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martes, 22 de noviembre de 2016

LOS AVATARES DEL DISEÑO PARTICIPATIVO

Hasta la fecha, Ana Tironi no ha respondido a las objeciones que hice a su carta de defensa de los criterios de periodización de su ministro. Escribo esta columna mientras analizo un nuevo aspecto del texto de Constanza Symmes en El mostrador, relativo a la metodología participativa.

La ausencia de respuesta de la subdirectora denota un cierto estado de indolencia respecto de observaciones razonables que han sido formuladas en relación a la legitimidad de las decisiones anticipadas que sobre política de artes visuales ha tomado el gabinete, contraviniendo abiertamente los principios de su propia declarada metodología participativa. 

Antes de continuar, permítaseme señalar la extrañeza respecto de identificar a quienes convocan a este encuentro del próximo jueves. No aparece ni Estudios, ni tampoco el Área de artes visuales, sino la Dirección Metropolitana.  ¡Es de lo más curioso! Al menos podrían hacer el intento de explicar por qué estos cambios, que de seguro, afectan la implementación metodológica del evento. No me queda más que trabajar sobre el discurso de Constanza Symmes, porque es la única persona que ha corrido el riesgo de sostener una hipótesis, que por cierto, no comparto, pero que sirve de hilo conductor a una objeción. 

El punto sobre el que he señalado la atención no es la viabilidad de un centro de arte en Cerrillos, sino el rol que éste debiera tener en una política nacional de artes visuales, más allá de lo que la subdirectora ha señalado, en cuanto a replicar a regiones el modelo generado sin consulta ni justificación conceptual explícita, hasta el momento.  Todo lo relativo a esta operación instituyente es de carácter implícito y se exhibe a si mismo y a pesar de Comunicaciones del gabinete, como un ejemplo  de la ausencia de participación.  De este modo, toda las afirmaciones de Constanza Symmes son desmanteladas por su propia autoridad. 

Ahora bien:  existen procesos participativos en la DIBAM, por ejemplo, que han sido planteados en un sentido muy preciso, en relación a la vinculación  de los museos regionales con el medio, con sus comunidades, de un modo investigativo que define el rango de pertenencia y proveniencia orgánica de las comunidades involucradas. Pero claro, no se trata de una “política nacional” sino de las articulaciones de los imaginarios locales  de instituciones de diverso origen y consistencia.  No existe esa inflación de lo “ciudadano” como una bruma nocional que banaliza la identificación de las diferencias.

Cercanos al gabinete declaran su extrañeza por la espectacularización de la crítica sobre la hipótesis de 1967.  Ya sabaen a qué me refiero. En verdad, si el ministro no lo hubiese mencionado, nadie estaría hablando del tema, que por lo demás, no tiene la menor importancia. Lo que incide, sin embargo, es la voluntad de demostrar una abierta acción de usurpación de funciones, antes de que haya sido votado en el parlamento el destino jurídico y la “sepultación cívica” de la DIBAM.

Sin embargo, a dos días de un nuevo encuentro para el diseño participativo de la política de artes visuales, lo que importa es preguntar a los organizadores por las garantías de  intervención, poniendo en duda el estatuto del mencionado participacionismo.  Al parecer, fuera de ser una fórmula que expresa un deseo de representabilidad de unos “verdaderos miembros” de la comunidad artística,  esto no acarrea compromisos metodológicos, más que asegurar la recolección de la “opinión” de los participantes por un dispositivo de registro y  de edición cuya tarea será realizada por los profesionales del servicio.

De todos modos, queda en veremos un asunto de filosofía práctica:  recoger opiniones no es lo mismo que producir conocimiento.  En un encuentro participativo, ¿de qué manera se puede garantizar la producción de conocimiento?

