domingo, 13 de noviembre de 2016

TEORÍA RÁPIDA

En el muro de ingreso a su exposición en el Instituto Cultural de Las Condes, Francisco González-Vera hizo colocar un texto de Agota Kristof, modificado, en que reemplazó la palabra “escribir”  por la palabra “dibujar”. Para los efectos de esta columna, regreso al texto de partida y  reproduzco el fragmento de mi conveniencia: “En primer lugar hay que  escribir, naturalmente. Luego, hay que seguir escribiendo. Incluso cuando no le interese a nadie, incluso cuando tengamos la impresión de que nunca le interesará a nadie. Incluso cuando los manuscritos se acumulen en los cajones y los olvidamos para escribir otros”[1].
Hablar/escribir  de política nacional de artes visuales desde la obras de ciertos artistas es una exigencia teórica  de primera importancia. Las obras son dispositivos  complejos de pensamiento.  A propósito de la última columna en que abordaba  el trabajo de Francisca Aninat he tenido que mencionar la lectura paralela y consistente de un libro sobre la invención del concepto de “acción cultural” y del rol que tenía o que tuvo el arte contemporáneo en la formación de un ministerio de cultura, en 1959, en Francia.

Esta era una época en que el socialismo chileno no tenía la más remota idea de este tema, porque probablemente consideraba que las artes visuales eran el reflejo del gusto estructurado de la clase dominante.  Esto, sin perjuicio de que sus dirigentes asociaran, demasiado a menudo, la articulación deseada entre vanguardia plástica y vanguardia política, en el mismo momento en que los empresarios más cultivados organizaban el soporte de  operaciones  de prestigio, destinadas a disputar a la izquierda el privilegio de la cultura contemporánea. 

Eran empresarios tan cultivados, que algunos de ellos se hicieron demócrata-cristianos, para iniciar la era de la accesibilidad, en Chile, previo reconocimiento de que existía un “otro” que no tenía acceso, a tener siquiera conciencia de su inaccesibilidad.

En 1959, hay que imaginar lo que era la escena plástica chilena, toda vez que había terminado el intento difusivo del grupo de intelectuales que se había organizado para editar revista Pro Arte.  Recién, en 1950, Pettorutti dictada conferencias sobre arte moderno, en las escuelas de verano de la Universidad de Chile. Hay que pensar qué era una “escuela de verano” en el contexto de la noción de “extensión universitaria”  de ese entonces.

Mientras en Francia, André Malraux  y Gaëtan Picon inventaban la pragmática de la “acción cultural” sostenida por la existencia de las casas de jóvenes y cultura, como expresión de la educación popular reparatoria que nace con la Liberación, en Chile, el aparato universitario ejercía funciones de “ministerio de cultura”, pero guardando la tesis convencional, despóticamente academizada, de un concepto de “extensión cultural”  destinado a facilitar el acceso de un contingente de fuerzas populares al goce de los bienes culturales a los que la burguesía  les había impedido acceder. La universidad destinaría parcialmente unos esfuerzos a inventar la necesidad orgánica de su presencia en una ilusión de cultura democrática que la colocaba en el centro de la difusividad como política providencialmente igualitaria.

Lo curioso es que a comienzos de los años sesenta es el empresariado el que percibe la necesidad de disputar a la izquierda la primacía en el control de los dispositivos de difusión.  Y para eso organiza la “sociedad de amigos” del Museo de Arte Contemporáneo.  Lo cual es muy significativo, por el solo hecho de que unos cuantos señores y damas oligarcas asumen la responsabilidad de realizar una acción para-estatal de envergadura.   Lo cual es una contradicción en los términos. ¿Cómo fue posible que en el seno de una universidad nacional, el empresariado pudiera instalar una “cuña” significativa, que no hizo más que consolidar la política difusiva del “imperialismo americano” en la cultura chilena?  Ese fue el contexto, para hablar en “antiguo”, en que se realizó la exposición mercurial “De Cézanne a Miró”.  ¡Por favor!

¿No se les pasa por la cabeza pensar por qué una exposición como ésta no fue realizada en el MNBA? La respuesta es simple: porque no lo dominaban.  De manera que iniciaron su conquista. Y lo lograron a finales del gobierno de Frei Montalva, cuando la misma sociedad de empresarios se desplazó del MAC hacia el MNBA, porque siendo el primero una dependencia de la Facultad de Bellas Artes, su izquierdización  hacía difícil la injerencia de estos empresarios en la programación de un museo que ya no servía a sus propósitos. De este modo, los empresarios abandonaron la universidad y pasaron a apoyar la gestión del MNBA, ofreciendo una mayor subordinación institucional a la política de la Unión Panamericana y de una organización que bajo el nombre de Arts International, se ocupaba de la colonización museal en algunos países de América Latina.  En este marco se explica la realización de las bienales de grabado y el apoyo que ésta iniciativa tuvo de parte del Departamento de Estado. 

Entonces, ¿qué tenemos en 1970? Una Facultad dominada por la izquierda comunista y un MNBA dirigido por un representante de ese empresariado cultivado que apostó por el arte contemporáneo como espacio social para la facilitación de las relaciones empresariales, son las dos grandes fuerzas de invención nocional del período.  Y esto no es una invención.  Lo dice el propio Flavián Levin en un libro de entrevistas publicado a fines de los años ochenta.  Pero además, es una acusación que formuló en 1974, la crítica norteamericana de izquierda, Shiffra Goldman. 

De modo que los jóvenes investigadores dependientes que escriben a duras penas en revistas electrónicas de difusión cultural,  financiadas con dineros públicos, tienen un yacimiento documental de grandes proporciones para estudiar estos movimientos argumentales de control de dispositivos de intervención.  Les deseo lo mejor.  Sin embargo, les recomiendo que no citen fragmentos de estudios de crítica anglosajona producida en la última década, para luego “aplicarlos” a la  situación local local.  No funciona. La arquitectura de la recepción no da, ni existen condiciones de reproducción  institucional para una carrera curatorial como la que aspiran.

¿Por qué hablé de la coyuntura francesa de 1959? ¡Ah! Para redimensionar el “efecto de ignorancia” de los agentes que operan en el Estado Concertacionista, y que deambulan en esa temporalidad reparatoria entre las dos comisiones fundacionales en el lema de la institucionalidad deseada: La  Comisión Garretón  (Lagos ministro) y la Comisión Ivelic (Frei presidente).  Y todo esto,  no es más que un “prolegómeno” a los arreglos pragmáticos del proyecto final que resultó  un híbrido cuya eficacia solo pudo satisfacer unas ensoñaciones estatales que combinaron de manera esquizofrénica una política de acceso compensatorio cuyas raíces llegan hasta la Promoción Popular y una política de industrialización creativa que solo favorece el Libro, la Música y el Teatro.  Las artes visuales quedan relegadas a la función de propaganda reparatoria de poblaciones vulnerables. Solo que los artistas quisieran tener un trato de inversionista ascendente en el espacio reservado a las industrias creativas. 










[1]     Kristof, Agota.  “La Analfabeta. Relato Autobiográfico”. Alpha Decay,  2015..

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