Nunca antes la
referencia a una fórmula del lenguaje común había tenido más eficacia: “Ya nadie sabe para quien trabaja”.
En un texto que titula Mil
novecientos sesenta y siete, Arturo Navarro plantea algunas cuestiones
respecto de la periodización autoritaria
esbozada por el Ministro Ottone en una
entrevista de El Mercurio del 23 de
octubre, que desde todo punto de vista
reveló ser una
auto-encerrona.
Arturo Navarro
resintió las preguntas de Daniel Swinburn como una operación editorial
destinada a tender una trampa al
ministro, cuando la única “maldad posible” era, simplemente, “hacerlo hablar”. De modo que habiendo sido señalado como
víctima de una malévola entrevista, debe concluir con la indelicada descalificación de las objeciones que un sector de la crítica ha
sostenido, tomando las palabras de la
autoridad en su disponible literalidad, para lo cual se adelanta en declarar que no son más que “rápidas teorías, vertiginosas críticas y
vergonzosas explicaciones respecto de que el andamiaje de las artes visuales
del país se venía abajo a causa de esta arbitraria cirugía ministerial”, pero
sin proporcionar argumento de refutación alguno.
Por el conocimiento
que tengo de la escena artística, nadie ha postulado la idea según la cual el desmoronamiento del andamiaje
de las artes visuales proviene de la iniciativa de periodización del ministro. Mal podría. El derrumbe aludido existe y las razones
que lo explican son más complejas
que la causalidad de algunas palabras de más de una autoridad que se
des/autoriza. Lo que está en juego en la
crítica a las palabras del ministro no es una fecha, sino la
función que se le atribuye en el seno de la propuesta general del Centro de
Arte de Cerrillos.
Ahora bien: la fecha de 1967 es un detalle en el seno de una
polémica que compromete una iniciativa de desarrollo de un proyecto no
explicitado, que está mencionado como uno de los pilares de una Política
Nacional de Artes Visuales. Respecto de
esta secuencia, le sugiero a Arturo Navarro adquirir la información adecuada
sobre el tema y que si desea entrar en polémica razonada y razonable lo remito
a lo que ya he publicado al respecto en www.luchalibro.cl
y en hptt://escenaslocales.blogspot.cl/
Arturo Navarro encontrará allí un material, que abordado con
objetividad, le planteará algunas
cuestiones claves sobre el andamiaje de las artes visuales, que distan mucho de
ser una teoría rápida, vertiginosa y vergonzosa. En particular, sobre el año 1967, al que hace
alusión con una particular emoción; que de hecho, comparto.
Justamente, lo que hace es abstenerse de poner en cuestión
el error de método del ministro, al determinar una periodización de una escena
de arte a partir de elementos externos a ella. (Resulta obvio poner en contexto las prácticas
artísticas, pero es preciso respetar su especificidad). Sin embargo, en la misma
subordinación discursiva, lo que hace Arturo Navarro es dar una
extraordinaria lección de historia al
curador de la muestra de Cerrillos, proponiéndole de paso, la imagen
articuladora para la correcta pensabilidad de una periodización que pone en
escena, de manera efectiva, el estatuto de la palabra como imagen, en esa
coyuntura.
Y me parece que este es un gran aporte de Arturo Navarro; es
decir, haber pensado en la función
de bisagra de esa imagen, en que la
palabra, figura: “Chileno: El Mercurio miente”.
De hecho, la
instalación de este lienzo en el frontis de la casa central de la Universidad
Católica debiera ser reconocido como un
elemento de corte más decisivo que la aeronáutica; pero el ministro debía
justificar el nombre Cerrillos, sin por ello tener que hacer mención a los
proyectos de especulación inmobiliaria asociados, a los que Arturo Navarro no
hace alusión alguna. Al menos, su recuerdo tiene que ver con un
momento significativo –en su fase letrista-
de la historia de la imagen en la cultura chilena contemporánea.
Lo que hay que preguntarse es por qué el curador de la
muestra no reparó en estos detalles; puesto que ya tenía a su disposición una imagen que aludía a la articulación de tres momentos ( político,
literario y visual).
Aprovecho esta “instancia” analítica para remitir este recurso de Arturo Navarro a un criterio positivo, siendo posible colaborar con la hipótesis de corte del ministro
apelando a la existencia de una pintura como criterio de
periodización. El ministro quiso hacer un chiste de “sociología de la
recepción artística” y no le resultó. Al
respecto, su posición sobre 1967 es exacta, pero no lo sabía, en la medida que
existe una pintura a partir de la cual
se puede sostener una hipótesis de periodización consistente.
Se trata, justamente, de la pintura de José Balmes realizada
en 1967, “Homenaje a Lumumba”, a la que
me he referido ya abundantemente y que al
parecer Arturo Navarro no se ha enterado. En esa
pintura, cubierta de tinta negra, Balmes fabrica un pizarrón para dictar una
lección de geografía de la descolonización africana. Pero más que eso, reduce
el “acontecimiento” a la presión
tecnológica de una piedra litográfica, para fijar
el rostro dibujado de un hombre convertido
en “ruina”, cuyo cuerpo será hecho
desaparecer por sus enemigos en 1961. Todo eso es una alegoría anticipativa de
la dinámica impresiva que definirá la
fase en que la pintura NO (1972) va a adquirir su significación mayor. Arturo Navarro entenderá la conexión, porque es a partir de
esa reforma universitaria a la que estaba asociada la “imagen llamada palabra”
de agosto de 1967, que fue posible
incluir la lectura de Franz Fanon en el plan de estudios de filosofía
política.
Sin embargo, no hay que dejar pasar una segunda indelicadeza
discursiva de Arturo Navarro y que está
referida al alcance de la serena carta
de Ana Tironi sacando la cara por su ministro en El Mercurio (que miente),
atribuyendo el carácter de verdad revelada
a lo que no se presenta más que como un pauteado protocolo de intenciones.
El texto de Arturo Navarro en http://arturo-navarro.blogspot.cl/
está fechado el 2 de noviembre. De
todos modos, desde el día anterior yo ya
había subido a hptt://escenaslocales.blogspot.cl/ una
también serena carta de respuesta a
Ana Tironi, donde le formulo una serie
de preguntas que hasta el momento
ninguna de ellas ha sido respondida.
No es posible aceptar que unas objeciones de este carácter se hagan
acreedoras del apelativo de “vergonzosa explicación”, solo porque en ellas se objetan las declaraciones de miembros de un gabinete, que usurpan funciones y definen de manera
autoritaria la interpretabilidad de un momento significativo de una escena
compleja.
El ministro no solo se
refiere a un criterio de corte in/fundamentado, sino que interviene en un debate para el que no está habilitado,
enarbolando criterios cuyos efectos, afectan
gravemente el destino de la musealidad chilena. ¿De qué manera resulta lícito sostener que
estas observaciones son producto de “teorías rápidas”? Lo que le propongo a
Arturo Navarro es hacer una “lectura lenta” de textos que poseen una coherencia
determinada, en los que elaboro hipótesis verosímiles, que satisfacen la
solicitud de responsabilidad analítica
que reclama la propia Ana Tironi
en su carta a El Mercurio.
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