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sábado, 20 de enero de 2018

VIOLETA PARRA EN CONCEPCIÓN: 1957 – 1960 (2).



Hay libros que son importantes por lo que dicen de manera indirecta en algunas zonas subordinadas del texto. El estudio de los contextos no se refiere a consideraciones generales de “sociología de bolsillo” para enmarcar una singularidad, sino a los estratos diferenciados de problemas que concurren en la configuración de una escena, en un momento determinado de una formación.  A eso se refiere Fernando Venegas cuando escribe la palabra “descampesinación” en la página 213 y con ello  sostiene que la cultura  campesina no está constreñida al ámbito rural, sino que fluye desde hace tiempo desde lo rural a lo urbano y viceversa.  Por eso afirma que “Violeta se desenvuelve en una sociedad urbana que es  animada por campesinos” (pág. 346).

Lo señalado con anterioridad  va a permitir que la música de raíz campesina se instale en los espacios públicos de la ciudad, en los mismos medios en que se difundieron después  las canciones de la “nueva ola”.  Tanto Violeta Parra como Margot Loyola llevaron el canto popular a la radio.  Este acontecimiento no es menor.  Violeta Parra recorre los campos con su grabadora de cinta a cuestas. Graba para el sello Odeón. Interviene a menudo en programas radiales. Es así como Fernando Venegas transcribe parte de la conversación que sostienen  en 1960 Violeta Parra y Mario Céspedes, director de la radio de la Universidad de Concepción. 

En esta conversación queda claro el “tránsito” de la recopiladora/investigadora a la poeta universal que emplea las mismas armas métricas que el “canto a lo divino y a lo humano”. Pero hace avanzar, en términos formales, algunas cosas.  Cuando compone “El gavilán”, estamos ante una obra consolidada que tiene un propósito deconstructivo que altera el orden de las sílabas; es decir, desde ya “insubordina” los signos en el terreno propio de la materialidad de la lengua.  Lo cierto, es que la obra consolidada “ya estaba”.

Sin embargo, hay varios otros momentos  de este libro,  en que hay menciones que a simple vista  ilustran de manera secundaria una situación relevante.  Es el caso, cuando  aparece  escrito el nombre de “Maco” Gutiérrez.   Esta sola referencia conduce a reconstruir una trama que pone de relieve el valor de la contextualización que Fernando Venegas  aborda en los primeros capítulos, previos al uso del concepto de “sociabilidad penquista”. 

Consuelo Saavedra, entrevistada por Fernando Venegas, señala que Jorge Sanjinés estaba en Concepción en esa fecha y que se encontraban con “Maco” Gutiérrez. Ambos eran bolivianos. Sanjinés hará, diez años después, “Yawar Malku”. Pero en 1957, “Maco” fue el arquitecto que proyectó, junto a Betty Fishman, su mujer, el edificio en el que se localizaría luego el mural de Julio Escámez, en la Farmacia Maluje. Pero además, aparece él mismo retratado en el mural, dando la espalda,  en instancia de recibir la vacuna.  Hay que pensar en por qué Escámez lo pinta de ese modo.  Era amigo de Violeta Parra. Aparece, también, en los créditos del documental “Trilla”, de Sergio Bravo, realizado en 1959, con música original de Violeta Parra.

“Maco” Gutiérrez deja Concepción en 1960 y se dirige con su familia a Cuba, donde vive una década entera, hasta que regresa a Chile en 1969. Lo encontraremos, luego, dando clases en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de San Andrés, en La Paz. Participó activamente en la reforma universitaria y fue perseguido después del golpe de Estado de Hugo Banzer. El mayo de 1972 falleció en un enfrentamiento con fuerzas del ejército, en un intento por cruzar la frontera con Chile.  Habría sido delatado. Lo esperaban.  En otra versión, nunca pudo salir de La Paz. El hecho es que lo esperábamos.  Lo esperábamos, y nunca cruzó la frontera.   Pero ese fue el hombre que construyó el escenario móvil que acogió en 1957 a Violeta Parra en sus diversas intervenciones en la ciudad[1].  Como diría Consuelo Saavedra en su entrevista,  al lugar donde funcionaba la Escuela de Bellas Artes, el Museo de Arte Folklórico, y donde residía la propia Violeta Parra, “también afluía la gente ligada a la arquitectura” (pág, 271).

No se ha hablado suficiente del rol de los arquitectos en la construcción de la cultura chilena contemporánea.  Eran personas de amplia cultura, políticamente  apasionados, literariamente muy consistentes, y sobre todo, cosmopolitas.  Reivindicaban, todos ellos, la filiación de Ventura Galván.   Ellos fueron un crisol para acoger de manera oficiosa y no menos formal,  la actividad de Violeta Parra, porque  habían  desarrollado un interés  “edificatorio” por las  artes populares.  Es decir, formaban parte significativa  de la “sociabilidad penquista”, en esa coyuntura.  Sostengo, por  mi parte, que fueron los arquitectos los que proporcionaron la cobertura simbólica sobre la pudo desarrollarse el efecto de la extensión universitaria.  Pero lo dejo para una discusión posterior.

Hay un tercer aspecto que Fernando Venegas aborda en su libro.  Lo que hace es  elaborar una hipótesis sobre la pregnancia institucional de la universidad en la construcción de la ciudad.  Eso significa  concebir a la universidad como el modelo de un racionalismo modernizante portado por las ciencias y  las humanidades y que a través de su concepto de “extensión universitaria” se propone redefinir las relaciones entre universidad y sociedad.  

