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jueves, 25 de abril de 2019

TRADUCCIONES


Esta columna debió haber sido publicada la semana pasada. Sin embargo, el incendio de Notre- Dame ocupó el delante de la escena.  Las circunstancias me obligaron a salir a la calle. Había estado concentrado en asuntos de escritorio. Separación escénica entre calle y gabinete.  Hay quienes creen que la Historia tiene lugar en la “calle”. Lenin escribía “cartas desde lejos” y estaba escondido.  Pero Notre-Dame golpeó desarmando los términos de las ensoñaciones que dominan la sacralidad en la vida pública. En relación a esto, nada hay más “privado” que un motivo para señalar el curso de las columnas.

Escribo sobre el documental de Nanni Moretti y recojo el efecto amargo de su imaginalidad inicial, que es cuando hace referencia traspuesta a los relatos sobre el “paraíso perdido” (Unidad Popular).

En 1974 Gallimard publica la novela de Alfredo Gómez Morel, “Río Mapocho”. ¿Cómo habría que interpretar la decisión de Gallimard de publicar a Gómez-Morel? Sobre todo, si años antes había hecho esperar a Nicanor Parra, para luego hacerle una propuesta donde este debía pagar la traducción. De todos modos, cualquier exponente de la oficialidad de la novela chilena de ese entonces, desde Chile, hubiera estado sorprendido. De hecho, nadie dijo prácticamente nada[1].

El Mercurio de Valparaiso publica una reseña, en el 2002, en el marco de la producción de comentario sobre  “Tinta roja” de Alberto Fuguet. La nota que hace Pablo Neruda de “El río” como un “clásico de la miseria” hizo resonancia con dos textos,  que circulaban en el Chile de “antes”: “En vez de la miseria” (1958) de Jorge Ahumada y “El punto de vista de la miseria” (1965) de Juan Rivano.  El tema era recurrente en política y cultura.  Es el fondo semántico sobre el que se tejen los sueños de los que hablan los entrevistados de Moretti.

En lo inmediato, baste con decir que en 1975 la editorial Planeta publicó “Soñé que la nieve ardía” de Antonio Skarmeta.  La traducción al francés es de 1979. Para tal caso, era solo una novela balzaciana normal con algunas infracciones narrativas propias del momento, en que la Unidad Popular pasaba a ser “el tema literario”, bajo la presión formal del sacrificio de Laocoonte, antesala de una ejecución en el relato con personajes destituidos por el golpe de Estado, que solo acceden a la salvación por su capacidad de construir unas fantasías que los desconectan de la realidad.

Al final, resulta ser una novela positiva, donde la generosidad y la lucha por el bienestar general valen más que las egoístas aspiraciones de los personajes arquetípicos forjados al alero de la política económica de la dictadura.  Todo esto tiene lugar sobre una trama en que los sueños son destrozados por el golpe de Estado, aunque logran permanecer como indicios que encauzan la resistencia que un día permitirá la marcha de los caídos, como una fila de peregrinos camino a Lo Vásquez.

Encuentro una reseña de Soledad Bianchi publicada en una revista mexicana en septiembre de 1978. Tampoco busqué mucho más. La portada pensada por la editorial es un reflejo de época; una bandera chilena con la imagen de un jugador de fútbol realizando una pirueta a media altura para patear una pelota, sobre impresa en alto contraste sobre la zona blanca, mientras en la roja un hombre parece caminar en medio de una foresta, en lo que parece una extensión de gráfica cubana. No se dejará de mencionar en la presentación de la editorial que el autor es un cuentista de renombre que ha ganado el premio Casa de las Américas 1969.

Entonces, ¿como explicar que la primera novela de Skarmeta haya sido inmediatamente publicada por Gallimard?  Que no se vaya a leer con doble (baja) intención. Es un punto crucial para los estudios literarios –y las relaciones culturales- reconstruir las historias de las traducciones.



[1]  "El río" no es exactamente un libro, ni tampoco un río. Es una excrecencia de pus y dolor exudado, una historia repugnante de la naturaleza inscrita en la carne humana, en la piel de cualquier latinoamericano.
"Chile, contra dificultades enormes y los ataques de muchos enemigos, está creando en este continente un nuevo orden para contradecir el libro de Gómez".
Corría 1973 y la cita anterior corresponde a algunas de las últimas palabras de Pablo Neruda publicadas en vida. Están originalmente en francés y son parte del prólogo de "Le Río Mapocho", novela del chileno Alfredo Gómez Morel, aparecida ese año en la prestigiosa editorial Gallimard, que ya contaba entre sus autores a nombres como James Joyce y Mario Vargas Llosa. La crítica gala comparó al chileno con el gran narrador y dramaturgo Jean Genet. Y su libro, según lo sostenido por nuestro poeta, venía a ser un "clásico de la miseria". (http://www.mercuriovalpo.cl/site/edic/20020818203110/pags/20020818223329.html)


domingo, 14 de abril de 2019

LA VOZ DEL AMO


El nombre Gallimard aparece en los relatos sobre la traducción reciente de Nicanor Parra al francés. Este se habría presentado con una recomendación de Simone de Beauvoir, pero el viejo editor lo dejó esperando. Después, mucho más tarde, le escribió ofreciendo una edición a condición de que pagara la traducción. De modo que la deuda supuesta de la cultura literaria francesa para con Parra solo se ha podido saldar el año pasado, pero bajo la cobertura de Editions du Seuil.  Al final, siempre habrá alguien que esté dispuesto a pagar la traducción. De hecho, hoy día los países civilizados poseen fondos concursables para tal efecto. El viejo señor Gallimard tendría que haber medido las consecuencias de su decisión.

