lunes, 5 de diciembre de 2016

EL MODELO ANTICIPATIVO DE “LA ESCUELA TOMADA”, DE ALFREDO JOCELYN-HOLT.

En la edición del viernes 2 de diciembre en La Segunda, Alfredo Jocelyn-Holt declara que “si se hiciera cargo de las cosas que se dicen de (él), en una de ésas ya (se) habría cortado las venas, que presume es lo que algunas personas quisieran”. Palabras que podría reproducir yo mismo a propósito de ciertas declaraciones que, faltas de espesor histórico, he decidido no responder. En verdad, ni siquiera las he leído, sabiendo desde qué medio son emitidas. Cuando se conoce el origen de las operaciones de asesinato mediático he resuelto ni siquiera enterarme.

Sin embargo,  a pesar suyo, Alfredo Jocelyn-Holt debía enterarse de las declaraciones adversas emitidas por quienes recusaban la atribución del Premio Literario de la Municipalidad de Santiago en la sección Referenciales.   Para algunos, el premio no debió haber sido otorgado en función de tres “argumentos”: desprestigiar a la U. De Chile, megalomanía y posición conservadora.  En definitiva, ninguna de las tres acusaciones era suficiente. Puede que los tres “argumentos” fueran efectivamente atendibles. Aún así, no son suficientes para recusar un premio. 

La torpeza de haber conocido los tres “argumentos” producto de una filtración, impidió que los detractores tuviesen la ocasión de ejercer su crítica en regla. Lo cual le proporcionó a Alfredo Jocelyn-Holt una ventaja considerable en los medios.

Finalmente, la entrevista en La Segunda toma el rumbo de una reflexión sobre la crisis y la incertidumbre del actual escenario político, sancionado por el fallecimiento de Fidel Castro, que ha puesto de relieve  el tema de las contradictorias relaciones entre intelectuales y política.  Lo menciono porque si hay algo que ha caracterizado, a mi juicio, este último período, ha sido la claudicación de dicha categoría, en la medida que –por ejemplo-, las ciencias sociales no son más que productoras de insumos para la industria de la gobernabilidad.

Dicho esto, no me queda más que esbozar algunas notas de mi lectura de La escuela tomada, el libro que nadie ha criticado en forma,  desde cuya omisión se han levantado todos tipo de comentarios; justamente, para asegurar que su lectura sea efectivamente no realizada.  Ya había leído la intervención de Bernardo Subercaseaux, realizada durante la presentación del libro en la FILSA del año pasado y me había dejado completamente insatisfecho. 

Ahora bien: el propósito central no es el desprestigio de la U. De Chile sino el abordaje crítico  del  “deplorable estado actual de las universidades chilenas” (página 30).  El libro tampoco es un “estudio” de la educación superior, sino sobre todo un “libro de tesis crítica y denuncia” (página 33).  De modo que, más que desprestigio, el libro presenta –escribiendo en marxista-,  una análisis objetivo de la situación concreta.  Y en relación a la acusación de megalomanía, por el uso de la primera persona interviniendo decisivamente en los hechos consignados,  Alfredo Jocelyn-Holt  hace suyas las apalabras de Javier Cercas en Soldados de Salamina: “Así pues, lo que a continuación consigno no es lo que realmente sucedió, sino lo que parece verosímil que sucediera; no ofrezco hechos probados, sino conjeturas razonables” (página 36, nota 4).

Todas estas citas apuntan a fijar la atención sobre el estatuto del historiador, a medio camino con el escritor de novelas de no-ficción.  Al fin y al cabo, se podría sostener que los “conservadores”, más serían los propios detractores del premio en cuestión, ya que probablemente se someten a las presiones simbólicas del fantasma que los conmina a escribir en representación de los intereses de un colectivo a la medida. Probablemente, a la medida de sus propias carreras académicas.

No cabe duda que este libro se sitúa en las fronteras de la “novela de origen” y del “informe de campo”, elaborado en la distancia corta que compromete la posición del sujeto-historiador, que debe inventar las condiciones de una distancia larga para poner en crisis su propia posición como sujeto de enunciación.  Esto no es megalomanía, sino puesta en escena de un rigor mínimo conjetural.

Este es el verdadero giro historiográfico de Alfredo Jocelyn-Holt, al tomar el modo y modelo de la toma como un acontecimiento que permite ampliar la noción de “tiempo presente”, pues revitaliza el pasado institucional tanto como el pasado textual de las fuerzas en presencia en un conflicto, recuperando los indicios sedimentarios de las capas referenciales de quienes operan el campo de fuerzas que el propio autor denomina “gallinero”, señalando el límite topográfico de la lengua de poder: unos arriba, otros abajo. Siendo ésta, la jerarquización puesta en evidencia por la posición de los discursos de los agentes de la toma, que están referidos a la  producción de “ilegitimidad”  mediante la valorización de una acción que desea ser reconocida como fuerza constituyente.

