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jueves, 28 de septiembre de 2017

LA CONVERSIÓN DE UN DIAGRAMA DE OBRA EN PROGRAMA DE ACCIÓN INSTITUCIONAL.

El libro que publiqué en el 2013 bajo el título “Escritura Funcionaria”,  tenía el  capítulo final destinado abordar cuestiones relativas a las relaciones entre Investigación y Creación Universitaria. Había sido invitado a hablar en Bogotá, a la Cátedra Marta Traba, en la Universidad Nacional de Colombia. De este modo, armé el capítulo de tal manera que me permitía tratar los temas polémicos en el siguiente orden: artistas/docentes, unidades de formación e investigación en artes visuales, vicisitudes de la formación, espacios editoriales, infracciones de tránsito e investigación universitaria. El séptimo sub-capítulo estaba destinado a la producción de obra.

Bien. He puesto a circular en línea ese quinto capítulo, para que el público uruguayo tuviera acceso, al menos, a un fragmento de un libro que hoy es in/encontrable.  Pero ahí está la base de lo que voy a hablar en Montevideo el miércoles 4 de octubre. En verdad, me he concentrado en desmontar el sub-título de dicho capítulo, que es el verdadero propósito de esta conferencia: "De cómo convertir el diagrama de una obra de arte en hipótesis de trabajo para la investigación de un imaginario local". 

Como verán, este sub-título tiene dos partes: el diagrama de obra y el imaginario local. No hay que tomarlos como entidades independientes sino como las partes de un problema. Entre ambas, la noción de hipótesis de trabajo es la que hace de mediador metodológico para convertir la obra en el modelo de investigación de un imaginario determinado. Primero, el desafío es determinar el diagrama de la obra en cuestión y establecer las condiciones de su conversión en insumo de investigación.  

Voy a poner un ejemplo: trabajé en Valparaíso. Había que formular una hipótesis de encuadre para un centro cultural. Tomé dos obras cinematográficas[1] que me permitieron establecer un período en el seno del cual se consolidó un imaginario social y político decisivo. Entre 1962 y 1969. De todo eso hablé en los dos primeros capítulos  de “Escritura Funcionaria”.  No es el momento para hacer el relato de los problemas allí planteados. Lo que me importa, para esta ocasión, es poner en el centro la noción de obra.  

Estas dos obras fílmicas encuadraron un momento de densidad política de la ciudad.  Esa fue la base  que formulé para el desarrollo acelerado de la investigación sobre el imaginario local, que se fijaba sobre un eje decisivo:  la reforma universitaria de 1967-1969.  Se me ocurrió pensar que eso era  lo que  había redefinido las relaciones entre universidad y ciudad.  Ese momento de densidad podía pasar a sostener una hipótesis acerca de la nostalgia de un tiempo perdido.  Había, en efecto, que sobrepasar el riesgo mediante la introducción de la noción de densidad. Había que determinar cual había sido ese momento. Era una ficción. Pero había que sostenerla, discursivamente.

Los dos films  que he mencionado fueron  los  dos  topes de mi encuadre.  En términos estrictos, el primero formulaba una ficción sobre el emplazamiento, mientras que el segundo era la crónica de un hundimiento, de un  gran naufragio social, que tenía como escenario, la cárcel y los locales de la vida bohemia que había construido la nostalgia de la perdida. Y que dicho sea de paso, habían contribuido a montar el mito necesario para la postulación de la ciudad a la lista de ciudades-patrimonio.  Sin embargo, el argumento decisivo para tal acreditación no fue la memoria de la vida bohemia, sino algo mucho más terrible: la constatación de que Valparaíso había sido en el siglo XIX el primer caso de un puerto que se sostenía mediante la “primera mundialización” de la economía. Lo cual significaba que se privilegiaba la construcción de un enclave británico dedicado estrictamente a desarrollar una historia local mercantil, que causó –finalmente-  la ruina chilena del siglo XX.   De todo esto habla un historiador chileno, genial, que se llama Gabriel Salazar. Lo señalo para su consulta[2].

Regreso al efecto distintivo de los dos filmes en la escena de Valparaíso. Si hubiese sido, por ejemplo, otra escena, como por ejemplo, la ciudad de Concepción, la hipótesis hubiese sido diferente. Allí, lo que armó el imaginario cívico, social, cultural, fue  la pintura mural.  Y el momento de mayor densidad podía ser ubicado entre 1957 y 1962.  Esto es un asunto muy importante, porque señala un tipo de dependencia simbólica de cada ciudad respecto de las tecnologías de la producción de la imagen. Valparaíso posee un imaginario modelado por el cine, mientras Concepción está modulado por la pintura mural. Menciono que Concepción está a cien kilómetros de Chillán, que es la ciudad donde Siqueiros pintó el mural “Muerte al invasor” en 1941.

