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sábado, 5 de mayo de 2018

LA IMAGEN ANHELADA (3).

En mayo-junio de 1986,  Eugenio Dittborn publicó un libro de pequeño formato, determinado por el sistema de corte de papel que resultara más económico. No era una medida de ahorro, sino de precisión metodológica en relación al uso adecuado de la tolerancia de los formatos industriales. El diseño fue obra de Pablo Martínez y reunió tres textos,  distribuidos según cambios tipográficos significativos, y que pertenecían al filósofo Pablo Oyarzún, al poeta Gonzalo Muñoz y al propio Eugenio Dittborn.  En la nota de final de edición se señala que este libro fue impreso gracias a la beca Guggenheim que le fue atribuida a Eugenio Dittborn en 1985.



El título del libro es “Envío de Eugenio Dittborn a la 5ª Bienal de Sidney, 1984” y está señalado en su primera página. La portada está hecha con una cartulina en la que se  ha impreso en serigrafía  -suponemos-  una obra de Dittborn, pero que ha sido cortada para cubrir el formato requerido.  Este no es un dato menor.  Las impresiones serigráficas son cortadas de acuerdo a un cálculo que permite aprovechar al máximo la lámina.  Una lámina cortada termina siendo la portada de la publicación.  La superficie plegada sirve de cubierta a un objeto editorial. Luego, en las dos páginas siguientes aparecen,  por la izquierda,  la cita de un fragmento extraído de la Revista Reader´s Digest, de abril de 1981,  cuyo título es “Borrón y cuenta nueva”, en que se acuña la frase que dará el título a la obra con que Dittborn realizará el envío. Este es el texto que ya había sido “publicado” por Dittborn en el libro-único  que ya he mencionado. 

Regresando al pequeño libro de 1986, en la página derecha , entonces,  Dittborn publica la ficha técnica y señala el título: “Un día entero de mi vida (Polítptico)” (dimensiones 2 módulos de 240x152 cms. + 2 módulos de 240x80 cms).  Fecha de producción: Agosto-diciembre de 1983.  Lugar y fecha de exhibición: 5ª Bienal de Sidney, abril.junio de 1984, Sidney, Australia.

Acto seguido, en páginas siguientes aparecen los textos de Pablo Oyarzún (“Un salvataje”), de Gonzálo Muñoz (El Velo) y del propio Eugenio Dittborn (“TRANSaPARiENCIA”).  En el librillo, la única imagen que aparece es la de las cajas (bloques) de texto. En Dittborn, la letra (hace) figura.

No es un catálogo. La obra fue presentada en Australia  durante la mitad del año en 1984. Sin embargo, antes de su embalaje y de su traslado, fue exhibida  durante algunos días en la Galería SUR (Santiago de Chile).  Ahora bien: este libro fue producido dos años después de esta presentación y  expone  todas las características de su autonomía. De modo que “Un día entero de mi vida” es un título que fue conocido de manera pública en diciembre de 1983, y luego volvió a comparecer a raíz de la publicación del pequeño libro, en 1986.

Sin embargo esa ocasión no fue la primera. En verdad, es preciso remitirse a la edición de “Fallo fotográfico”,  “edición de grabado” producido por  Eugenio Dittborn en julio de 1981,  que en una de sus páginas recorta una fotocopia del fragmento de la revista Reader´s Digest  -mencionado  anteriormente-  y lo pega a mitad de página,  como si fuera el pie de página de la ficha de Juana Barrientos Novoa (a) “La mancha”, delincuente encargada por hurtos reiterados.



No es un elemento a desconsiderar el hecho que el apodo de la mujer delincuente sea “La mancha”,  en la medida que el relato del niño en el fragmento “Borrón y cuenta nueva” está centrado en cómo éste mancha su ropa después de jugar y  de cómo  es increpado por ese hecho.   Pero el enunciado del niño pone a la madre “en su lugar”.  Se da en el pecho unas palmadas de aprobación y declara: “Un día entero de mi vida”.  Luego, en la parte inferior de la página, Dittborn escribe con  un lápiz de fieltro y con letra imprenta: “Una fotografía es Un día entero de mi vida”. Lo curioso es que la madre, en cierta manera, criminaliza al hijo,  poniéndolo en relación  de imagen con la delincuente.  A través del apodo, ambos sujetos (niño/mujer), son puestos en des/equilibrio social.

Ahora bien:  “un día entero de mi vida”  será convertida en un emblema distintivo de la obra de Dittborn en la coyuntura de  abril-julio de 1981.  Justamente, es en abril que  descubre el fragmento impreso en el Reader´s Digest y lo fotocopia para recortarlo y pegarlo en la  matriz para la impresión de una de las páginas de  “Fallo fotográfico”.  Pero el fragmento fue primero copiado a máquina por el propio Dittborn,  sobre una cartulina cubierta parcialmente de una mancha de pintura rosada, bajo el título ya mencionado: “Borrón y cuenta nueva”.

En la página izquierda, Dittborn imprimió sobre papel secante la imagen en negativo de una fotografía encontrada, a la que tituló “Afrodita Antofagasta”, que ya había utilizado, reproducida en copia positiva, en la portada del libro de Ronald Kay, “Del espacio de acá”, publicado en noviembre de 1980.

