miércoles, 3 de agosto de 2016

PRODUCCIÓN DE OBRA


Hay que poner en el centro de la reflexión sobre política nacional de artes visuales la PRODUCCIÓN DE OBRA, y no la difusión ni la formación. La difusión es un asunto relativo a la “industria de las instituciones de exhibición” y la formación tiene que ver directamente con el “mercado” de la educación superior.  La edición critica, en cambio, tiene directa relación con la producción del “discurso de posteridad de obra”.  Algo completamente distinto.

¿Qué se entiende por “discurso de posteridad”?  El espacio propio de la obra se establece a partir de la exploración del discurso crítico que suscita.  El trabajo de la interpretación se remite a una especie de empresa colectiva que, la mayor parte de las veces,  precede a la obra y que, de seguro, la prolongará más allá de si.

La obra da lugar a la producción de unos escritos que deben ser conservados, verificados, referenciados. De tal manera, que la crítica colaborativa y anticipativa no se reduce a trabajar post festum, ni tampoco de manera accidental ni episódica, sino que “comentarios, exégesis e interpretaciones son inseparables de la obra, y constituyen un cierto tipo de cultura”[1].  Ciertamente,  somos conducidos por el trabajo de quienes nos han precedido en la escritura. Pero también,  por quienes nos han precedido en la producción de obra, en el curso de unas polémicas-de-obra determinadas,  cuya identificación y recuperación nos permiten  definir  las coordenadas de un campo. 

En este sentido, la obra viene a nuestro encuentro ya precedida de por una reputación que ya ha logrado establecer sus coordenadas.   De tal manera que será posible hacer las distinciones necesarias entre la verdad de la obra y la verdad de las representaciones  a que ésta ha dado lugar, en el seno de una polémica específica que va a definir el carácter de unas coyunturas en una “formación artística” dada, configurada por sus escenas de reproducción de prácticas discontinuas y diferenciadas. 

Pondré un ejemplo: la inflación de la obra de Matilde Pérez ha dependido de la representación que de sus efectos ha logrado instalar  el trabajo institucional de Ramón Castillo, como curador del MNBA.  De este modo, hay que hacer una distinción entre la “construcción de verdad” de la obra de Matilde Pérez y la construcción del rol que Ramón Castillo le hace cumplir a esta obra en un contexto polémico determinado.  Lo cual se ha convertido en un dudoso hábito de trabajo que éste   ya ha reproducido  en sus trabajos de inflación de  verdad respecto de la obra de Iván Vial y de sus elucubraciones  heroicas sobre el  “ataque militar” al MNBA, en septiembre de 1973, como del efecto de la “verdad de sus operaciones” en una cadena de valor que solo  puede estar determinada por el rol que las piezas por él defendidas pueden tener en un contexto de “nuevo coleccionismo privado”.

Resulta  válido preguntarse por la coincidencia  participativa que tienen Camilo Yáñez y Ramón Castillo como  académicos de la UDP,  tanto  en la inflación de un discurso historiográfico  como en  la inflación de dispositivos de aceleración de carrera en el nuevo diseño institucional de las artes de la visualidad, ya que se habilita la sospecha de si ello corresponde a una política manifiesta de la universidad y de si solo  es expresión  de agendas privadas,  en cuyo establecimiento  se hace participar a  la universidad a título de cómplice  garantizadora pasiva.

La construcción de verdad tiene que ser un efecto teórico  problemático y no  con un consenso académico  subordinado a determinada   “políticas de amistad”.  De este modo,  por ejemplo, no es posible armar un archivo a partir de una “curatoría” de los documentos-por-encontrar, como desean algunos investigadores que modifican los términos y acomodan el hallazgo documentario   a los imperativos del presente, para los que solo se validan los documentos-que–deben-ser-encontrados.

Lo anterior  está planteado  en relación a las necesidades de archivo y documentación destinadas a servir a la construcción del discurso de posteridad de las obras; es decir, a los avatares de las construcciones de verdad  a que   son sometidas las obras cuando se subordinan a  ensoñaciones críticas que omiten la lógica de sus determinaciones. Preguntémonos, al respecto, el “sentido” de los cursos de  “teoría” y de historia del arte en las actuales mallas curriculares de las escuelas en función.  ¿Historia para satisfacer problemas  de cupo laboral o historia-para-la-producción-de-obra?

