El 7 de
noviembre ocurrió un hecho no casual en las “páginas” de El Mostrador. Nada es
casual, finalmente, cuando se tiene delante el diagrama complejo de las
noticias. La dificultad es que en el periódico electrónico no se tiene la ilusión de estar ante una mesa
de estado mayor, como cuando se
extienden los recortes de los periódicos impresos.
La fantasmática
de la inteligencia y la contrainteligencia política que dependía del rito del
“análisis de prensa” como sustituto del
periódico político como andamiaje del partido y que ha sido inconvenientemente
descrita en la novela latinoamericana del “período especial”, no deja de amenazar la consistencia de las
políticas de escritura.
Ese día, en El
Mostrador, hubo dos “columnas”
destinadas a Cultura. La primera, escrita por Héctor Cossio, editor del
periódico, en que abordaba el colapso de la política de Bachelet en cultura. Ni
siquiera hablaba de Ottone, en particular, sino de la fallida puesta en
forma de unas propuestas que finalmente
fueron afectadas por el síndrome de la muerte súbita.
El análisis era
de una crueldad ejemplar y hasta el día de hoy no ha habido asomo de respuesta
de parte del equipo ministerial. Esta no era una “operación de comunicación”,
sino una severa crítica política que debiera ser considerada en su valor por
los analistas del “segundo piso”.
La segunda
columna, en cambio, correspondía a una
declaración programática y estaba firmada por la directora de Estudios del
CNCA, Constanza Symmes. Su propósito era
fijar los rangos de pertinencia de su propio trabajo metodológico en la
elaboración de las políticas, de modo que, de manera inconsciente, completaba la crítica de Héctor Cossio, en la
medida que instalaba el rango
referencial a partir de cómo, las propuestas de Ottone, no habían sido (suficientemente)
pensadas por y desde la orgánica del servicio. Es decir, ponía en evidencia el hecho que ni el propio
ministro respetaba la pragmática analítica de quienes ponían las exigencias
teóricas en el seno de su propia repartición.
Lo que digo es
una ingenuidad que parte de la base que Estudios posee una relativa autonomía
en el seno de una repartición como esa. Es en la distancia entre esa
relatividad y la voracidad de un gabinete que se instala el rigor indeseado e
indeseable de una política analítica que busca la verdad y no se somete a
la “política de la verdad”.
En síntesis, la
columna de Héctor Cossio analizaba la conducta política de un equipo
ministerial aquejado por una ineptitud estructural, mientras la columna de Constanza
Symmes exponía las condiciones bajo las cuáles se elaboraba una política,
porque a su juicio, no se reconocía dicho trabajo de manera suficiente, ni por
la ciudadanía artística, ni por el equipo del gabinete. De este modo, hacía
estado de una ingratitud institucional que la llevaba a defender el trabajo que
el propio gabinete había desnaturalizado.
Es preciso
señalar que Estudios organizó la jornada destinada a recoger insumos para la elaboración de una política
nacional de artes visuales, en los momentos en que el ministro y su asesor
especial para estos temas desviaban la atención del sector programando los efectos comunicacionales del
Centro de Arte por inaugurar. Estábamos en junio y el gabinete le
encomendó a Estudios, hacer el “trabajo sucio”,
que consistió en convertir la jornada en una “mesa técnica”. Hasta el día de
hoy, los términos del debate no han sido evaluados ni incorporados a una
discusión en el seno de las comunidades que conforman la ciudadanía artística.
La situación era
esquizofrénica. Mientras el ministro y su asesor avanzaban en una dirección,
haciendo caso omiso de cualquier observación, Estudios hacía el trabajo de
compensación con los agentes que había que consolar con promesas metodológicas.
Sin embargo, fiel a su propia ética de trabajo, Estudios elaboró una metodología
mediante la cual intentó sostener objetivamente la viabilidad de un proceso de
recolección de insumos significativos para la formulación de una política.
