miércoles, 5 de octubre de 2016

UNA INVITACIÓN A CONVERSAR SOBRE EL AGUA EN LA EXPOSICIÓN DE GIANFRANCO FOSCHINO EN EL MAVI.

Hace algunos años, unas airadas personas me citaron a un comité muy oficial, para que yo explicara el por qué del gasto incurrido en el envío de un artista chileno a una bienal. Los enfrenté por el lado que menos esperaban. A su juicio les parecía escandaloso gastar demasiado dinero en una muestra. No entendían nada de nada. Ni siquiera les preocupaba sobre qué materialidad se realizaba la muestra. El punto era que tratándose de un problema de arte, lo que yo vi fue un problema de agua; es decir, de soberanía territorial. No había otra forma de que pudiesen comprender. Y lo menos que puedo decir, es que quedaron estupefactos.

Al salir de dicha reunión me vino a la mente ese viejo recuerdo que no había logrado reprimir desde los inicios de la “transición interminable”, cuando la visibilidad de un país de solidaridades anti-dictatoriales fue sustituida por los avatares ascendentes de la marca-país. De seguro, los viejos tercios saben a qué me refiero… La epopeya del Iceberg de Sevilla como resumen de una Imagen-País donde la frialdad debía ser comparada con el rigor y la austeridad, me ponía en la indeseada senda del mito  político que nos había conducido a la catástrofe.  ¿Luchar para esto?  Era una paradoja, como si la recuperación de la democracia no implicara un cambio de paradigma en la concepción del territorio y de su manejo cultural como condición del paisaje.

Hace unos años, Gianfranco Foschino comenzó a realizar tomas videográficas en lugares extremos. Lo que me impresionó fue que para obtener dicha vistas fue necesario desplazarse de manera radical y simular, en un modo mínimo, los rudimentos técnicos y corporales de los primeros pioneros; sobre todo en las islas y en los canales australes. El problema con los extremos era que había que producir la noción de Lugar (Locus) y colocar en él unas condiciones mínimas de habitabilidad. Ciertamente, el primer ejemplo que se me venía encima era el campamento que los tripulantes del Endurance construyen en Isla Elefante con los restos del navío aprisionado en los hielos en 1916. Sin embargo, en este ejemplo la situación era excepcional al interior de la excepción misma. No había tenido lugar un naufragio y el desmantelamiento paulatino del navío obedeció mas bien a un acto de urbanización extrema; es decir, una actividad de gestión cultural y de construcción de un paisaje que no podía satisfacer los límites de la imaginación humana. Por mi parte, lo único que yo tenía a mi favor era la lectura de algunas pocas novelas polares, donde la vida marinera de fines del siglo XIX se levantaba como el caso ejemplar de una modelo de “vida en común” excepcional. 




Entonces pude pensar que el trabajo de Gianfranco Foschino consistía en visitar lugares críticos; es decir, donde el paisaje mantuviera todavía condiciones de impedimento a intervenciones descuidadas del hombre.  Sin embargo, el descuido no existe, sino la voracidad. De este modo, cualquier intento por registrar  un “estado de naturaleza” determinado es la validación de su inexistencia, por cuanto toda intervención  en el territorio supone la ejecución de un protocolo de dominio político. 

Fue lo que pensé cuando por los años ochenta tomé consciencia de lo que podía significar un “tratado antártico”, después de haber aprendido en el colegio “de antes” que Chile tenía un “territorio antártico” de 1.250.000 kms2.  De todos modos, no fue sino después de los años noventa que una cierta preocupación internacional no-gubernamental  comenzó a ocuparse de un tema para el que ya había consciencia en la comunidad política; de  que la cooperación científica opera en un doble propósito; por un lado, fomenta el conocimiento para validar de modo regulado la abstención como política; y por otro lado, encubre una política de dominio mundial, sin más, en su fase de simulación de igualdad jurídica.

¿Qué puede hacer un artista, bajo estas condiciones? En la invención del paisaje chileno, está claro que la pintura se ocupó de condensar el imaginario del valle central oligarca, mientras que la fotografía se hizo cargo de colonizar la representación del progreso con una nueva tecnología del registro, que se desarrolla en forma paralela a las empresas de conquista del territorio, compartiendo sus modalidades extractivas. Es decir, fotografía y termodinámica se articulan para acompañar el desplazamiento que experimenta la ciencia de los mapas y el dibujo naturalista que acompaña a las primeras grandes expediciones, deseosas de realizar el más exhaustivo inventario de lo que los mercaderes tendrían que poner, tanto sobre el papel moneda como sobre el papel de los títulos de propiedad.

El artista de la retracción videográfica solo puede, hoy día, señalar los lugares de peligro, en el reverso del turismo de intereses especiales como política  cultural  incidente en el desarrollo regional.
Ciertamente, lo que aquí se juega es mucho más decisivo; porque es netamente político.  Pensar en el Sur Austral  como una “pasión”, como sostendría Shakleton, es fijar el destino del uso de la reflexión sobre el agua como un momento crítico sobre los destinos del planeta.

En el marco de la exposición LOCUS de Gianfranco Foschino en el Museo de Artes Visuales, hemos organizado un conversatorio en torno a estos temas, sin proponer un eje manifiestamente definido. El marco general es lo que podríamos denominar “la política del agua” y compromete la participación de Alberto Peralta (glaciólo), Rodrigo Rojas (escritor), Patrick Lynch (abogado ambiental) y quien escribe. 

Bastaría mencionar, a título de inducción teórica algunas referencias textuales “antiguas” que nos pueden señalar un camino en esta reflexión, desde el terreno de la crítica. Pienso en el texto que Gilles Deleuze escribe en 1963 y que ha sido publicado en Dits et Ëcrits (1954-1975) bajo el título La isla desierta. Todo comienza así: “Los geógrafos dicen que hay dos tipos de islas. Esta es una información preciosa para la imaginación porque en ella se encuentra la confirmación de lo que ya sabía, desde otro lugar. No es el único caso en que la ciencia hace que la mitología se vuelva material, y en  el que la mitología se convierta en una ciencia animada.” Y luego entra en el detalle de definir las islas continentales como islas accidentales derivadas de un cierto tipo de desarticulación, de una erosión o de una fractura. Y están las islas oceánicas,  originarias, esenciales, ya sea hechas de coral o producto de erupciones volcánicas submarinas. Ambas islas, proporcionan una distinción profunda entre el cielo y la tierra. No es una casualidad que esta exposición lleve por título, justamente, LOCUS (lugar).  En un pequeño texto, también de 1963, Michel Foucault se refiere a las aguas y a la locura, no sin antes declarar que en la imaginación occidental, la razón ha pertenecido largo tiempo a la tierra firme: “Isla o continente, empuja el agua con masiva resolución, concediéndole nada más que la arena. La sin razón ha sido acuática desde el fin de los tiempos y hasta una fecha relativamente reciente. Pero más específicamente, oceánica, como espacio infinito, incierto; poblado de figuras en movimiento, inmediatamente borradas, que  dejan tras de sí  ya sea un delgado surco y una espuma, ya sea tempestades, o un tiempo monótono; todo ello sin destino”. La locura, que duda cabe, es el exterior líquido de la razón rocosa.




Entonces, la propuesta está planteada y les extendemos nuestra invitación a discutir sobre las “políticas del agua”, en la literatura, el derecho, el arte y las ciencias.

El conversatorio tendrá lugar el miércoles 12 de octubre a las 19.30 hrs en el MAVI ubicado en José Victorino Lastarria 307 (Plaza Mulato Gil De Castro), Barrio Lastarria, Santiago.



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