Lo que se ha instalado en la Invitación es una distinción muy grave entre “ciudadanos participantes” y “agentes del arte”.  ¿De qué otra manera habría que designarlos?  La Autoridad se compromete a escuchar a los ciudadanos, porque se instala la idea de que sus opiniones son una garantía de validación democrática del proceso, sin pensar en la calificación  de las proposiciones sostenidas.  Lo cual deja a los “agentes del sistema de arte” en una condición de “sujetos amenazados” por las demandas de un contingente humano que ha sido definido por Constanza Symmes como “la gran ciudadanía cultural”, cuyo valor está ontológicamente validado por unos principios de acceso e inclusividad inscritos en el programa de gobierno de la Presidenta Bachelet.  

De tal manera, cualquier iniciativa que no asegure estos dos principios, deja de ser legítima.  Pero lo grave es que ambos principios, que deben caracterizar  la “cultura ciudadana”,  aparecen como condiciones  reversivas que definen el acceso y la inclusión a unas prácticas artísticas que en este proceso perderían su especificidad. 

¿Esto quiere decir que los objetivos de una política nacional de arte son convertir a los ciudadanos en artistas?

El objetivo sería que los ciudadanos tendrían que acceder a “lo propio” que define cada práctica y luego ser incluidos en un campo de reconocimiento, como efecto directo de una decisión que borraría la frontera entre arte y  vida cotidiana, superando la dicotomía entre productores y consumidores.   

Si esto fuese así, entonces ni siquiera se debiera estar discutiendo de Cerrillos o de cualquier otra iniciativa que no estuviese encaminada a borrar dicha distinción.  Lo cual señalaría la inminencia de una revolución metodológica y programática que pondría en duda el estatuto propio del artista, en el plan de desarrollo de una cultura ciudadana plena,  en el seno de la cual  se debe disolver su figura y posición, en provecho de la  aparición de una nueva categoría de artista-ciudadano, cuya producción estaría determinada por las demandas orgánicas del colectivo.  

El modelo de esta decisión no suficientemente aclarada por Estudios ni por el Área de artes visuales del CNCA estaría en la práctica colectiva de los  artista  muralistas, que recogerían de manera participativa las propuestas de una comunidad para terminar de proponer un diseño, que la comunidad aprobaría, y que los pintores tendrían que –a su vez- interpretar de la manera más certera posible.  En este terreno, siguiendo estas iniciativas comunitarias, los grabadores y ceramistas tendrían que  calificar sus capacidades etnográficas para recolectar los elementos más significativos del “alma popular”, para así poder traducirlos a un lenguaje gráfico. Igual cosa tendrían que hacer los escultores, pero en una dinámica más conmemorativa, por el manejo de mayores volúmenes de materia interpretable, que tendría que resumir  eficazmente las ensoñaciones  ceremoniales de poblaciones diversas.  Para terminar con las artes mediales y fotográficas, destinadas a registrar las pulsaciones del movimiento social del que serían sus dispositivos sismográficos ejemplares. ¿Qué tal?

Sin embargo, aquí hay algo que no cuadra.  La “gran ciudadanía cultural” poseería, a través de la conducción de los profesionales del CNCA, una idea precisa de lo que espera de los artistas.   Lo que no sabemos es si los artistas  conocen la naturaleza de las demandas de esta ciudadanía, de la que serían, obviamente, excluidos.  El teatro, por ejemplo, no tendría problemas, porque se entiende su dimensión política como una expansión colectiva, aunque formalizada, de la catarsis. En cambio las artes de la visualidad no consuelan; más bien, traen puros problemas porque lo único que hacen es generar conflictos de representación. De partida, poniendo en duda la propia representación, proclamando la preeminencia de unas artes de la presentatividad, como garantía de la disolución de la barrera entre arte y vida.


