El Ministro de Cultura viaja al Congreso a presentar su proyecto
de nuevo ministerio y no puede evitar
que los parlamentarios le pregunten por el Paro de la DIBAM. Es para agarrarse de los pelos.
Cada día que pasa supone la existencia de un protocolo de acuerdo que
nunca se verifica. Es como los acuerdos de cese del fuego que nadie
cumple. Pero por la mañana, hasta en el
diario que se distribuye en el Metro aparecía la noticia encubridora, sin que
él lo haya solicitado.
La Ministra del Teatro acude en su ayuda, pero con el abrazo
del oso. La inauguración del Festival Santiago a Mil es una muestra de cómo se
hacen las cosas, mediante la
articulación de contemporaneidad y tradición para compensar con la
carnavalización de la puesta en escena, la falla estructural de la
representación política chilena. La
criollización expresiva del texto shakespereano revela el alcance de la
indolencia formal, al no tomar en cuenta la merma de los traslados. Sin
embargo, las funciones a estadio lleno así como los exitosos pasacalles no
pueden ocultar que este festival posee unos efectos compensatorios destinados a
reorientar la energía del rencor ciudadano y convertirla en un flatus vocis.
De la calle al aula: ese fue el desplazamiento logrado por
la Ministra. Hacer que teatro sea una asignatura. Era el
premio parlamentario a la pequeña ciencia
del consuelo. Ahora si, el teatro se
incrusta en la teatralidad primaria de la escuela. Veremos que bueno sale de todo esto. Por de
pronto, acelera la depreciación de las
demás asignaturas “artísticas”. El teatro posee una voracidad institucionalizante
que lo subordina todo.
Santiago a Mil es
todo un “fenómeno epocal” en este terreno, que demuestra cómo es posible forjar
desde lo privado la extorsión de lo
público, para terminar formulando una política de desarrollo del teatro
chileno, que al CNCA le ha sido imposible levantar en una década. Bajo esta experiencia, Santiago a Mil no solo programa para el nicho de consumo que
representa el votante premium de la Nueva Mayoría, sino que
realiza a cabalidad el “chorreo” en regiones para producir la ilusión
consistente de la maternación de
públicos.
Valga preguntarse: si ya existe un Fondo de la Música y un
Fondo del Libro; y si Santiago a Mil
es la realización efectiva y anticipada de un Instituto Nacional del Teatro, ¿para qué insistir en un ministerio de las culturas, si las prácticas
pueden construir sus propias autonomías? Es así como se puede entender la importancia
que tiene en el nuevo diseño de este nuevo ministerio, la posición que ocupará
Patrimonio. Porque es lo único concreto
que va quedando para ser administrado.
Es decir: solo es ministerizable aquello que no es capaz de
levantarse como industria; es decir, las “artes visuales”, las culturas
originarias y el patrimonio como capital turístico.
Entonces, ¿qué lugar le asignamos a la DIBAM en este “mono”
por venir?
Nuestras bibliotecas
no son turistizables. Los libros exigen
un mínimo de atención. Su lectura
instala unas pausas en los manejos cotidianos del imaginario. El contacto con el libro promueve la autoreflexión y el valor
del silencio y de la soledad personal mínima.
¿Verdad? ¿Es muy tonto lo estoy diciendo?
Los museos tampoco son turistizables. Estación Mapocho no es el Pompidou, ni el
CCPLM el Museo de las Artes primeras. Pongamos
las cosas en su lugar. El MNBA no es el
Louvre. El MAC no es el PS1.
El turismo viene por añadidura. Un museo se define por su
rol en la economía simbólica de una ciudad.
Incluyendo el MNBA, que en su origen fue un jardín de invierno de la
oligarquía. Hoy día no da ni para salón
de otoño. Es un chiste. Los trabajadores saben a que me refiero.
Mientras tanto, el Paro de la DIBAM continua hasta que no se
firme algo más que un protocolo, que deje muy en claro que el conflicto no está
entrampado en discusiones sobre grados y ajustes salariales, sino en la
potestad de una práctica institucional para definir políticas. Entre tanto, se
hacen notar voces acerca de cómo a nadie le importa el paro, porque ese es el
nivel del trato ciudadano con el libro y la musealidad. En una odiosa comparación, se sostiene que la
DIBAM no es un servicio como el del Registro Civil o Aeronáutica. La DIBAM no
hace un uso abusivo de su posición en la estructura del Estado. No tiene con
qué abusar. Más bien, es constantemente abusada por sus propias autoridades,
que han favorecido sistemáticamente su
depreciación.
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