Estamos en 1957 y tiene lugar el lanzamiento del Sputnick. En la carrera espacial es una ventaja del campo soviético que es muy bien recibida en el ambiente de izquierda formado por quienes llevan a cabo la “política de extensión”.  De hecho, Fernando Venegas encontró  una fotografía publicada en el diario “El Sur” de Concepción, en que aparece Nicanor Parra dictando una conferencia sobre la “teoría de los satélites”. 

En Concepción todo el “mundo moderno”  seguía las informaciones sobre los satélites y el Sputnick. Sin embargo,  había gente que mantenía fuertes vínculos con una sociedad rural que estaba francamente asustada. “La madre de Edgardo Neira –artista,  discípulo de Balmes, amigo mío- por ejemplo, a propósito de los satélites artificiales, juzgaba que no era correcto que los seres humanos pusieran otra estrella en el cielo, eso solo lo podía hacer Dios” (pág. 32).



[1] concehistorico.blogspot.com/2014/12/maco.html




viernes, 19 de enero de 2018

VIOLETA PARRA EN CONCEPCIÓN: 1957-1960.

El libro de Fernando Venegas, “Violeta Parra en Concepción y la frontera del Biobío: 1957 – 1960” recientemente publicado por la Universidad de Concepción con el apoyo del CNCA viene a demoler dos prejuicios santiaguinos. El primero, según el cual los historiadores del arte  serían quienes habrían recuperado las crónicas periodísticas  como fuentes para la historia; el segundo, que reducía la existencia de “arte y política” a un género, poco menos que inventado en los años ochenta, para dar cuenta de la preeminencia de un grupo de obras plásticas en la escena artística, y que tendrían por efecto la supuesta renovación de prácticas que se han dado en llamar “insubordinadas”.  En verdad, ya me he referido a la base argumental y a la trama política bajo las cuáles estos prejuicios se han instalado en la “joven crítica” santiaguina, desconociendo la especificidad de contextos y declarando una primacía metodológica que encubre, si no, algún tipo de ignorancia, al menos una evidente “mala fe” analítica.

Sin embargo, los prejuicios mencionados solo circulan en el reducido coto privado de caza en que se ha convertido el comentario académico de  la glosa. Lo que este libro viene a consolidar es el esfuerzo de las escrituras  que  trabajan sobre las condiciones locales de escritura, no solo de la historia social, sino de la literatura y  de las instituciones de reproducción del saber.  En este sentido, Violeta Parra sería un hilo conductor para el estudio de los efectos que tuvo en la organización de la cultura chilena contemporánea la “política cultural” llevada a cabo por la rectoría de David Stitchkin en la Universidad de Concepción, justamente, en la coyuntura de 1957-1960.  Hilo conductor que sería un síntoma indicativo de la singularidad de un formato de intervención institucional, como las Escuelas de Temporada, en el seno de un gran aparato de Extensión Universitaria.  Pero todo esto  solo permite el acceso a un contexto complejo, en el seno del cual, el arribo de Violeta Parra constituye un momento de relevancia mayor que sobrepasa el rol atribuido, obligando a Fernando Venegas a abordar  la reconstrucción del diagrama de trabajo de la artista.




Cuando se dice que un investigador se ve obligado a enfrentar un problema, se omite los antecedentes por los cuáles el problema se constituye. Obligación que responde, en suma, a los obstáculos que la propia historia local plantea, como es el caso de la posición de la cultura popular en la mencionada coyuntura y del creciente proceso  de “descampesinación”  en la región, que “no va a significar necesariamente la pérdida de esa cultura campesina”  (Venegas, 213) en cuyo rescate y conservación Violeta Parra jugará un rol determinante. Justamente, ese era el temor que la asolaba: la pérdida de un canto.  ¿Y cómo va a enfrentar ese desafío?  Recuperando la palabra y el canto en el momento de su mayor amenaza. Ya con solo eso, Violeta Parra ocupa un lugar en lo que hoy día podríamos denominar “historia patrimonial” chilena.  

El gran aporte de este libro reside en el hecho de contextualizar la fase de creación poética propiamente tal, que proviene del profundo conocimiento que la artista adquiere de las formas tradicionales del folklore y de los sedimentos de la cultura campesina que proviene de la labor misional tanto franciscana como jesuita,  forjados desde fines del siglo XVIII.   Pero además, en el método, realizado como corresponde, tanto en el trabajo de archivo de la prensa local como de las entrevistas a personalidades relevantes y su puesta en perspectiva, proporciona elementos de gran riqueza para realizar el análisis de contexto.

En algún momento he sostenido que solo hay escena local cuando se articulan tres elementos: universidad local,  clase política local y crítica local. Lo local pasa a ser una construcción analítica que proviene de la articulación de estas tres instancias de producción de subjetividad. 


Cuando me refiero a la existencia de una crítica local me refiero a la existencia de una producción específica de comentario, de la que Violeta Parra será un objeto privilegiado entre la mitad del año 1957 y la primera mitad del año 1958. Existen a lo menos tres soportes de prensa en donde su palabra es difundida, transcrita y analizada:  El Sur, Crónica y La Patria, en Concepción; La Discusión, en Chillán.  En este terreno, Fernando Venegas logra trabajar una discursividad a la que le saca un gran partido analítico, a partir del empleo del concepto de sociabilidad, que le permite dar cuenta de las operaciones efectivas que tienen lugar en un espacio social determinado y que da cuenta de la filigrana  formal y profesional en que tiene lugar  la actividad de Violeta Parra, en el Concepción de 1957 a 1960.