¿No estaríamos, acaso, poniendo al CADA como garante de la revolución que nos va a conducir, como país, a un cambio radical de los regímenes estéticos?  ¡Pero eso, querida Constanza Symmes, hay que decirlo, proclamarlo a los cuatro vientos, y poner el acento en la frase beuysiana fundamental que nos convierte, a cada uno de nosotros,  por el solo hecho de participar en este encuentro,  en escultores de nuestra propia existencia!

sábado, 26 de marzo de 2016

RETRATO DE GARDEL


Es una desgracia para el desarrollo de nuestros trabajos independientes tener que ocuparse de los excesos de habla del Ministro de ceremonias, porque hace perder mucho tiempo.  Habría que disponer de un blog especialmente destinado a comentar las tonteras que dice y denunciar las operaciones encubiertas de sus hombres de mano.  En lo que nos compete, no hay que permitirle,  ni a él ni a sus secuaces –a estas alturas ya lo son-  la indolente implementación de proyectos que se adelantan a la  cobertura jurídica que debiera contenerlos, porque todavía no ha sido sancionada en el parlamento la ley para un nuevo ministerio.

Sigamos avanzando en el estudio e interpretación de unas coyunturas en las que la combinación “arte y política” no necesitaba ser nombrada para operar como tal. Todavía no se había convertido en el negocio iconográfico y programático que fue montado durante el comienzo de la Transición Interminable. 



Hace exactamente un año escribí  APUNTES SOBRE LA EXPOSICIÓN DE UNA SELECCIÓN DE LA COLECCIÓN PEDRO MONTES, en cuyas páginas iniciales  sostuve lo siguiente:  “En la misma sala, dos retratos más: Dávila y Smythe. Retratos a lápiz. Aquí no hay carne. Solo retracción y fijación de la nostalgia. El retrato de Smythe es una transferencia de un afiche para un concierto en homenaje a Gardel y está fechado en  1974. Este es uno de los cuatro dibujos que Smythe colgó en la exposición de Leppe en Carmen Waugh. Así se daban las cosas. Leppe invitaba a Smythe a intervenir (en) su propia exposición. Y durante ésta, había una banda sonora “de fondo”. Se trataba de la canción de Ramón Aguilera,      .  Diré que en este dibujo está escrito el programa de la obra de Leppe entre 1979 y 1981. Pienso en al menos dos:  1)  la PRODUCCIÓN DEL VIDEO DE LA MADRE, en que Catalina Arroyo habla, en primer plano, para entregar rudimentos de la historia de la sentimentalidad de Leppe;  y 2)  la performance EL DIA QUE ME QUIERAS. Lo sorprendente es esto: una anticipación de la obra de Leppe en una pieza de Smythe. Esto no hace más que apuntar a las complicidades formales, afectivas y sensibles que anudan la relación entre ambos artistas. Aquí, en este dibujo, estaría “la prueba” de que la sentimentalidad de Leppe está “del lado” de Smythe, en la proximidad de 1975, y que ésta irá adquiriendo, con posterioridad, la cobertura vigilante de la escritura de Nelly Richard.  Este sería el momento en que habría disuelto  la complicidad con Smythe, acelerada por el viaje de este último a Italia. Insisto, por eso mismo,  que el punto de  partida de la escena-grafía de la madre, en Leppe, se realiza en la cercanía formal de Smythe. 



Lo que vendría luego sería  es la escritura de una Segunda Entrega, destinada a  trabajar sobre la complejidad que significó la obra de Francisco Smythe, en dos momentos que me parecen cruciales para una relectura de dicho período: 1974 y 1977.  Complejidad   abordada desde la exhibición de las obras que pertenecen a Paulina Humeres y que fueron exhibidas en la Galería D21, desde septiembre del 2015 en adelante. En este sentido, esta exposición fue una expansión de la anterior, en la que solo había un solo dibujo de Smythe:  Retrato de Gardel.  Y en esta medida, la Segunda Entrega es una expansión de la Primera, pensada para completar el análisis iniciado sobre el carácter de esa coyuntura gráfica de 1974, a la que ya me había referido a propósito de los dibujos de Dittborn  realizados en 1973.  Ocasión para la cual incorporé al análisis la denominación “sistema de bellas artes”, con el propósito de designar el espacio contra el cual luchaba –formalmente- Dittborn.  Sin embargo, dejé para más adelante las precisiones acerca de la configuración de este sistema y su modo de comportamiento en dicha coyuntura. Ha llegado el momento de continuar con dicho análisis, porque es preciso distinguir en dicho sistema la existencia de dos sub-sistemas, que denominaré “sistema gráfico” y “sistema manchístico”. Este último estará referido a sus dos vertientes que designaré con dos nombres “antiguos” que provocarán el horror  de no pocos contradictores, acostumbrados a la corrección política en el método y en las formas de narración de la pulsión de continuidad: el manchismo idealista y el manchismo materialista.  El primero, representado por Couve, el segundo, por Balmes. 