Sin embargo, es posible que ésta haya tenido que ver con el carácter de la coyuntura literaria francesa de fines de los sesenta. Habría que señalar, primero, la fecha de las primeras traducciones de Neruda, realizadas en una época en que el comunismo francés tenía un peso específico en la formación literaria francesa. Además,  la invención que la Francia de ese entonces se hacía de la América Latina era otra.

En esa “ficción a la medida” es muy probable que la “anti-poesía” no tuviera carte de séjour. No había condiciones favorables. La circulación de Neruda satisfacía las necesidades de un nicho preciso. En cambio, los estudios literarios chilenos no ponen atención al hecho que en esa Francia literaria de los sesenta-setenta las estructuras de recepción editorial estuvieran (medianamente) dominadas por el desarrollo de un cierto espíritu “oulipiano”, que luego se combinaría con un “telquelismo” para el que la poesía de Parra no representaba ninguna “ruptura”.

Ayer, en una estantería de la librería Gallimard encontré algo sorprendente; un libro de Bernard Pingaud, editado en formato de bolsillo, primero en 1965, reimpreso en 1979 y luego en 1992. Su título es “Les anneaux du manège” (Los anillos del carrusel).  El sub-título, para 1965, está “de miedo”: escritura y literatura. El ejemplar estaba a 8,5 euros. Muy barato. El caso es que Pingaud publicó en 1973 una novela que es preciso poner a la siga de la “nueva novela” francesa y que se titulaba “La voz del amo”. Una novela analítica.  Pero no estaba en bodega. Prácticamente, ya no existe. Me la buscarán para la próxima semana. O sea, ya la recibí. Esta columna ya fue escrita hace varias semanas atrás. Ahora me corresponde terminar “La mano cortada”, de Cendras, que fue un protegido de Eugenia Errázuriz. Igual que Picasso y Stravinsky. A medio terminar, “La voz del amo”. La escena en la escena en la escena. Proximidad con “El año pasado en Marienbad”, pero más ruda. Trata de un hijo que escribe una carta al padre; pero es una carta que nunca llega a destino. Ya se podrán imaginar. Es un formato grande (no de bolsillo). Me entero que cuesta alrededor de 6 euros. O sea, un producto completamente en baja.



La vigilancia del método parece en retirada. Había un ejemplar de esta novela en la biblioteca del Instituto Francés de Santiago cuando éste se encontraba en la calle Miguel Claro; allí donde Leppe realizó la performance “Cuerpo correccional” en octubre de 1981.  Luego, el ejemplar fue retirado. Es decir, el libro fue “desafectado”. Le perdí la pista. Solo recuerdo que mientras pude acceder a él, me fue de gran utilidad para armar las clases de “tecnología de los medios” que tenía que dictar en el ARCOS de Pedro de Valdivia. Estudiantes manifestaban su malestar porque no entendían en qué tenía que ver con la materia.

El título de la novela tenía que ver con una imagen: la bocina metálica sobre la que se reflejaba la cara del perro fiel en el logo de la RCA. El énfasis estaba puesto en el reflejo, mientras la publicidad apuntaba a la fidelidad de reproducción de la voz del amo, registrada en el disco. Bernard Pingaud, en cambio, insistía en la anamórfosis de la imagen.  Es lo que recuerdo y que hacía la diferencia que permitía conectar la teoría del gramófono con el delirio controlado por quienes promulgaban la preeminencia programática de los desplazamientos de las técnicas de grabado clásico en la escena plástica chilena de ese entonces.




El pequeño problema es que la novela de Bernard Pingaud fue publicada en 1973 y permitía montar ficciones a partir de dispositivos tecnológicos simples. Luego, en un viaje posterior, cuando vine a realizar un catastrófico curso como conferencier étranger en Paris VIII, acerca de un video arte chileno (cuasi)existente que no dio para mucho, pude comprar (recién) un ejemplar del “Traité des tropes” (Tratado de los Tropos)” de Du Marsais, en cuya presentación se explicaba que en media hora de conversación entre feriantes se podía encontrar más figuras retóricas que en varias jornadas de académicos de la lengua.  

Pero esto, quizás Nicanor Parra no lo tomó en cuenta. Es fantástico el relato biográfico en que Nicanor le muestra a Violeta unos libros que tiene sobre su escritorio con los estudios del Rodolfo Lenz, y ella después de un rato le dice sin mostrar sorpresa alguna que es así como hablan los borrachos de la Estación de Chillán. Hablaban en décima; eso quería decir, más o menos.

Era preciso hacer algunas distinciones. En 1973, mientras Bernard Pingaud publicaba “La voz del amo”, Salvador Allende pagaba el costo de sus consecuentes imprecisiones, teniendo que luchar contra los efectos perversos de la otra “voz del amo” que vino a enseñarle cómo se hacía una revolución.