He señalado  en el primer párrafo  que es necesario  poner en el centro de la reflexión sobre política nacional de artes visuales la PRODUCCIÓN DE OBRA, y no la difusión ni la formación.

Ni formación académica ni difusión: esto quiere decir,  en el terreno de las artes de la visualidad,   poner en duda  la  “garantía exclusiva” del privilegio universitario y  poner un límite  discursivo a la sordidez epistemológica de las mediaciones.  Unas mediaciones que involucran tanto a los Medios (crónica periodística) como a la musealidad, entendida como productora de un conocimiento por el solo hecho de existir como dispositivo fallido de exhibición y   clasificación patrimonial.  Es decir, “por  muy malo” que sea un museo, siempre va a  satisfacer las necesidades simbólicas, tanto de las “comunidades (artistas y público)” como del poder político.

El museo es un consenso-en-acto sobre lo que “se espera” de su poder instituyente. Sin embargo, hay otros poderes instituyentes,  más eficaces, como la crítica y la producción editorial,  que establece relaciones de dependencia (relativa o absoluta) con los  lugares de definición  internacional de lo instituyente en el arte contemporáneo. 

Un centro de arte solo es concebible  solo como  una estrategia de aceleración de la dependencia, para asegurar el acceso de carrera a comunidades de artistas dañadas por la postergación de sus demandas.  Sin embargo, pienso que una política nacional de artes visuales no puede estar determinada por la  necesidad reparatoria  exclusiva de estas comunidades, sino que debe responder al deseo de representación de las fallas de constitución del Estado-Nación; es decir,   organizar la decibilidad del arte desde la consciencia de su distancia respecto de las Instituciones Culturales, porque  las prácticas de arte dan lugar a  una cultura-en-si-misma, que es de distinto carácter que la Cultura Ministerial. De ahí, el sentido de mi ponencia en que sostengo la necesidad de un arte anticultural.

Lo anterior quiere decir que se debe poner en el centro de todo, más bien, en el (re)comienzo de todo, la PRODUCCIÓN DE OBRA.  Esto significa  que el trabajo que debemos hacer ahora es reconstruir el diagrama  que la sostiene y montar las entidades más apropiadas para articular   las prácticas de “creación” (en sentido propio),  con las prácticas de archivo  documentario y  con las prácticas de  construcción de coleccionismo público.  Estas son las tres áreas exclusivas para el montaje de un dispositivo estrictamente destinado al desarrollo de las artes de la visualidad, aún en el seno de la actual administración.

He utilizado la noción de “producción de obra”, mientras otros emplean la palabra “creación”.  Puede que estemos diciendo lo mismo, solo si entendemos que la obra supone por anticipado la construcción de su posteridad como crítica. Los “impulsos” del  “talento” no existen. Lo que hay  son  manifestaciones ya diagramadas (anticipadas) por  unas materias  primas[2] y  unas  modificaciones técnicas  determinadas por una historia desigual y combinada. 

Estas materias primas sostienen la “potencial producibilidad” de sus  condiciones simbólicas en la multiplicidad de formas y soportes (desde la práctica pictórica hasta la producción audiovisual),  que reproducen las condiciones de montaje de sus enunciaciones.  De ahí, entonces, a título de ejemplo, el poder de la mancha  y de sus ideologías consecuentes en el arte chileno[3], como evocación de la fobia a la representación de la corporalidad, seguido del contra-poder de la impresión, como delimitación mecánica de la figuración y de la fisuración de la trazabilidad de la línea, en una polémica-de-obra que reproduce la “ausencia” de modernidad formal, señalando la la existencia de un “hueco decisivo” entre  una pre-modernidad distintivamente clásica ( que  naufraga entre la pintura oligarca de los “caballeros chilenos” y la pintura plebeya de los “post-impresionistas” de la Facultad) y una contemporaneidad acelerada por los efectos de transferencia del modelo de la vanguardia política  para con su  vanguardia plástica subordinada y correspondiente.




[1] LEFORT, Claude. Les formes de l´histoire, Gallimard, 1978.
[2] MACHEREY, Pierre. Para uma Teoria da Produçao Literaria, Editorial Estampa, Lisboa, 1971.
[3]  Couve: manchismo de derecha; Balmes: manchismo de izquierda.

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