A lo que voy es a que  estas películas configuraban un tipo  de visibilidad  que ponían en escena unos argumentos que relataban una historia local singular. La reforma  de 1967 era lo que había permanecido en un estado de retención discursiva, por todo lo que sucedió en el puerto durante la dictadura.  La reforma era el último elemento  heroico flotante percibido en el mar que acogía el naufragio de una ciudad que termina de hundirse al ser inscrita en la lista de las ciudades patrimonio, porque la ayuda de la Unesco solo permite acelerar  la evidencia de  su in/gobernanza.

El comienzo de nuestro trabajo analítico está en la obra. En los elementos que pude obtener del diagrama de obra de las dos películas  que he mencionado.  Lo cual me llevó a formular la noción de obra institucional, en la medida que ya no se mencionaba un autor individual, sino el efecto material de un agenciamiento inter-institucional en una escena pre-determinada. Cuando se abre un centro cultural se piensa en una “parrilla programática”. Hice todo lo contrario. Jamás pensé en programación. Ese es un tic de la gente del espectáculo. Lo que hice fue pensar en diagrama. Es decir, tanto en las reglas operativas como en la puesta en situación de unos signos.

 Entonces, vamos a lo primero. He enviado el link para que el público pueda visionar “A Valparaíso”.  Quizás, de lo único que debería hablar es de esa obra, de sus tensiones, de la dinámica, del texto de Chris Marker.  Ese debiera ser el hilo conductor de la investigación. De cómo el texto armó el film.  De cómo el film armó una hipótesis de interpretación de un período en la historia de una ciudad. De cómo los residuos simbólicos de dicho período pueden operar como vectores de recomposición de un imaginario local, desde un lugar de reconversión arquitectónica sin precedentes. Me refiero a la conversión de una cárcel en centro cultural.

Las obras fílmicas de referencia son solo eso: referencias para poder señalar hoy día las acciones relativas a la memoria de los emplazamientos. Por cierto, lo primero que salta a la vista es la resistencia de los cuerpos, que se sintomatiza mediante dos cosas: el baile y la comida. Es decir, el bolero y la elaboración de la comida de pobre, como construcciones corporales.  Teniendo todo esto un efecto inmediato sobre la sentimentalidad local, porque el bolero es el himno a la pérdida.

Ahora, la narrativa del hundimiento, en la segunda película, apuntaba a desmontar las bases de la invención de la  industria del turismo cultural basada sobre la explotación de este mismo hundimiento como soporte de un gran negocio de explotación en que la pobreza resulta siempre exótica.

Lo que queda es que nos juntemos a analizar el diagrama de los filmes que he mencionado. Pero este es tan solo un ejemplo. Debemos hacer un tipo de trabajo analítico en el que determinemos una obra  con la suficiente rentabilidad simbólica como para extraer líneas de trabajo susceptibles de ser utilizadas como  elementos atractores de  imaginarios; que por lo demás, son construcciones indicativas de momentos de mayor densidad de un complejo social y política de una comunidad determinada.

Estoy seguro de que en Montevideo es posible hacer este ejercicio. La determinación de la obra se justifica en la medida que se explica su convertibilidad en hipótesis de investigación. Tiene que haber una obra: una novela, un cuento de Benedetti, una canción de Viglietti, una obra de Lanzarini, ¡que se yo!  Esa: por ejemplo, “soviet + electricidad”. Pero la materialidad del barrio Jacinto Vera se asemeja, en el texto, a un cuadro de Berni.  El punto está en obtener de esas obras uno,  dos o tres elementos que permitan montar una ficción de investigación sobre un momento de densidad social de la ciudad.  Ese es un trabajo por hacer.

Menciono, como ayuda, la tesis del “arte relacional”, pero en su inversión. Es decir, no como plataforma para la explotación de temas de moda en el circuito: memoria, marginalidad, migración, género. Sino como líneas de fuerza en que el vínculo y la producción de proximidad exigen de parte del artista una permanencia etnográfica y ética “más comprometida” en el seno de una comunidad determinada. Pero los efectos de una acción como la que pensamos, evidentemente va a afectar la condición de los vínculos, de las relaciones entre los sujetos. Pero esta es la responsabilidad del equipo encargado de la investigación, que debe producir las mediaciones entre los elementos del diagrama y su empleo como vectores de producción de conocimiento micro-local.




[1] IVENS, Joris. “A Valparaíso”, 1962. /  FRANCIA, Aldo. “Valparaíso, mi amor”, 1969.
[2] SALAZAR, Gabriel, “La enervante levedad histórica de la clase política civil (Chile, 1900-1973)”, DEBATE, Penguin Random House, Santiago, 2015.

miércoles, 13 de julio de 2016

¿QUÉ PUEDE SER UNA MACRO-ZONA?


