El viernes 25 de noviembre me apersoné en el Museo de
Historia Natural de Valparaíso para asistir al encuentro regional para el
diseño participativo de la política nacional de artes de la visualidad. El asunto es que tengo dos domicilios; uno,
en Santiago, el otro, en Valparaíso, en el Cerro Cárcel. De modo que tenía más
interés en estar presente en regiones, que escuchar lo que ya suponemos que
vamos a escuchar en la escena santiaguina.
En el programa del encuentro estaba anunciada la presencia
de Pablo Langlois, que daría un informe sobre el coloquio de julio. Sin embargo, Langlois no apareció. Lo cual fue muy lamentable, porque nadie en la
Quinta Región pudo tener información sobre este coloquio. El encuentro se relizaría sin contar con este
valioso antecedente.
La introducción estuvo a cargo del responsable de fotografía
del CNCA, Felipe Coddou –principal sostenedor del FIFV-, que hizo una lamentable performance. Parecía
que le estuviese hablando a un grupo de escolares, con todo mi respeto por los
escolares. Pero la actitud es
inaceptable. Es curioso que no hubiese en el público, prácticamente, ningún
fotógrafo. Probablemente ya estaban suficientemente “satisfechos” en sus
demandas.
No es posible aceptar una prestación que sea portadora de
semejante indolencia. De paso, Coddou
–a quien conocí trabajando en el gabinete de Luciano Cruz-Coke-, no hizo
mención alguna al coloquio y se puso a enumerar una serie de acciones que
parecían ejecutadas por el área de artes visuales, pero que iban desde Ch.ACO
hasta la marca sectorial exportadora,
pasando por el envió a Venecia y las actividades de Antenna. Resultaba muy curiosa la cobertura de un léxico absolutamente
neoliberal en un discurso para fomentar políticas públicas, dando la impresión
que éstas eran asuntos destinados a los “artistas menesterosos”, porque
los otros ya tendrían resuelto su
problema, gracias a la exportabilidad (sic). Ni una palabra, por cierto, de Cerrillos.
Después de esta brillante intervención de bienvenida, los funcionarios locales nos condujeron al edificio de la plaza Anibal
Pinto donde está la Radio Portales. En
el camino, pasamos con unos amigos a reservar unos perniles a La Candelaria, en
el pasaje Pirámide. Regresaríamos a
buscarlos después del “trabajo de mesa”.
Luego, en el último piso del histórico edificio tenía lugar,
propiamente, el trabajo de las
“mesas”. Y así, con la mayor disposición del mundo nos
organizaron en diversas “mesas”; como ejemplo, de Creación y
Profesionalización. Había otra de Patrimonio y una de Difusión y
Circulación. Son las que recuerdo.
Yo escogí la “mesa” de Creación. Entonces, todos sentado(as)
esperamos que los profesionales inductores nos señalaran la manera de cómo
había que participar. ¡Insólito! Jóvenes
profesionales de las ciencias sociales ejercían
de monitores de una sesión de psicoterapia de grupos, con el propósito
de “aislar” unos descriptores que luego anotaban en un papelógrafo, donde irían
señalando unos “rudimentos” para la formulación de una política pública. ¡Era de no creer! La voz de los participantes era directamente
recogida para ser inscrita como voluntad y deseo del arte local.
Pero esto no funcionaba. Los inductores, a quien ya conocía
desde mi trabajo en el gabinete del gobierno anterior, estaban absolutamente sobre calificados para realizar una
tarea que –obviamente- les encomendaron “por oficio”. De hecho, nos pusimos de acuerdo para que
realizaran el trabajo que su autoridad les había solicitado de la mejor forma
posible. Y es así como nos dedicamos a
realizar el rito de la participación, en
un propósito consciente de hablar de un asunto que no podía ser formateado por
el molde de quienes recogen las
“inquietudes” del medio para convertirlas en “programa”.
Entonces, seamos serios. No se puede descalificar el
discurso de los contradictores a partir
de una auto referida y exclusiva representación de la “gran ciudadanía
cultural” que entrega el pulso de sus demandas. Disculpen, pero en la reserva de los perniles había más
patrimonialidad culinaria local que en los informes al coloquio de julio, en
Santiago, sobre cultura democrática y prácticas de sobrevivencia en el terreno
alimentario local, que exceden largamente las restricciones ilustrativas de las
artes visuales en su “acepción santiaguina”.
De verdad. Para recolectar, digámoslo así, las demandas de
la ciudadanía artística –hablemos en singular-, hay que montar experiencias que
permitan comprender en profundidad las demandas de unas comunidades, a las que
se define desde la partida como unas “menesterosas”, puesto que son convocadas
para que hablen de sus “faltas”, “ausencias”, “incompletudes”, generando la
promesa de una compensación anticipada desde el rito de una escucha que
formatea la expresión de sus carencias. ¿Es esto una democracia cultural? Ciertamente
que no. Una democracia cultural no es la
voluntad de un centro que busca expandir su público, sino una suerte de
acompañamiento de una sociedad plural a la que hay que proporcionar los medios
para que se exprese. Las hipótesis sobre
la creatividad son anteriores a los cruces estadísticos dudosamente obtenidos y
a la obligatoriedad de formateo de unas
demandas hechas a la medida de descriptores ya formulados por el voraz
inconsciente de la institución.
El tema de la “mesa” era Creación y Profesionalización. Ninguno de los participantes de la mesa vivía
del comercio de sus obras. Importante
dato que era asumido por los inductores como una falta grave. Si no había comercio local de arte, ¿de qué
manera podríamos generar un mercado local? Era la preocupación manifiesta que
manifestaban y anotaban el dato como una
falta de consistencia del sector.
