miércoles, 20 de septiembre de 2017

PREPARACIÓN DEL ENCUENTRO DE CÓRDOBA.


 La última vez que estuve en Córdoba fue el 22 de septiembre del 2015, en el Palacio Ferreira, en que presenté  el libro Escenas Locales[1] ante un público formado principalmente por gente de museos y de gestión de arte contemporáneo. En este libro, entre las páginas 156 y 163 publiqué tres textos que había escrito sobre una clínica de arte contemporáneo que había realizado en noviembre del 2012. Lo que puedo decir es que en esas páginas hay una mención específica a lo que he denominado gestión de arte contemporáneo. En cambio, entre las páginas 163 y 171 publiqué un ensayo corto en que sostenía la hipótesis acerca de un centro cultural como dispositivo de aceleración del imaginario social. De este modo, abordaba una distinción que en la experiencia de dirección de una institución cultural compleja resultaba esclarecedora para establecer algunos parámetros sobre las funciones de un nuevo espacio laboral  que se había constituido en las dos últimas décadas: la gestión cultural.

Ahora, dos años después, he sido invitado a Córdoba[2], nuevamente, para referirme a la posición del gestor cultural como conceptor.  Sin embargo, debo explicar el por qué de la perspectiva que asumí, optando por  una solución de compromiso entre dos hipótesis. La primera  consistía en imaginar al gestor cultural como un agente intersticial; mientras que la segunda apuntaba a convertirlo en un funcionario de las condiciones de manejo de poblaciones vulnerables. Aunque esta segunda denominación satisface una demanda local “muy chilena”, avalada por las invenciones de programas de asistencia creativa promovidos y desarrollados por el Consejo Nacional de la Cultura y de las Artes.  Demanda que se enfrenta a una inevitable transformación del gestor cultural en un pequeño empresario de iniciativas que pasan a configurar el nuevo espacio de la “economía creativa”.

La hipótesis del gestor cultural como agente intersticial supone su incorporación a estructuras públicas en cuyo seno éste desarrolla plataformas alternativas de sustitución de actividad partidaria. Lo cual  tiene una duración que depende de lo que la tolerancia de la autoridad superior  permita.  De lo contrario, cultura en los municipios  es un ítem que pasa a configurar un nuevo espacio laboral porque son ellos los encargados de administrar los nuevos centros culturales  en ciudades de más de 50.000 habitantes.  Muchos municipios carecen de  pertinencia profesional para asumir estas responsabilidades y la gestión cultural  emerge como un “yacimiento” para una empleabilidad intra-institucional.  En algunos casos se  le atribuye a la gestión cultural simplemente el rol de producción de eventos.  De ahí que surgen organismos de formación apoyados por financiamiento europeo para capacitar a un personal de nuevo tipo que tendrá que hacerse cargo de las iniciativas  implicadas en las nuevas habilidades exigidas.  De este modo, del intersticio se ha pasado a la formación funcional, “como tiene que ser”,  destinada a fortalecer la productividad programática de un funcionariato  público que va a tener que luchar por ser reconocido como un agente más complejo que ser  un simple operador de relaciones públicas del alcalde.  Y en cuanto al sector privado, lo que queda no es más que la conversión del gestor cultural en pequeño empresario de una incipiente “economía creativa” local. 

Verán ustedes que entre el gestor como funcionario municipal en forma y el gestor empresario se instala una diferencia de destino, porque el primero está orientado a producir vínculo social en un marco de carencias simbólicas y materiales, mientras el segundo está empeñado en agregar valor a las demandas de unos clientes que configuran un mercado específico en la industria del ocio.  Mientras el agente de función pública se ocupa de satisfacer carencias, el agente de economía creativa opera en una zona deseante,  de preferencia ligada a la industria del espectáculo y del entretenimiento.  
De acuerdo a lo anterior,  el gestor cultural entendido como agitador de potencialidad transformadora en los intersticios dio paso al gestor cultural como operador de un mercado de la cultura que debe ser tratado de manera singular.  Todo esto no demoró más de dos décadas. En algunos países se adelantó el arribo del gestor de marketing, si bien, en algunas zonas del continente, gracias a iniciativas estatales,  se prolongó la existencia de acciones  de explotación intersticial. De todos modos, hemos asistido inevitable e invariablemente a un tipo de especialización de programadores de espectáculos teatrales y coreográficos,  que involucran sectores de la industria ya existentes y que en algunos casos presentaban conductas recesivas, como la industria editorial, la industria audiovisual y la industria del turismo. 
En algunos casos se ha dado a entender que la formación y especialización en prácticas propias del teatro y la danza, ya sea en el terreno de la escenografía,  como de la iluminación y del sonido, por mencionar algunas, son del dominio de la gestión cultural, cuando en el fondo no son más que las condiciones técnicas mínimas para que funcione un espectáculo.
Es preciso hacer notar que la gestión de artes visuales y la gestión patrimonial no están incluidas en la descripción anterior porque no constituyen una industria; a menos que se entienda que ciertas iniciativas productivas asociadas  determinan una capacidad de las artes visuales a  requerir de servicios altamente especializados como lo son el embalaje, el transporte, los seguros, la museología, la edición de catálogos y de material pedagógico. De este modo se entiende que una exposición no es más que la punta visible de una gran máquina económica que hace funcionar, como digo, a estos sectores asociados.  De un modo análogo, la gestión patrimonial es asociada a menudo  a la acción de agencias sin fines de lucro y a proyectos de manejo territorial ligados a la industria del turismo. 
El título de la conferencia en Córdoba será El gestor como conceptor. Pues bien, se trata de abordar esta transformación del estatuto del gestor cultural, abriendo el camino a la recuperación, tanto  de experiencias intersticiales como de experiencias de apertura de mercados culturales; es decir,  en  que se entiende la cultura como un mercado que debe responder a unas demandas de clientes con grandes niveles de transversalidad social.  
No es esté particularmente de acuerdo con lo señalado en el párrafo anterior, sino que constato un “dato de realidad”, en que las prácticas intersticiales conviven con las prácticas de mercado,  sobre todo cuando nos vemos conminados a desarrollar proyectos de pequeña escala en sectores sociales muy singularizados. 




[1] MELLADO, Justo Pastor. “Escenas Locales. Ficción, historia y política en la gestión de arte contemporáneo”, Colección Textos Críticos, Curatoría Forense, Córdoba, 2015.
[2] IV Encuentro de Gestión Cultural organizado por la Subsecretaría de Cultura de la Secretaría de Extensión Universitaria de la Universidad Nacional de Córdoba en conjunto con la Secretaría de Cultura de la Municipalidad de Córdoba y el apoyo de la Red de Gestión Cultural Pública

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