En estos momentos, Claudia Segura (Bogotá), Mario Opazo (Bogotá),  Fabio Cypriano (Sao Paulo) y Rodolfo Andaur (Iquique) viajan a visitar las guaneras al sur de Chanavaya. Este es el nombre de una caleta al sur de Iquique. Proviene de la modificación de la voz inglesa “China Bay” y se refiere a la presencia de coolies chinos que trabajaban en las guaneras antes de la guerra de 1879.  La modificación de la lengua precede a la modificación del territorio. Una pequeña investigación sobre las escenas locales implica un estudio de las modificaciones de la lengua, porque es lo que precede a la instalación de ciertas prácticas complejas, como la de los chinos que se encargan en la Tocopilla de comienzos del siglo XX del comercio de los interiores de las reses faenadas en el matadero. Todo esto se refiere al estatuto que adquiere en los puertos el consumo de la carne de segunda, que en italiano se denomina cucina povera. Y cuyo desempeño en la sobrevivencia de generaciones de porteños salta a la vista en los hábitos de consumo de carne fuera de los cerros gentrificados de Valparaíso, que introducen la comida vegetariana para satisfacer la hipocresía de dominio de los nuevos propietarios. Las modificaciones de la lengua previenen contra las modificaciones del uso de los suelos cuando los locales no pueden competir contra las inversiones extranjeras.

Entonces, es posible armar una macro-zona simbólica entre Valparaíso, Iquique y Tocopilla, solo siguiendo las tripas de sentido que están comprometidas  en los chunchules. Pero esta macro-zona no tiene habilidad presupuestaria en el CNCA, porque la burocracia de su gestión fue pensada  para no tener que pensar en los relieves finos de las producciones sociales locales.  La culinaria, entonces, puede ser un eje de recomposición del imaginario de las clases sub-alternas en puntos clave de la costa hacia el norte.  La ciudad se reconoce en el laberinto de tripas que anticipa el laberinto habitacional abigarrado que cobija a los tripulantes que regresan después de servir en la marina mercante, trayendo costumbres residuales en el fondo de sus sacos de lona.

El día de ayer, esta delegación que hoy se encuentra en Chanavaya asistió a un encuentro con Bernardo Guerrero, una de las personas que más sabe de La Tirana.  Las coreografías barriales que se preparan durante el año para enfrentar esta festividad presentan una severa exigencia a las prácticas coreográficas contemporáneas. Seremos fieles al reconocimiento de los efectos estéticos de estas prácticas.  ¿Que “se puede hacer”  desde la estructura de estas coreografías realizadas para “homenajear” a la Virgen/Pachamama?  El minimalismo de la lectura debe dar pie a producciones de otro carácter y considerar, al mismo tiempo, el efecto cruzado de las inversiones simbólicas inscritas en la vestimentaria que circula entre Oruro, Tacna e Iquique.  ¿Ven? Esta es otra macro-zona, que se dibuja desde el pequeño tráfico de la indumentaria ceremonial, que sigue la huella de la pertinencia manual del corte y confección: se compra la pieza en Oruro, se modifica en Tacna, se prueba en Iquique. Esta noción terminal de prueba es capital para comprender de qué manera están hechas las cosas y de cómo en el camino son modificadas las medidas. 

Mañana, de seguro, la delegación visitará Pisagua. El viaje es largo. Hay que ir especialmente. Pero el encierro en un vehículo hace que el encuentro se convierta en un seminario rodante acerca del destino de los cuerpos en una zona que esta vez será reconocida por el estudio de sus estratos. Lo cual supone una excavación para recuperar los restos de tres edades:  pre-colonial,  guerra del Pacífico, asesinados por la dictadura.  Es otra macro-zona, que obliga a trabajar sobre los imaginarios de la excavación, determinando de manera no ilustrativa algunas producciones decisivas para el arte chileno contemporáneo.

Entonces, las macro-zonas son retículas de sentido que se amarran a partir de las hilachas más significativas que dejan libres, justamente, para poder amarrarse unas a otras.  La lengua, la tripa, la capa de ropa, la sobrecubierta de memoria material recuperada para operar, efectivamente, como generador de trazabilidad simbólica, dibuja en el territorio un mapa de intensidades que supera las emanaciones del imaginario restrictivo del arte contemporáneo, que viene a operar como el proceso de condensación en el “trabajo del sueño”. Eso es porque una macro-zona debe ser leída como un acertijo  y no como una entidad administrativa que fija las normas de gestión para justificar su propia reproductibilidad institucional. La macro-zona es un método que registra la sismo-grafía de los imaginarios locales y organiza las jerarquizaciones zonales, durante una unidad de tiempo determinada, poniendo en función las energías de agentes que pueden ser artistas, pero que en su mayoría no lo son, y que sin embargo, padecen los efectos de sus desplazamientos de lengua, como en el caso del nombre Chanavaya,  que remite a la memoria dura de la “bahía de los chinos”, descrita en inglés para pasar a nutrir los registros de la exclusión máxima.

