El
viernes de la semana pasada, en la Biblioteca Municipal de El Carmen, a
35 kms al sur de Chillán, se daba inicio a un seminario sobre Cultura y
Territorio, en el que se di iba a discutir una serie de problemas relativos al
rol diferenciador de la comuna en la perspectiva de la nueva Región de
Ñuble.
Mientras
tomábamos el café previo a la apertura, recibí un correo en el que remitían una
columna escrita por la periodista Vivian Lavín, de la Radio de la Universidad
de Chile (http://radio.uchile.cl/2016/01/15/nuestra-inferioridad-cultural?platform=hootsuite).
¡Cual no sería mi sorpresa al leer el
primer párrafo!:
“Mientras el arquitecto chileno Alejandro
Aravena es distinguido con el Premio Pritzker, el más importante galardón al
que un proyectista puede aspirar, conocido como el Premio Nobel de
Arquitectura, nosotros, los chilenos, celebramos los 10 años del Centro Cultural
Palacio La Moneda con una obra del maestro italiano Sandro Botticelli que, con
un metro de alto y solo 71 centímetros de ancho, resume las claves de lo que
fue el Renacimiento”.
El seminario abrió con la proyección de
una ponencia de Alejandro Aravena, en la que hablaba de su trabajo y planteaba
dos cuestiones: innovación y trabajo con las comunidades. Pero había un
agregado: coordinación y sentido común. Todas estas ideas circularon para dar
comienzo al seminario. De modo que,
tomando estas dos últimas nociones,
abordé mi tema tomando como eje el caso de la organización de los
productores de castañas de la comuna.
Los hombres producen sus condiciones
culturales de reconocimiento a partir de cómo producen las condiciones de su
vida misma. ¿Que sencillo, no? Lo más importante era, pues, la organización
de los productores, para defender un precio justo y asegurar el mejoramiento de la calidad del
producto.
Cultura no es traer espectáculos ni
inventar festivales veraniegos. Cultura es integrar los elementos de producción y representación de la vida
cotidiana. De ahí que, mientras preparaba mis apuntes, leí rápidamente la
columna de Vivian Lavín.
Si se trata de Madre-con-hijo, estamos llenos de historias heroicas y ejemplares.
Entonces, la innovación estaba en el retorno de lo arcaico, bajo nuevas
condiciones de contemporaneidad. ¿No es
eso, acaso, puro sentido común? Aravena lo planteaba a propósito del poder de
síntesis del diseño. Se me ocurría que en el trabajo cultural hay un poder de
síntesis que consiste en el hilván de todas estas cuestiones que configuran un
imaginario local. En ese sentido,
Botticelli está en todas partes. La imagen Madre-con-hijo
está en todas partes.
En el descanso de media mañana, recorrí
la biblioteca. En El Carmen, la biblioteca es más que una biblioteca; es en
parte centro cívico y en parte centro cultural. Su efecto de funcionamiento es
expansivo. Entonces, leyendo las
declaraciones del Ministro Ottone sobre el Paro de la DIBAM, no cabe qué pensar
en términos de su credibilidad para liderar procesos complejos. Esta
biblioteca, por ejemplo, hace más que todo el CNCA en la región. Trabaja en las bases mismas de la cultura
local. Posee la densidad de disponer, en las estanterías de la sala de
lectura, la obra de Sonia Montecinos, “sobre madres y huachos”. Recomiendo ir directamente al capítulo sobre
las tradiciones mariales en la cultura popular chilena. O sea, historias de Madres-con-hijos, en la base de nuestras
representaciones inconscientes del poder.
Entonces, al comenzar la segunda parte
del seminario, me resuena otra cita de Vivian Lavín, comparando el gesto del
CCPLM y el gesto de Aravena, porque señalan dos modelos de trabajo cultural
antagónico. En una entrevista a un diario español a la hora de explicar las
bases éticas y estéticas de su trabajo, Aravena señala que “La escasez de recursos obliga a la
abundancia de sentido”. En la decisión
del CCPLM queda manifiesta su gran
escasez de conceptos sobre la responsabilidad de su lugar en la investigación
de los imaginarios locales.
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