De este modo, el título  del envío de Dittborn a la 5ª Bienal de Sidney posee una historia de uso que determina su empleo estratégico, en 1984.  No solo ya había sido inscrito como un momento  gráfico significativo en un impreso en fotocopia que debía ser considerado “edición de grabado”, puesto que los ejemplares estaban numerados  a la manera como  se señala una serie de grabado, sino que aparece enunciada por vez primera en la portada del libro único que bajo el título  “Un día entero de mi vida” es producido por Dittborn entre abril y mayo de 1981.


sábado, 10 de septiembre de 2016

TINTA NEGRA

Hubo una época en que trabajé de dibujante de proyectos eléctricos y me convertí en el rey del rapidograph.  Nadie sabe que seguí  como oyente el curso de Polo Benitez en la Católica. Quise cambiarme de carrera y no me resultó.  Me pasé noches enteras en el Campus Lo Contador ayudando a pasar en limpio las entregas de taller de unos compañeros que me enseñaron a imprimir en serigrafía.  Por eso, cuando conocí a Dittborn, a finales del año 80, entendí la fascinación de éste por la regularidad del dibujo técnico y el valor de la densidad de la tinta china. Recuerdo que es el año de mi primera lectura de los textos de Marc Devade, el pintor y teórico francés, que falleció tiempo después a raíz de una crisis a los riñones.  En sus textos hablaba de dibujos que hacía diluyendo tinta en agua destilada. 

Entonces fui invitado por Dittborn a visitar la exposición que montó en Galería SUR para servir de marco enunciativo a la presentación de los dos libros canónicos del arte chileno.  Era una instalación realizada con láminas de cartón piedra dispuestas en damero  en la sala,  que tenían  impresas en serigrafía tres regímenes de figuración: una fotografía de paisaje, una manuscripción semi-alfabética y un retrato de delincuente excavado desde las fosas  de revistas policiales perimidas. Estos regímenes estaban impresos en distinta proporción de puntos y en distinto porcentaje de densidad.  Estas son las imágenes que instalaron el principio de la Letra que (hace) Figura.  Estoy hablando de diciembre de 1980.

En 1985 hice clases de tecnologías de los medios en varios institutos, algunos de los cuáles, en condiciones pedagógicas miserables. Ganaba muy poco, gastaba muy poco, escribía mucho.  Y conocía gente que podía transferir imágenes a kodalit  -en alto contraste-  porque era mi conexión básica con la gráfica de “antes”, cuando imprimíamos las portadas del folleto programático del Movimiento 11 de Agosto y las colgábamos a secar en “el túnel”.  La tinta que usábamos era untuosa y la malla de punto grueso.

Por ese entonces, tenía relación con el grupo de amigos más cercano de Juan Maino, detenido-desaparecido desde 19XX.  Ese año resolvieron hacer una acción gráfica para recordarlo.  Imprimimos un centenar de fotografías de Juan Maino, tamaño natural, que pegaríamos en los lugares de la ciudad por los que él circulaba.  Eso quería decir frente al kiosko cercano a su casa, la puerta de su taller de fotografía, la pared del edificio donde vivía,  el muro de una agencia jesuita en la que trabajó, la puerta de la capilla de Lo Hermida, por mencionar algunos.  Así se hizo.  Amigas de su madre, amigos de trabajo, compañeros del MAPU,  se organizaron para pegar esos  impresos de tamaño natural. 

Para la confección de la matriz me dieron un dato. Pero no se podía hacer de una sola vez, ya que no existía en el mercado un rollo de kodalith de ese tamaño. De modo que hubo una persona que hizo la ampliación sobre una gran cantidad de láminas de kodalith de tamaño  más pequeño, probablemente de tamaño carta, y los hizo calzar con mucho cuidado. Así obtuvimos una matriz que luego llevaron a ¡Estudios Norte! Donde fueron impresas.

Los amigos de Juan Maino no querían que fuese un “trabajo de arte”, sino de denuncia directa, con todas las restricciones y peligros que eso significaba en abril de 1985.   El punto de la discusión se centró en la necesidad de sobre imprimir la pregunta “¿Dónde está?”, cruzada, en diagonal, sobre la imagen del cuerpo.  Su condición enigmática, sin la frase, la hacía quedar en la proximidad del acto performativo de unas personas que ponen a circular en la ciudad la imagen-del-cuerpo-que-falta.  La impresión de la pregunta, en cambio, era interpelativa.  Finalmente, resolvieron sobre imprimir mediante un stencil, la pregunta que he mencionado.

Hablé de la tinta untuosa y del  tejido grueso de la malla. Todo esto, para decir que una vez impreso, la tinta forma un  diminuto relieve que se hace perceptible al tacto.
Cuando nos reunimos al final del día de la intervención en una capilla a realizar un acto litúrgico  en su memoria, una de sus hermanas tomó el impreso y lo palpó, percibiendo el relieve del grano de la imagen y dejó escapar la siguiente frase: “Mamá, mira, tiene cuerpo”.