Entonces, las mujeres que conformaban la “mesa” comenzaron a hablar de la creación, no desde
la carencia. Fue la primera lección de esa mañana. Una artista plantea que el arte está para
introducir en la vida cotidiana, la dimensión de lo sagrado. De este modo, instala una separación
importante que permite definir el lugar del artista en una comunidad; según
ella, el artista es quien se ocupa de
hacer que eso sea haga evidente. El arte es como un “templo”,
termina. Y otra afirma de inmediato:
¿Qué tiene que hacer el Estado y una política pública en este terreno, que es
(tan) privado? Una tercera sostiene: el
Estado tiene que ver con eso en la medida que cumpla con su “trabajo”; por
ejemplo, asegurar una educación pública de calidad. Pero la creación es nuestro terreno.
El punto era crucial: el debate traducía el cruce polémico
entre René Girard, Mircea Eliade y André Malraux, para empezar. Imposible de
formatear.
A estas alturas, en esta “mesa” se había planteado lo
fundamental: nuestro terreno era lo
propio de la producción simbólica. Roberto
Matta, para hacer su trabajo, solo necesitaba una hoja de cuaderno y unos
lápices de colores. Luego, el artistas
es artista porque es reconocido como tal por otros artistas. Entonces, el “otro” es una dimensión que se
extiende desde el primer momento en que se
instala una mirada. Todo esto posee
unos rangos determinados de institucionalización de las formas de producción de
subjetividad y dan cuenta de los modos de presencia de una formación social
determinada, con sus dispositivos de circulación y de inscripción en el mainstream.
Por ejemplo: ¿qué información tienen Felipe Coddou y Simón
Pérez del mainstream del arte
contemporáneo en escenas locales de/preciadas? Por cierto, ninguna. Pero vienen a Valparaíso
a dirigir un fraude conversacional.
Entonces, mis amigas
pasaron del espacio de lo sagrado a la
cuestión de Altamira; es decir, las primeras operaciones pictográficas que
podemos reconocer como “otredad” institucional.
No hemos avanzado, simbólicamente, un centímetro. Recordé de inmediato una frase de Carla
Cordua reproducia en La Tercera del 19 de noviembre: “El progresismo tiene ese
defecto: cree que la actualidad es superior al pasado”.
Imaginen ustedes que la continuación de todo esto fue la
aparición de la figura de la animita en la conversación, para terminar de
conectar nuestro interés en las relaciones de lo público y lo privado a través
de este gesto de producción ritual, que por lo demás, ponía en una misma
longitud de onda el arte contemporáneo
con la erudición implícita de la cultura popular. La cuestión del nacimiento del arte se nos
presentaba y se actualizaba en una “mesa técnica” destinada a formatear un hablar-de-artista y convertirla en
“protocolo de demandas”. No era
posible.
Lo maravilloso de este asunto es que, al final, otra artista
dijo: “ya que nos piden formular de todas maneras unas demandas, entonces
digamos que nos apoyen con la construcción de buenas salas de exhibición
regional de formato mediano,
arquitectónicamente dignas, autónomas. Que no le llamen sala a un pasillo o al acceso del teatro y esas
cosas, sino que queremos un “cubo blanco”, modernista, como tiene que ser”. Esta fue la segunda lección.
La tercera lección tuvo que ver con una confirmación: toda
discusión sobre creatividad es posible desde el reconocimiento de una práctica. Y para recopilar, digámoslo así, los
rudimentos de estas prácticas, el método de la psicoterapia de grupo que emplea
el CNCA satisface las necesidades de
redacción de los informes que servirán, probablemente, de insumos. Pero aquí
hay un fraude metodológico de marca mayor,
que mis amigos de Estudios no están obligados a cumplir.
En relación a la escucha de las comunidades, me pareció que
esta ficción de recolección del habla directa era regresiva, si pienso en la
eficacia simbólica y el presupuesto ético de las investigaciones del universo
significativo en el seno de la práctica de educación popular de Paulo Freire.
Es decir: estas prácticas al menos
suponen una relación de mediana duración entre la comunidad y el educador
popular, que buscaba hacer avanzar a la comunidad en el descubrimiento de
dichos universos y en conducir su elaboración, y no cumplir con la demanda de
formateo de la palabra por parte de un
servicio. Experiencias que conocimos
desde los años 1968 en adelante. O sea, ya hay más de cuarenta años de experiencia en estos métodos como para venir
a repetir formas regresivas de conducción de asambleas pequeñas a las que se impone una política implícita ya
anticipada. Sin duda, la investigación
de universos significativos exigen un
proceso largo, que al menos considere meses de trabajo en el seguimiento
cercano de estas comunidades. De modo
que la prospección hubiera significado desde la partida una práctica de transformación de las prácticas.
Y la segunda cuestión, asociada, es la de la encuesta
etnográfica de largo aliento.
ESTUDIOS, lo escribo con mayúscula, debe dedicarse, en
parte, a esto. A investigar en el
imaginario de las comunidades de artistas, mediante métodos descriptivos que
impliquen transformaciones de los modos
de ver y los modos de hacer de
dichas comunidades, porque es en estos modos que se juega el destino de la creatividad y de la
inscriptividad de unas obras.
Michel de Certeau ya lo señalaba en 1974 en el estudio que
hizo para el servicio de investigación del
Secretariado de Estado para la Cultura: “Un abismo se instala entre lo que se
dice, pero que no es real, y lo vivido, pero que ya no se puede decir”.
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