la perspectiva de los espacios públi- cos que articulen discursos sobre arte y memoria”. 
Hace dos semanas, nuevamente en Sao Paulo, encontré en una traducción portuguesa  un libro de Hans U. Olbrist, Caminhos da curadoria.  No es igual que el libro de entrevistas que editó la UDP. Sino que es un libro escrito por él mismo,  lo cual lo compromete de otro modo. El problema al leer a Olbrist es que en Chile,  “todos” quienes sostienen diplomados sobre el tema o proyectan grandes modificaciones en la estructura ministerial de la cultura visual, aspiran a jugar un “rol de suizo”  en la organización del campo local, que es casi lo mismo  que “hacerse el sueco”. 
Enfin.  Obrist pone las cosas en una buena formula: una exposición es una forma de producción de conocimiento.  Regreso a Florencia Battiti para  repetir en Santiago la siguiente  idea: “El curador/a de una exposición es, entonces, aquel que ejerce una práctica deslimitada –en tanto no requiere de título habilitante para ser ejercida y no existen coordenadas estables para definir su accionar– deviniendo un relevante actor social dentro del campo artístico que genera producción de conocimiento pero que también despierta suspicacias en relación al alto grado de visibilidad de su accionar y, en ocasiones, a la concentración de poder que encierra su figura”.
Es necesario repetir estos conceptos, en momentos en  que connotados curadores locales montan operaciones que no significan producción alguna de conocimiento, sino que son inducciones  de mitos  programadas en la total impunidad de una protección institucional, manejando mañosamente la historia.
Una de las herencias del MNBA ha sido, justamente, permitir y celebrar este manejo que, a final de cuentas,  ha terminado por formalizar  una extraña práctica que consiste en  castigar la colección, bajo la excusa ladina de un tipo de  interpelación “contemporánea” que  no ha asumido el efecto de la violencia simbólica ejercida.
Así como unos historiadores oficiales siempre encuentran a un émulo cubista, otros se dedican a rescatar a geométricos invisibilizados, que exponen  como héroes tardíos que habrían sido –supuestamente- maltratados por la historia. Ha surgido la figura  del rehabilitador de segundones, teniendo como efecto directo el aumento de los precios.  
A lo anterior, se agrega la actividad asociada de buscar precursores aún “no descubiertos”, destinados a “remecer”  la historiografía. 
Entonces, siempre aparece un proto-conceptual que habría sido enviado a una provincia por una decision estratégica de un proyecto de universidad nacional que le habría encomendado la mision de anticipar desde la periferia el arte correo, la poesía letrista y  (hasta) las aeropostales. 
Hay toda una costumbre que se ha instalado destinada a “inventar” artistas  que han ocupado segundas líneas en pretéritos procesos académicos, pero cuya familia posee cajones de “basurita gráfica” que ilustran fácilmente su des-ubicación estructural en la escena, pero que son convertidos en “tesoros humanos vivos”, testigos directos del ascenso y caida de la Utopía.  Porque al final de cuentas, lo que les importa  a estos curadores es demostrar que la historia chilena del arte es expression del decaimiento de un  cierto Espíritu del Siglo que ya fue definido y que al cual deben rendir cuenta académica, como si tuvieran que cumplir la mision de su mandato restitutivo. Mejor todavía si estuvieron en la lista de artistas cuyas obras decoraron el interior y los espacios de acceso y de función del edificio de la UNCTAD III,  promovido al rango de instancia maxima del arte integrado y expresión suprema de la política del arte durante la Unidad Popular. 
Este modelo de inducción mitológica fuerza impunemente las fuentes y utiliza comisiones ministeriales y asesorías de gabinete para legitimar fabulaciones de corta rentabilidad académica.  A estas alturas, en el país museal, no hay producción de conocimiento. No hay “actos de habla”, sino pactos de ventriloquía.
Estos productores de revisionismo express recurren al vacío que ha dejado la retracción de Balmes de la vida pública, para colmar este hueco con los relatos de quienes (siempre) ocuparon un lugar sub-alterno en el periodo de la reforma universitaria “de la Chile”. En este plano, curadores e historiadores muy responsables  de lo que digo  han ido a tomar literalmente  sus voces para acomodar un discurso que los inscribe como cazadores de precursividad, porque la historia de validación de los artistas más significativos de los años ochenta no les ha dejado ningún nicho académico que explotar.