miércoles, 1 de agosto de 2018

GERDA TARO


Mi amigo Hugo Robles me escribe para recordarme que el Doodle de Google homenajea a Gerda Taro. Hace años le regalé a mi hija Isabel Margarita una mala novela basada en su vida, cuyo título nunca retuve. Pero proporcionaba información suficientemente verisímil sobre la biografía de quien murió en el frente de batalla aplastada por un tanque republicano, mientras realizaba su trabajo de reportera en la primera línea.  A sus funerales asistieron miles de personas. El cortejo fue encabezado por Jacques Duclos, secretario del PCF. Era una mujer muy querida en las filas de los republicanos y una fotógrafa muy respetada, que ha ido a la saga de la fama de Robert Capa, de quien fuera pareja. Pero ha sido una saga relativa porque cada día su obra ha ido emergiendo en los archivos, al punto de no saber, a veces, a quien corresponde la foto. Ambos trabajaban de un modo en que muchas de las fotos atribuidas a Robert Capa habían sido realizadas por Gerda Taro. Me di cuenta de este detalle cuando vi la exposición de los cuadernos de contactos que fueron exhibidos en una muestra realizada en el museo de historia militar que se encuentra en el Hotel des Invalides.

Fue en un viaje a Paris, que en el avión de Air France pude leer en la revista de la compañía que se había abierto esa exposición, en un lugar muy extraño.  Después pude comprender la importancia que tenía. El hecho de que una exposición de las brigadas internacionales que habían participado en la guerra de España estuviera montada en ese museo, significaba que su epopeya era incorporada a la historia militar en sentido estricto, como un acontecimiento que ya no se podía eludir. En cierto sentido, la historia de las brigadas era incorporada a la historia general y dejaba de ser considerada una historia local de la izquierda internacional.

En esa exposición, cuyos datos hay que buscar, lo más importante era que había una sección especialmente dedicada a Gerda Taro,  en el marco de una sección destinada a otros fotógrafos que también habían documentado la guerra. Estos eran húngaros, alemanes, checos, polacos, y todos, cuando habían regresado a sus países de origen y habían sobrevivido a la segunda guerra, tuvieron sin embargo problemas con las policías de seguridad de los nuevos regímenes de la Europa del Este. Entonces, era una exposición de puros fotógrafos para los que el haber pasado por la guerra de España los hacía sospechosos de trotskismo.



En medio de todo eso, la sección de Gerda Taro reconstruía su trabajo como fotógrafa y no solo como la compañera de Robert Capa. Recuerdo que años antes, cuando viví en Paris unos meses, sin un peso, esperando como siempre, estúpidamente, la ayuda de mis compañeros, acudía a la Biblioteca Pública del Centro Pompidou, donde pasaba todo el día. Fue como en el 82. Coincidió con la Bienal de Paris en la que Leppe hizo la acción en el baño de hombres del museo de arte moderno. Pero yo iba a la biblioteca a leer biografías de Robert Capa y Gerda Taro. Fue allí que pude leer los “Diarios de Trabajo” de Brecht, nada más que para confirmar la hipótesis de la distanciación en la obra de Dittborn. Pero allí supe de qué manera Gerda Taro le había inventado una “chapa” a Andrei Friedman. No hablaré de eso. Es archisabido. Eso ya es “historia antigua”.  Todas esas no son más que historias antiguas que se convirtieron en “marcas”.  Hasta el propio Robert Capa se convirtió en una. Porque al final, es preciso de una “marca” para que las leyendas se conviertan en operaciones de encubrimiento. Por eso, la política chilena, en sus momentos de falla simbólica abismal, se ve obligada a recurrir a la poesía para recuperar mediante en el mito, lo que ha perdido en el rito de su descomposición. La fotografía documenta dicha caída como apunte de lo irremediable.  Por eso nos duele, digo, la fotografía y la historia; es decir, la representación de la fotógrafa de primera línea, que no desea saber lo que ocurre en su retaguardia.

En esa biblioteca, sin embargo, pude obtener toda la información que no podía recoger en Chile, sobre Joris Ivens, cuya “Tierra de España” había podido ver en la televisión francesa, muchos años antes de conocer a Leppe, que ponía su cuerpo en la primera línea de  la simulación como condición editorial, exactamente en el momento mismo que Dittborn imprimía imágenes sobre papel secante rosado y me hacía pensar que el destino de Gerda Taro era inevitable como anticipada derrota de todo aquello por lo que habíamos “luchado” en la era de nuestra imbecilidad estudiantil.

No hay comentarios:

Publicar un comentario