Cuando menciono el “sistema” contra el que Dittborn se levanta (insurrección de los signos) me refiero a ambos sub-sistemas y a la hegemonía del segundo sobre el primero,  a partir de la re-lectura que éste hace de la pintura de la pintura de Burchard como su “instancia de origen”, y que repercute en el espacio de la Facultad de 1970 a 1973. Se entenderá por qué esta  introducción se hace necesaria porque  redefine el rol   que en la Facultad tiene la construcción de un “sistema gráfico”  a partir del reconocimiento institucional de una práctica estudiantil caracterizada por la pobreza, en el uso de materiales básicos para satisfacer las exigencias de una enseñanza desde ya precarizada.  




Los estudiantes no disponían de los medios necesarios para adquirir telas de calidad  sobre las cuáles poder realizar las pinturas de gran formato (para la época) que las nuevas referencias informativas planteaban.  En cambio, la pintura plebeya depresiva se conmovía y se auto-complacía en el pequeño formato,  para cuya realización  tampoco invertía una gran cantidad de materiales, especialmente óleo de buena calidad.  La pintura de los estudiantes pasó a ser ejecutada sobre papel estraza  “tamaño mercurio” mediante el empleo de pintura al acrílico. El “tamaño mercurio” era lo suficientemente grande como para acoger las inversiones gestuales de la nueva enseñanza sesentera que  había comenzado a consolidarse progresivamente desde el arribo a Santiago de la gran exposición italiana que aparece consignada en la portada de la Revista de Arte Nº 8 (II época, julio-agosto 1957). 

jueves, 11 de febrero de 2016

USURPACIÓN DE FUNCIONES Y ABANDONO DE DEBERES.


En estos días, mientras los agentes involucrados discuten el  texto de la indicación sustitutiva para la creación del Ministerio de las Culturas, el  Ministro Ottone y sus asesores practican su desembarco en las trincheras de una DIBAM donde todos sus directivos han recibido la orden de capitular.  La operación política se adelanta a la ocupación legal. El Ministro Ottone está usurpando funciones, con la anuencia de la   Señora Madre. La Ministra Delpiano  incurre en flagrante abandono de deberes, desentendiéndose del frente de la DIBAM y entregando a sus soldados a ser capturados por la nueva institucionalidad que se (les) viene encima. 

Frente a la indolencia de sus asesores y la audacia megalómana de un destino  filial garantizado, al Ministro Ottone no le queda más que esperar. La venalidad de sus diputados  teatrales  habrá  concluido lo que les corresponde como expansión en el Parlamento de la mediocridad representacional de la política. Tenemos que aprender a vivir con eso.  

Entramos en la fase final de La exposición pendiente.  Museos de otros países han manifestado su interés en exhibirla. Sin embargo,  el Ministro Ottone requiere de un gran golpe de comunicaciones para demostrar que es alguien en el concierto  regional de las artes.   El traslado de esta exposición le cabe de anillo al dedo.  Para ello invade el MNBA y transgrede todos los procedimientos de  manejo de una exposición,   ninguneando estatutariamente  a su director y demostrando quien es el que (ya) manda.   Aún a costa de cometer graves infracciones jurídicas que debieran ser objeto de un análisis  de Contraloría.  