Debiéramos concebir, entonces, fórmulas administrativas que nos permitan proporcionar servicio  a los ejes de trabajo determinados durante una unidad de tiempo ya determinada. Hay que buscar las formas de definir estos ejes y validar en el seno de las comunidades los procedimientos de lectura que se requiere y de su conversión  consecuente en gestión de intensidades.

En efecto, la macro-zona puede ser un procedimiento de lectura y de conversión en acción  de un conjunto de enunciados definidos en el curso de una negociación problemática con una comunidad local determinada.  

lunes, 18 de enero de 2016

MADRES-CON-HIJOS (2)


El  viernes de la semana pasada, en la Biblioteca Municipal de El Carmen, a 35 kms al sur de Chillán, se daba inicio a un seminario sobre Cultura y Territorio, en el que se di iba a discutir una serie de problemas relativos al rol diferenciador de la comuna en la perspectiva de la nueva Región de Ñuble. 
Mientras tomábamos el café previo a la apertura, recibí un correo en el que remitían una columna escrita por la periodista Vivian Lavín, de la Radio de la Universidad de Chile (http://radio.uchile.cl/2016/01/15/nuestra-inferioridad-cultural?platform=hootsuite).
¡Cual no sería mi sorpresa al leer el primer párrafo!:

 Mientras el arquitecto chileno Alejandro Aravena es distinguido con el Premio Pritzker, el más importante galardón al que un proyectista puede aspirar, conocido como el Premio Nobel de Arquitectura, nosotros, los chilenos, celebramos los 10 años del Centro Cultural Palacio La Moneda con una obra del maestro italiano Sandro Botticelli que, con un metro de alto y solo 71 centímetros de ancho, resume las claves de lo que fue el Renacimiento”.

El seminario abrió con la proyección de una ponencia de Alejandro Aravena, en la que hablaba de su trabajo y planteaba dos cuestiones: innovación y trabajo con las comunidades. Pero había un agregado: coordinación y sentido común. Todas estas ideas circularon para dar comienzo al seminario.  De modo que, tomando estas dos últimas nociones,  abordé mi tema tomando como eje el caso de la organización de los productores de castañas de la comuna.

Los hombres producen sus condiciones culturales de reconocimiento a partir de cómo producen las condiciones de su vida misma.  ¿Que sencillo, no?  Lo más importante era, pues, la organización de los productores, para defender un precio justo y  asegurar el mejoramiento de la calidad del producto. 

Cultura no es traer espectáculos ni inventar festivales veraniegos. Cultura es integrar los elementos de  producción y representación de la vida cotidiana. De ahí que, mientras preparaba mis apuntes, leí rápidamente la columna de Vivian Lavín. 

Si se trata de Madre-con-hijo, estamos llenos de historias heroicas y ejemplares. Entonces, la innovación estaba en el retorno de lo arcaico, bajo nuevas condiciones de contemporaneidad.  ¿No es eso, acaso, puro sentido común? Aravena lo planteaba a propósito del poder de síntesis del diseño. Se me ocurría que en el trabajo cultural hay un poder de síntesis que consiste en el hilván de todas estas cuestiones que configuran un imaginario local.  En ese sentido, Botticelli está en todas partes. La imagen Madre-con-hijo está en todas partes.

En el descanso de media mañana, recorrí la biblioteca. En El Carmen, la biblioteca es más que una biblioteca; es en parte centro cívico y en parte centro cultural. Su efecto de funcionamiento es expansivo.  Entonces, leyendo las declaraciones del Ministro Ottone sobre el Paro de la DIBAM, no cabe qué pensar en términos de su credibilidad para liderar procesos complejos. Esta biblioteca, por ejemplo, hace más que todo el CNCA en la región.  Trabaja en las bases mismas de la cultura local.  Posee la densidad de  disponer, en las estanterías de la sala de lectura, la obra de Sonia Montecinos, “sobre madres y huachos”.  Recomiendo ir directamente al capítulo sobre las tradiciones mariales en la cultura popular chilena. O sea, historias de Madres-con-hijos, en la base de nuestras representaciones inconscientes del poder.

Entonces, al comenzar la segunda parte del seminario, me resuena otra cita de Vivian Lavín, comparando el gesto del CCPLM y el gesto de Aravena, porque señalan dos modelos de trabajo cultural antagónico. En una entrevista a un diario español a la hora de explicar las bases éticas y estéticas de su trabajo, Aravena señala que  “La escasez de recursos obliga a la abundancia de sentido”.  En la decisión del CCPLM  queda manifiesta su gran escasez de conceptos sobre la responsabilidad de su lugar en la investigación de los imaginarios locales.