Hace ya varios años hice la distinción entre historias de hilo e historias de corte y confección. Una conduce a la otra. Sin
embargo, la primeras remiten a los textiles como fundamento, mientras que la
segundas están referidas a la manufactura del vestuario. Peor aún, como doble de cuerpo que se distingue,
además, por el efecto y el afecto de la decoración. El lujo hace avanzar la
historia del vestuario, escribía Marcel Mauss en su viejo manual.
En 1980 escribí una novela –Primera Línea- que fue publicada en el 2010 en Talca. Lo que
importa, para esta columna es que los personajes estaban nombrados de acuerdo a
la ropa que llevaban puesta. Luego, hace unos años, pude leer el magnífico
estudio de Pia Montalva, Tejidos blandos.
Mi interés, por ejemplo, estaba puesto en el vestuario de la “economía hacia
adentro”, que nos hacía conformar con los jeans
de Fábrica de Ropa El As. Finalmente, en mi breve paso por la universidad, tuve
la iniciativa de hacer clases de costura en un curso de “textos de arte”, pero
hubo estudiantes que se quejaron porque no les pasaba la materia.
En estos días, me han obsequiado el catálogo de
la exposición de Anni y Josef Albers en el Reina Sofía, donde se rinde tributo
a sus maestros, los tejedores andinos. Pero fue Eugenio Dittborn que me llevó
en enero de 1981 a un local en el barrio Exposición donde vendían sacos nuevos
y sacos remendados. Era un laboratorio
de fenomenología. La materialidad del hilo fijó el interés que tengo por el
modelo radical que supone la costura como anticipación gráfica. Algún escritor
sometido a las analogías dependientes me sometió a la precedencia procedimental
de Burri y de Berni. Craso error de lectura. Están hablando de otra episteme. Coser es escribir. (Aprendí a
leer y a escribir sobre la cubierta de una máquina de coser Husqvarna).
El próximo
9 de enero, en el MAC – Valdivia, inauguro una exposición que lleva por título
HISTORIAS DE HILO y que reúne a cinco artistas -Denise Blanchard, Andrea
Fischer, Cecilia Juillerat, Fernanda Gutiérrez y Maite Izquierdo- que se han
caracterizado por colocar su trabajo en la escena del arte chileno, practicando
sus diagramas de obra sobre diversos soportes, que van desde la gráfica hasta
las instalaciones, pasando por las esculturas textiles.
Dicho así, no es posible hacerse una
idea de lo que esto significa, tanto en el terreno simbólico como en el terreno
artístico; todo esto, teniendo que ver con operaciones que están inscritas en
la historia de Occidente: el mito de Filómela y el relato de Penélope. Sin
embargo, debo agregar dos historias más, que actúan como verdaderos modelos de
trabajo. Me refiero al mito de Procusto y al relato de la invención de la pintura. Hay que tomar en cuenta que todas éstas son
historias griegas que relatan historias de violencia, de reencuentros filiales
y de metamorfosis. Son nuestras historias
griegas del arte chileno. De absoluta actualidad.
Filómela es la mujer violentada en que
el victimario, para impedir ser delatado, corta su lengua. Ella borda en una
tela la letra del relato del ultraje. Literalmente, al pie de la letra.
Penélope es la que ya se sabe, deshace lo que teje durante el día para mantener
a distancia a los pretendientes. Pero lo que no se piensa a menudo es que
Telémaco insiste en que resista para defender su patrimonio. Sale a la búsqueda
del padre para que se regrese; de lo contrario, lo perderá todo. De ahí, las
historias de hilo son historias, también, de re/parternalización.
Procusto donde ofrecía hospitalidad al viajero solitario y lo
invitaba a tumbarse en una cama de hierro donde, mientras éste dormía, lo
amordazaba y ataba a las cuatro esquinas del lecho. Si el cuerpo era más largo
que la cama, procedía a serrar las partes del cuerpo que sobresalían. Si, por
el contrario, era de menor longitud, lo descoyuntaba a martillazos hasta
estirarlo. Según otras versiones, nadie coincidía jamás con el tamaño de la
cama porque Procusto poseía una cama de
longitud ajustable.
En la
escena artística, estas historias toman cuerpo a través de la materialidad de
los hilos. Es el caso, cuando se toma el hilo de bordar y se lo hace sustituir
los trazos gráficos que se puede obtener mediante el empleo de un lápiz o de un
pincel. También, en cómo el tejido de una tela ya se constituye como un objeto
en sí mismo, que no representa más que la historia técnica de su factura. O
bien, en el modo como se amarra un bulto, que posee una determinada densidad,
que lo hace asemejarse a un cuerpo desfallecido, envuelto en su mortaja.
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