El director del MNBA depende del director de la DIBAM, el que a su vez depende de la Ministra de Educación.  La Señora  Presidenta ha dado luz verde a estos procedimientos de usurpación de funciones, por un lado,  y de defección funcionaria, por otro.  Todo esto es un botón  de muestra de un complejo  articulado de incompetencia, indolencia y amedrentamiento. Tres factores que ponen de manifiesto la voracidad de asesores obcecados en cumplir, cueste lo que cueste,  el propósito  que les han encomendado.  Bien por ellos.

El caso de la usurpación de funciones en el MNBA es  sintomático. Más aún, cuando  quien lidera la usurpación perdió  el concurso para la dirección del MNBA.  O sea, que fue vencido por Farriol.   Ciertamente, el poder de  estar en un gabinete proporciona los términos de una reparación que no oculta un preocupante rencor. 

Han dejado de  ser cuidadosos con las formas.  En verdad, nunca lo han sido.  No hay que perder el tiempo en tratar de entender.  Solo se soporta.  Como ellos mismos dicen, en política, es sin llorar.  Bueno, que les aproveche. Hay que estar lejos de ahí.

De todos modos, habría que hacerles recordar  a los intercesores que todo esto es “emífero”; o sea,  que a través de este lapsus de palabra  les  indico un principio:  que su poder  existe solo mientras el ministro lo permita.   De ahí la premura por  instalar planes  de trabajo y concretar nombramientos para reparticiones cuyas direcciones debieran quedar resueltas en lo que queda del gobierno.  Tienen una oportunidad histórica.

El objetivo de la usurpación de Ottone y su equipo es defenestrar a Farriol y a Cabezas.  De este último solo se rumorea que no pasa marzo. Y que con él caería Farriol.  Ya llevan un año anunciando lo mismo.  Y no han caído.   Pero ahora, a este último lo han metido en la trampa de trasladar una exposición sobre cuya logística carece de vital información.  Demostrada su incompetencia no quedaría más que su  despido.  Lo cual debiera abrir un proceso de concurso para el cargo y sabemos muy bien cuales son sus resultados. Ya tenemos dos grandes centros donde la lógica ha sido la del botín político compensatorio. 

En este caso,  nos queda pensar que  los asesores ya están haciendo cálculos para designar en ese lugar a colegas académicos cercanos que han venido haciendo campaña en las redes  culturales.   Aunque no sería del todo  presentable pasar de asesor de gabinete a director de museo.   Así las cosas,  en el campo de las artes visuales se prepara el camino  para  la fidelización de los colegas  y  se proclama la subordinación del museo a un Plan de Desarrollo de la Musealidad, del Coleccionismo, del Archivo y de la Promoción de Carreras  que  la escena  todavía no conoce, pero de cuya existencia ya está advertida a través del descubrimiento de planes de enganche de personal  y de traslado de servicios hacia nuevas estructuras,  dando por sentado que la usurpación de funciones será convenientemente regularizada.   




miércoles, 20 de enero de 2016

CORTINA DE HUMO


En la mañana de  ayer martes,  a propósito del humo del incendio en el vertedero de Santa Marta, autoridades se han hecho notar a través de dos declaraciones: primero, el humo no es tóxico; segundo, el olor es psicológico.  Lo que fascina en esta prestación es la arrogancia enunciativa, donde se hace manifiesta toda una proxémica y una fisiognómica del carepalismo.  Es verdad porque lo digo yo, facultado por quien me autoriza para decirla. 

Estas declaraciones  son ejemplares y  se combinan con las del Ministro Ottone el sábado 16, a propósito del manejo del conflicto de los trabajadores de la DIBAM.  Ambas situaciones están conectadas por el rol de las cortinas de humo en la producción política.   El Ministro posee un eficiente aparato de comunicaciones que ha montado su credibilidad en la procedencia francesa de su (in)formación. De modo que él bien sabe lo que significa, en francés,  el término langue-de-bois. 

