lunes, 14 de enero de 2019

MANET, CÉZANNE, PINTO, COLVIN.


En el año 1950 tuvo lugar en el Museo Nacional de Bellas Artes la exposición francesa “De Manet a nuestros días”, organizada por la AFAA, institución delegada del Ministerio de Asuntos Exteriores para estos efectos. Lo que importa es saber que ésta fue la primera gran exposición internacional de peso que se montó en nuestro país y que tuvo un efecto de no-retorno en la escena plástica de ese entonces, porque las obras de los artistas franceses de ese último período no hicieron más que confirmar las opciones formales de los jóvenes estudiantes de la Escuela de Bellas Artes. Fue un espaldarazo elocuente a las experiencias iniciales del Grupo de Estudiantes Plásticos, que prácticamente acampó en el museo mientras duró la exposición.

Tuve la ocasión de visitar el Archivo de la Diplomacia Francesa, en Nantes, donde pude revisar las cajas de documentos y recortes de prensa sobre el itinerario de esta exposición, que pasó por Caracas, Lima, Santiago, Buenos Aires, Santa Fe, Rosario, Sao Paulo y Rio.  No deja de ser sorprendente que fuese en Nantes donde pude leer declaraciones de profesores de la escuela que prevenían a los jóvenes estudiantes de los efectos nocivos de un arte moderno exacerbado. Son cosas de no creer, como las columnas de don Nathanael Yáñez Silva en El Mercurio, en contra de la exposición. A raíz de lo cual fue reemplazado por Antonio R. Romera, que en ese entonces escribía para El Diario Ilustrado.

Bien. En junio de 1968 se expuso en el Museo de Arte Contemporáneo, la exposición “De Cézanne a Miró”, organizada por el International Council del MoMA  y tuvo un efecto mediático extraordinario. Nada más que para comparar, la exposición francesa de 1950 no tuvo la misma repercusión. Era otro país, porque eran otros los medios de comunicación. Pero más que nada, la exposición de 1950 tuvo un efecto constructivo en la escena de arte, de manera particular, mientras que la exposición de 1968 tuvo un efecto difusivo sin parangón, en el público en general. En veinte años habían ocurrido algunas cosas significativas en el arte chileno. No olvidar, el gran premio del Salón Oficial de 1958, que ganó José Balmes. Tampoco, la “invención” del Grupo Signo, en 1962.  Y menos, aún, el premio de Marta Colvin en la Bienal de Sao Paulo de 1965.

Pero las cosas no caen por si solas. En junio y julio de 1952, tiene lugar en el MNBA la “Segunda Exposición de Plástica Francesa Contemporánea”, que corresponde al Envío de Francia a la Bienal de Sao Paulo. Es decir, ya en 1952 se presentan en Chile exposiciones que van o que regresan de la Bienal de Sao Paulo. Pero esta es una exposición presentada bajo los auspicios del Ministerio de Educación Pública y de la Universidad de Chile por el Instituto de Extensión de Artes Plásticas de la Universidad. 

(Gentileza de Ernesto Muñoz)


¡Qué curioso! No tenía noción de una persistencia semejante. El comité organizador francés estaba presidido por Jean Cassou, en ese entonces conservador en jefe del Museo Nacional de Arte Moderno de París. En esa época no existían los curadores. Había conservadores y comisarios. Sobre la evolución del léxico, habría que hacer un encuentro, ¿verdad? De todos modos, no hay que dejar pasar un detalle. En ese comité de 1952 estaba presente Jacques Lassaigne, crítico de arte. Este señor, en 1965, será el presidente del jurado que le otorgará el premio de escultura de la Bienal de Sao Paulo, a Marta Colvin.  Pero ella ya tenía casi dos décadas teniendo una relación permanente con la crítica de arte y la historia de arte parisina; sobre todo, con Jean Cassou, Jacques Lassaigne, Pierre Volboult, entre otros.

Lo anterior, que sirva para estudiar experiencias de internacionalización. Lo primero, persistencia; lo segundo, consistencia. Lo tercero, insistencia.

Sin embargo, el catálogo del envío francés de 1952, que fue expuesto en el Museo de Bellas Artes, y que tiene en su portada una reproducción de una obra de Picasso, posee otro detalle. En su página 44 aparece la ficha de una de las artistas francesas que forman parte de la sección de escultura del envío, editada entre  Albert Giacometti y  Germaine Richier.

Veamos qué dice la ficha: “Marie-Therese PINTO, nació en Santiago (Chile); hija de un embajador chileno es llevada a Europa en sus primeros años. Reside en Alemania, Inglaterra, Italia y Francia. Sus estudios de escultura comienzan en Itaia, de allí pasa a Francia, donde trabaja con los maestros Brancusi y Laurens. Bajo su dirección, su plástica se libera de la disciplina tradicionalista que le había impuesto el ambiente de Italia. Ha expuesto en la sala Paul Guillaume que antes de la guerra era un recinto en que se admitía sólo a los verdaderos valores. Su inquietud la lleva a Egipto, la trae a América. Viaja por Estados Unidos, México y Guatemala. Influenciada por el arte precolombino crea su Colonne y su Sphinx. Además de sus exposiciones en Europa ha realizado una exposición en Mexico que alcanzó éxito sobresaliente”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario