Hace un par de meses Francisca Aninat presentó
en el CEdA un conjunto de libros/pintura
que luego expondría en Turín. Semanas
después, en Ch.ACO, el editor paulista Luiz Vieira presentó entre todo lo que
exhibió como línea editorial, un libro/textura
en el que Francisca Aninat había estado trabajando durante el 2017. Luego, hace
un par de días, me ha entrevistado para la realización de una nueva producción
editorial. Todo esto indica una cosa: la importancia que ha adquirido el soporte/formato libro en la producción
de una artista visual.
¡Por favor! No estamos en el canon del “libro de artista”. En algún
momento, el libro apareció como la diversificación de un mercado practicable
por astutos grabadores. Pero en nuestro país no tuvo mucho éxito. Al fin y al
cabo, fiel al género nuevo del “grabado expandido”, el libro-de-artista
apareció como un nuevo modelo de negocio, similar al foto-libro, que en
términos formales, es comparable al “libro-de-autor”. Ahora, hablar de
“libro-de-autor” solo es una distinción económica, fuera del formato dominante
de la industria editorial. La
autoralidad se resolvería en el terreno de una cierta infracción de las leyes
dominantes del mercado editorial, que rigen la distinción entre monografías
sobre fotógrafos determinados, libros de fotógrafos sin criterio editorial (que
los hay en demasía) o reportajes-ensayo realizados por fotógrafos Es decir, solo se verificaría en un rango de
perturbación regulada destinada a acrecentar el valor por la vía de una
producción de excepción.
Sin embargo, los libros de Francisca Aninat no
cumplen con los ritos; ni de los libros-de-artista, ni de los libros-de-autor.
Sin embargo, el libro-de-autor es el que más se acerca al foto-libro, si
queremos rescatar a éste último de una compleja dependencia de la gran
industria editorial como objeto exótico. Al respecto, el editor español Horacio
Fernández acaba de publicar una nueva versión del foto-libro chileno. No hay
que esperar mucho de sus definiciones conceptuales, si bien es absolutamente
necesario celebrar la exhaustividad del trabajo. Más allá de algunas
confusiones inter-formatos, el libro contiene unos hallazgos
sorprendentes.
Ahora bien: en el caso de Francisca Aninat estamos
en el espacio del libro como soporte
de trabajo visual, transformado en formato de acogida para inversiones formales
que reproducen efectos gráficos y picto-gráficos significativos, que combinan
diversas tecnologías de exhibición. En el caso de Turín, el dispositivo de
exhibición consistía en un pupitre con
la superficie inclinada, de esos que se usaban en las antiguas oficinas de
contabilidad. Este dato es importante.
El libro-pintura se re/vierte en una pintura de pequeño formato que ha sido
obligada a comparecer acomodándose a la definición del libro; es decir, a un
empaste (sujeción) y a una secuencia de paso de las hojas. Es preciso untar la punta de los dedos con
saliva. Las telas no están enmarcadas, sino que han sido sujetadas por un
dispositivo de empaste, (manu)facturando un libro-de-trapo. Lo que debe ser conectado, aquí, es un
dispositivo de sujeción expandida con
un dispositivo de concreción intensiva;
es decir, lo que debe ser pensado es la densidad que se ha instalado en el paso
desde el espacio-del-cuadro al espacio-del-libro. En esto consiste la
operación de desplazar un objeto colgado en una superficie mural, para convertirlo
en un manuscrito iluminado y
ofrecerlo al tacto, extendido sobre una mesa. En suma, someter al monje al
riesgo de ser envenenado. El nombre de la rosa, dixit.
Hay que resolver, sin embargo, en la
pintura/libro de Francisca Aninat, lo que corresponde al espacio del manuscrito
propiamente, y lo que va de la decoración de la letra. No por decorativo, menos
significativa. En las pinturas/libro la letra está ausente, no por una falta,
sino por la decisión formal de anticipación del terreno del impreso, mediante
un matado de tela destinado a señalar
el origen de su materialidad. Lo que hay, en esas telas cortadas, plegadas y
cosidas, profusamente, son signos pre/alfabéticos; que puedo denominar momentos de constructividad mínima, que
deben ser recogidos en un formato que permita el acceso a su revés. De este
modo, el libro habilita para acceder a lo que hay “detrás”, sin dejar de ser un
“delante”.
El detrás de la izquierda se lee junto al
delante de la derecha. Este es el comienzo del libro. De todos modos, Francisca
Aninat ha tenido que solicitar la colaboración de la pintura para recordar que
la impresión de la letra solo regulariza –tipográficamente- algo que la
antecede como una mancha. ¿Cuál es el afán por exhibir a des/regulación ya
codificada de los pliegos? Hay maneras para designarlos. Los podemos encontrar
en las láminas de la Enciclopedia. Aquí, el saber de Francisca Aninat nos
obliga a una erudición suplementaria. Ya no hay pliegos, ni pliegues, sino
sábanas dobladas y remendadas, recogidas y guardadas en grandes depósitos; en
roperos normandos.
En Concepción, en el Parque Ecuador, se levantó
un monumento a los ciudadanos franceses de la ciudad que partieron a combatir
en la guerra de 1914-1918. No todos regresaron. Sus nombres están fundidos en
unas páginas de bronce incrustadas en la base de la estructura, en cuyo extremo
hay un casco francés sobre una guerrera doblada con cuidado, como las sábanas
de estas pinturas/libros, sin empastar.
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