Es la lengua que se mueve y que opera  en el orificio vocal de una cara esculpida en un figurín que permanece disociado, en su expresión, del enunciado que sostiene. 

Todo esto tiene que ver con el lenguaje prefigurado de la política, en que las autoridades viven  (por)  la pasión del formato.

De ahí que, diga lo que diga el Ministro Ottone, su palabra no es creíble, sino apenas por quienes operan en sus servicios, porque la principal oposición que debe enfrentar es la fronda permanente que caracteriza la pragmática del CNCA. 

El problema, entonces, no está en lo bien o mal fundado de su proyecto, sino en la escasa confianza que su figura puede imprimir a sus acciones.   El proyecto no importa, sino en cuanto puede disminuir la conflictividad de las demandas sectoriales con promesas de mejoramiento efectivo de la gestión. 

Al Ministro no le queda  tiempo.  El gobierno ya está terminado.  La indicación sustitutiva carece de fuerza en los conceptos y en la legitimidad política,  solo faltando la fase de modulación parlamentaria;  último recurso con que el ministro amenaza a las comunidades artísticas y de la gestión.

El Ministro está seguro de disponer de una correlación favorable, de modo que puede amedrentar a quienes harán fila para presentar indicaciones. Pero es aquí donde su langue-de-bois se desarma, puesto que no ha logrado retenerse al  adelantar una  jugada por la que  presume que  las indicaciones ya están respondidas por anticipado y que el desfile de objetores solo será un ejercicio ceremonial.   

Es así como ya ha legitimado operaciones similares en concursos públicos donde la decisión ya estaba tomada y solo faltaba cumplir con el teatro de una falsa transparencia.   Sacrificando, de paso,  a  cándidos concursantes que habían  ya probado su lealtad en las comisiones de cultura durante el período de la Campaña electoral de la  Presidenta.  El sabrá a qué me refiero.

El broche de oro de su indolencia, sin embargo, está en la frase con que La Tercera ilustra su bajada en la entrevista del sábado 16 de enero: “Fue una señal de alerta no ver público manifestarse por el paro”.  

La comparación directa son los paros del Registro Civil y de los trabajadores de la Dirección de Aeronáutica.  Pero él sabe de sobra que se trata de públicos diferenciados: en ambos casos, el público se manifestaba ante una carencia directa; en el primero, de documentación; en el segundo, de traslado. El público de una biblioteca y de un museo establece relaciones mucho más mediadas con su objeto.  El silencio y la decepción son una forma de manifestarse.  

Sin embargo, con total  indolencia, el ministro   incita al público “a tomar la justicia en sus manos”  para enfrentar a los trabajadores.   Promueve  un “castigo ciudadano” como fetiche comunicacional destinado a desviar la atención de  sus debilidades.  No tiene medida para sus palabras porque sabe que la cortina de humo para su impunidad enunciativa está funcionando. 

El esquema es simple y no menos eficaz: en la introducción de su entrevista endosa a los trabajadores  toda  la responsabilidad  de la situación,  para introducir el relato de su proyecto y la solución institucional que él representa.   La forma es previsible: demonización del adversario y  lengua-de-palo para el relato  de lo que hasta el momento es tan solo un protocolo de intenciones. 

Lo que se prepara, entonces, es el teatro de las observaciones al proyecto, en el parlamento.  Ya fuimos testigos a través del Canal de la Cámara de la sesión en que la comisión de cultura de los diputados recibió al ministro y a los trabajadores.  La obsecuencia  de  algunos diputados en el  trato apresurado y discriminatorio respecto del discurso de los trabajadores es uno de los efectos  visibles  del lobby ministerial para blindar el   texto. 

El trabajo previo de la Ministra del Teatro al liderar la incrustación del teatro como  asignatura en enseñanza básica y media,  ya ha preparado el camino.