Lo más sorprendente, sin embargo,  es que Alfredo Jocelyn. Holt produce una sobre-metaforización  que posee una expansión verificable a nivel de superficie,  nada más que mencionando los edificios de un poder  reducido y reducible, como una escuela universitaria (Palacio de la Enseñanza de la Ley) en cuya cuenca semántica se sedimentó “la Idea de Chile”,  así como adquirieron espesor  los artificios edificatorios de un poder amplificable que refieren a la “Práctica de la gobernabilidad de Chile”; es decir, el Palacio de La Moneda.

En clave jocosamente junguiana, la escuela es el microcosmos anticipativo que hace manifiesto un protocolo político-libidinal, destinado a asegurar la posición de quienes, desde la Escuela de Leyes, van a producir la constitutividad de la Nueva Carta, promovida desde La Moneda (mismamente), sin poder localizar en ella la potencia radicalmente transformadora que la anima. De ahí la importancia de escoger la foto para la portada del libro.


Esta fotografía reproduce la imagen de la entrada a la Escuela y pone el énfasis en su carácter de arquitectura cívica-fascistizante,  como escena significativa de la producción universitaria de la “Idea de Chile”.  Esta réplica del barrio romano de EUR es el compendio de la “idea de una idea”; la escuela, siendo el diminutivo que sirve para señalar lo que “se) viene:  lo Real de Chile.  Pero no en términos de reverso, sino como una conclusión; es decir,  un final de secuencia que acoge imaginariamente  el traslado de imagen, desde la arquitectura mussolinizante hacia la edificabilidad del neoclásico “a lo pobre” de La Moneda.

Lo diré así: la Escuela Tomada precede a la Toma de La Moneda, como asiento de la “nueva idea” de Chile.  De este modo,  no hay una sola portada, sino dos portadas en este libro; la portada manifiesta y la portada latente (Risas: chiste freudiano de pacotilla). De tal modo, detrás de las columnas, debajo más bien, se localiza la silueta de lo Real-representado-como-deseo. El libro está “escrito”, primero, como un libro de imágenes (de la Biblia de Phillipson).  Lo que señala es la existencia de esta silueta como iamegen matricial de la  Idea de Chile, “coronada” por la disposición emblemático-decorativa de los balaustres como síntoma de un jacobinismo de opereta.

La portada del libro juega con la “proyección constituyente”  que apela a las raíces arquitectónicas de la nueva soberanía constituida.  Estando en juego, la arquitectura de la “nueva constitución” como diseño y deseo anticipado de las fuerzas que la habilitan, como momento de ruptura ejemplarizadora. Así como la porytada se sobrepone a la imagen oculta de La Moneda en el deseo de los “tomistas”,  el aparato de notas del libro reproduce el valor de las secuencias capitulares, como si fuera la construcción de una gran puesta en abismo discursiva, que conduce desde el análisis de  la “toma” en sentido estricto a la catálisis del sistema universitario en su conjunto y, por consiguiente, hacia la parálisis de la gobernabilidad del Estado.

De este modo, no hay notas al pié de página en este libro, sino que están consignadas al final de cada capítulo, como una extensión “anecdótica”,  donde adquieren un valor  significante que obliga a pensar que el  corpus solo ha sido pensado para  acarrearlas como “peso muerto”.  Sin embargo, son las notas, el sub-suelo del relato, que deben ser leídas como “epifanías” joycianas.

Ciertamente, en este contexto discursivo el corpus se revela como un hilo ordenador de notas. Y las notas, producen un “orden” de presentación documentaria que proporciona acceso a una realidad que excede el campo universitario, porque jamás estuvo pensada –la toma- para intervenir en la trama interna, sino proyectarse a un “afuera” que la justificaría como condición constituyente. La toma debe ser considerada como una situación matricial por quienes están destinados a producir la pensabilidad de la Nueva Constitución.


Todo esto me conduce a pensar en los fundamentos arcaicos de la toma como un procedimiento recurrente de la pulsión universitaria, no pudiendo dejar de recordar el  gran escrito mural  (dazibao) que dominaba la asamblea de pobladores en un campamento (una toma de terreno) dominado por el MIR en 1970 en el paradero 20 de Santa Rosa:  “Hoy día la casa; mañana el Poder”. 

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