El problema que
se plantea con la “maldad editorial” de El Mostrador es el siguiente: después
de la columna de Héctor Cossio, el discurso de Constanza Symmes queda relegado
al rol de una advertencia vindicativa de carácter académico.
Aquí, la palabra
“académico” adquiere un significado completamente peyorativo, en comparación a
la supuesta consistencia del factor
político. Lo cual habilita la percepción pública de que el gabinete se ocupa de
lo político, mientras Estudios realiza la función de acomodo de las nociones
sobre las que este se sustenta. Digo bien: acomodo. Que es el modo como se
traduce la “digeribilidad” de los decretos en la vida cotidiana de la
ciudadanía artística.
De todos modos,
en una segunda lectura, la columna de Constanza Symmes dice más de lo que ella
misma se propone, dejando al ministro en un descampado, ya que señala
indirectamente que en el CNCA existe un equipo de funcionarios que trabaja-con-rigor, separado de un
equipo de gabinete para el que solo
existe el rigor del pequeño
oportunismo de sobrevivencia. Y no solo eso. Estudios reclama reconocimiento por sobre las
ineptitudes de un equipo de gabinete.
Sin embargo, la
“maldad editorial” de El Mostrador permite que leamos ambas columnas en un
mismo día, sin explicar la “necesidad” política de hacerlas comparecer en
condiciones de curiosa contigüidad. Lo que El Mostrador no conocía,
probablemente, era el motivo de la columna de Constanza Symmes, que buscaba
recomponerse del efecto de un “crimen de reconocimiento” que había tenido lugar
el 27 de octubre en el seminario sobre políticas culturales que realizaba el
CEP.
Desde hacía
semanas, el mencionado seminario ya ocupaba el “horizonte de espera” de no
pocos especialistas en el debate sobre
el proyecto de nuevo ministerio. Sesiones destinadas a trabajar sobre economía
de la cultura habían establecido una zona polémica de gran productividad, donde
se instalaba una hipótesis verosímil, que apuntaba a señalar la existencia de un abismo entre la
pensabilidad de las políticas públicas en cultura y la arbitrariedad política
de corto plazo que animaba la pragmática del equipo del gabinete.
En ese marco, el
CEP habría cometido la indelicadeza de no invitar a Estudios del CNCA, porque
de ese modo habría desconocido el trabajo realizado y no habría tomado en
cuenta la existencia de las herramientas que ya habrían hecho avanzar las cosas
en una cierta dirección. Todo esto, en
condicional.
De acuerdo a
ciertos protocolos que rigen las relaciones institucionales, ha sido el propio
gabinete del CNCA quien ha promovido la
invisibilidad del trabajo de su propia división de Estudios. En la misma solicitud de reciprocidad habría
que esperar de parte del CNCA, una actitud análoga de delicadeza que debiera
incluir al CEP en las jornadas de discusión de políticas. El
problema es que desde el CNCA no se debe aceptar la idea de que un instituto-de-estudios-de-la-derecha
asuma la responsabilidad de pensar sobre políticas públicas en cultura. Y ese
es el hecho insoportable, por cuanto la cultura es un coto caza privativo de la izquierda. Lo peor que podría pasar es que la derecha
pensara en cultura.
Constanza Symmes
asistió a la sesión del 27 de octubre y no pudo soportar el análisis de Pablo Chiuminatto, cuyo sarcasmo erudito despachaba el esfuerzo
desarrollado por Estudios. De modo que la
columna publicada el 7 de noviembre está pensada, en parte, para responder a
Chiuminatto, y en parte, para dejar en claro al CEP, que en el futuro del
seminario no sería delicado dejar fuera a Estudios, si bien, a través de esta
operación vindicativa, consolidaba el juicio crítico que Héctor Cossio elaboraba en la columna
destinada a enumerar y dimensionar la ineptitud del gabinete de Ottone.
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