Hagámosla populista, para estar a tono. Brugnoli debe estar
muy deprimido con solo imaginar que el costo del seguro de la virgencita con el
niño y los seis angelitos de Botticelli bastaría para que “su museo” funcionara
durante dos o tres años. Con esa plata el
MNBA pudiera adquirir nuevas obras para su colección. Sin embargo, hay un pequeño detalle: no es su
dinero. Y el CCPLM ha sido muy eficiente
en levantar recursos para mantener una cartelera, no de centro cultural, sino de
feria de diversiones del más altísimo rango. Nunca hubo claridad sobre las
razones para su construcción. Es muy
probable que la pequeña historia de su Historia no sea del todo éticamente
relatable. Pero ya van diez años.
Todo comenzó, sorprendentemente, con una exposición mexicana. Nunca se entendió bien por qué el gran centro
de la cultura chilena contemporánea iniciaba sus actividades exhibiendo una
cabeza olmeca. Todo bien. Era una lección
extraordinaria para nuestros escultores de aseo y ornato. Pero la más mínima de las vanidades
institucionales hubiera sostenido una exposición local que expusiera de modo
anticipado la estrategia justificativa del CCPLM. ¿En
que se define su carácter de centro cultural? ¿En que se diferencia de una sala de exhibiciones de exposiciones de
espectáculo? ¿En qué medida su
programación es coherente con el hecho de ser una institución que opera en los
bajos del palacio presidencial? ¿En que medida expresa la superestructura
jurídico-política de la cultura republicana?
Y celebra, ahora, sus diez años, con la exhibición de una
joya del Renacimiento. Me hago la misma pregunta. Diría, primero, “me encanta Botticelli”. Un gran florentino, contemporáneo de
Savonarola y de Maquiavelo. Un testigo
de una época crítica. Pero igual: ¿por
qué Botticelli? ¿Cuál es la relación
entre la exhibición de esta pintura y la expresión del carácter nacional-popular del maximalismo bacheletista?
¿Tendremos que conectar conspirativamente este acto con la
condición de la señora Presidenta-madre-y-los-angeles-del-gabinete? El chiste no es bueno. Si se tratara de marialismo popular, me quedo con la
mejor exposición que ha realizado el CCPLM:
Chile mestizo, en el
2009. A partir de ahí uno podía pensar
que por ahí podría ir la cosa; es decir, la puesta en escena de las culturas
chilenas en su historia de exclusiones.
Al menos, un eje. Pero nada.
Situado el CCPLM en
el subterráneo de la sede de un poder “republicano” y laico, da para pensar en
el peso que tiene hasta hoy la representación simbólica de la Madre-y-de-un-hijo en la cultura chilena, en un año
particularmente complejo en relación a la avería simbólica advertida en torno a las relaciones de poder entre una
madre y un hijo que le pasa la boleta.
Yo no busqué, solamente encontré
la superposición entre madres e hijos en este regalo que el CCPLM le ofrece al
país, exhibiendo la matriz de un goce que fue representado en una época en que este país todavía no era
“descubierto”. ¡Eso es fascinante!
En todo caso, ya hubo una virgen de Botticelli en Chile. Era
de Covacevic y la expuso en la Sala Chile que le fue especialmente destinada. ¡Que influencia tiene este señor para
adjudicarse una sala entera del MNBA y poder exhibir una pieza de su colección
privada! Fue una romería. Colas y colas. La sala estaba oscura y la
gente avanzaba como frente a una animita del arte universal.
El MNBA se les adelantó en más de diez años. Que vergüenza. Y esta vez, la pintura proviene de la
colección de un palacio florentino, para experimentar el goce encubridor de una
conciencia acomplejada, que por vez
primera tiene trato directo con la pintura antigua. A falta de una virgen con niño del Thyssen,
entonces bien vale una colección de los Corsini de Florencia.
Ahora, para trabajar
un poco en la contemporaneidad de las referencias, habrá que estudiar los
posibles lazos e interdependencias entre las pinturas de Frida y la virgen de
Botticelli, por decir, porque un cierto
resabio de gótico tardío siempre está presente en las pinturas latinoamericanas
de primitivismo bien temperado. Entonces, es posible que ese sea el vínculo
que garantice la exhibición de esta pintura única, para poder tener la
experiencia tardía de algo antiguo que sea, nosotros, que venimos de una capitanía
general que tuvo que importar hasta los pintores coloniales.
Pero la historia del arte chileno contemporáneo está
sobredeterminada por el modelo de la virgen y el niño. Es algo propio de la
cultura chilena. Baste con Viña Carmen.
Pero además, piensen ustedes en la Pietà de Dittborn. ¿De donde
proviene? De la matriz de la pintura renacentista. Piensen en la declinación de
la Pietà que hace Dávila, trabajando la inversión en que el Hijo sostiene a la
Madre en este desfallecimiento fálico. Y
les recomiendo que no dejen de pensar en
la escena de la virgen castigando al niño, de Max Ernst, como resultado
de la lectura “surrealista” de la escena bíblica.
Entonces, ¿cual es la “torsión”? No cabe duda que Sandra Acattino realizará
una impecable performance académica en su conferencia de hoy. Ese no es el
tema. La
pregunta es por qué una pintura de una Madre-con-Hijo-y-seis-ángeles es el ícono histórico para conjurar el maltrato
de una madre a manos de un hijo, a tan solo pasos del lugar en que ha ocurrido
la disputa entre un hijo político y
un hijo natural por la conquista de
su mirada.
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