En las notas adelantadas para realizar la conferencia del
miércoles he mencionado el barrio Jacinto Vera. He venido varias veces a
Montevideo. Siempre he sido conducido a los museos. Me he dejado conducir.
Agente de crítica y curadoría, no veía de qué manera se podía conocer una
ciudad sino a partir de una práctica específica. Así, desde el Blanes al Jardín Botánico, hubo un diagrama que determinaba los
intereses textuales que me hacían inclinarme ante el cuadro de los 33.
Sin embargo, siempre
tuve en mi memoria discreta, la resonancia de una canción de Viglietti, que
escuchaba en los años setenta, en Santiago. Es decir, un poema de Liber Falco, que había
fallecido en 1955. Viglietti le hace la
música. La habían tomado como característica musical de un programa radial en
el que se leían cuentos
latinoamericanos. Fue así como conocí, por ejemplo, “La increíble y triste
historia de la Cándida Eréndira y su abuela desalmada”; antes que llegase a las
librerías. Fue leída, capítulo por
capítulo, por un señor que se llamaba Beco Baytelman, con una voz amablemente
enronquecida por la melaza del relato.
Cada programa se iniciaba con las notas de un violín y de la
guitarra que precedían los primeros versos: “Yo nací en Jacinto Vera / que
barrio Jacinto Vera / ranchos de lata por fuera / y por dentro de madera / De
noche blanca corría / blanca corría la luna / y yo corría tras ella”.
No sé por qué, hasta hoy, esas letras tan simples, me
emocionan hasta las lágrimas. Nunca, antes,
en Montevideo, fui al barrio de Jacinto Vera.
Iré ahora, cuando ya no espero absolutamente nada de las prácticas
artísticas y me he vuelto especialista en analizar las imposturas
institucionales de los dispositivos de vigilancia y control de las intensidades
sociales. Mucha veces he propuesto que
cultura sea una repartición dependiente del ministerio del interior, porque es
un espacio de prevención destinado al manejo de poblaciones vulnerables. En
términos estrictos, he terminado por pensar que los ricos no tienen necesidad
de un ministerio de cultura, porque pueden convertir directamente sus gustos
privados en políticas públicas implícitas. Este fue el título de un artículo que publiqué
en una revista catalana, en el 2014, al momento de dejar la dirección de un
centro cultural. Lo que se nos pedía, desde el Estado, era realizar un buen
manejo de poblaciones. Y en el mejor de los casos, convertir a las poblaciones
en consumidores de ilusión movimientista, en la época del naufragio (in)voluntario
de los movimientos sociales.
Sin embargo, no dejo de depositar mi confianza en los
diagramas. Por ejemplo, las palabras y las notas de la canción de Viglietti son
un diagrama; pero un diagrama de antes de que comenzara el empleo de la palabra
diagrama. Sin embargo, es lo más
parecido a lo que hoy podemos entender por diagrama. ¿Ven? Ranchos de lata por fuera y por dentro
de madera. Un modelo de materialidad y de habitabilidad que encontramos en la
arquitectura de cita virginiana “a lo
pobre” del norte salitrero, y que está presente en la arquitectura medianamente
pretenciosa del enclave británico que fue Valparaíso durante el siglo XIX y
cuyos despojos fueron convertidos –hace una década- en Patrimonio de la
Humanidad.
Blanca corría la luna, y yo corría tras ella: esto es como
recuperar la cita de una línea del primer capítulo de Pensamiento Salvaje de Levi-Strauss, convocado aquí para establecer
una conexión con la conferencia sobre el trabajo de Diitborn. La cita sería algo así: “como una sombra que
anticipa su concepto”. Bueno: eso es el
diagrama.
Blanca corría la luna y yo corría tras ella para alcanzar la
dimensión de mi propia sombra, corporalizada por el vacío indicativo de su
ausencia. Lo cual me conduce,
irremediablemente, a reconstruir los efectos
sociales de esas iniciativas que permanecen a medio camino entre el deseo de representación y la
representación de su deseo.
El diagrama sostiene el deseo de representación, mientras
que la representación del deseo exige poner en movimiento la orgánica
partidaria: es decir, la ministerialidad. Como una sombra que antecede a su
concepto, el misterio del arte ha sucumbido al ministerio.
El público montevideano de la conferencia del miércoles
próximo se preguntará de qué manera se puede encontrar un diagrama de obra en
una letra de Liber Falco. Esta es, desde
ya, una tarea. Más que un ejercicio. Es decir, tenemos su diagrama como obra
musical y poética. El punto es cómo convertir ese diagrama ficcionado en un
programa de acción. Es decir, a qué misterio
remitir la poética de Falco/ Viglietti.
Sin embargo, aquí hay una trampa. Lo que determina esta
elección, de mi parte, es la recepción de la voz de Viglietti, por la radio, como cortina sonora de un
programa de lectura. La trampa consiste
en que estoy recordando a Carlos Flores del Pino, amigo mío, que en 1969 recitaba
en la Población Villa O´Higgins, un poema de Fernando Alegría, que se titula Población callampa. Eso era, en términos estrictos, la
manifestación del deseo, en el lugar exacto de su representación fallida. Conocí, en 1992, una versión de Tito
Fernández, que la recitaba sobre un fondo musical de El niño Luchín, de Victor Jara.
No eran lo mismo. Eso es evidente. Lo que había en el Viglietti de 1970,
en Chile, era la persistencia de un acontecimiento constructivo, cuando en
Fernando Alegría, lo que había era la memoria anticipada de una toma de
terreno. El barrio Jacinto Vera ya era un barrio consolidado en Montevideo
cuando escuchábamos intranquilos a
Viglietti para conjurar el miedo a la
representación.
El programa de Beco Baytelman en la radio de la Universidad de Chile fue para muchos la puerta por la que conocimos escritores latinoamericanos
ResponderEliminarY la canción de Viglietti se me quedó en fondo de la memoria