viernes, 28 de julio de 2017

MI(NI)STERIO DE ECONOMÍA.



En la  III  Bienal del Mercosur  (2001), Carlos Leppe realizó una performance en el Hospital Sao Pedro y dos instalaciones; la primera, sobre una balsa que flotaba en las aguas del río Guaiba; la segunda, en un container especialmente habilitado para acoger la pieza, que consistía en la intervención  de  la frase “Mi(ni)sterio de Economía” impresa en pan de oro sobre una pintura colonial de autor anónimo que representaba a un Cristo yaciente.  La pintura estaba colgada  en el extremo del container que había sido pintado en su interior en color berenjena. Para alcanzar a ver de cerca la pintura intervenida era preciso que el público atravesara la extensión del dispositivo, que había sido cubierto en el piso con varias capas de vidrios planos quebrados, que seguían fracturándose en la medida que el público acudía a verlo, produciendo un inquietante sonido mientras el público caminaba.





En ese entonces,  mi atención estuvo puesta en el concepto de Economía, que por vez primera mencionara Nicéforo en el contexto de una disputa teológica, en su “Discurso contra los iconoclastas”. Economía “es aquello por medio de lo cual Dios se manifiesta en este mundo, ya sea por su Providencia, su Gracia o su Sabiduría. Es por sí solo la indicación de una primera epifanía, que la encarnación crística no hará más que magnificar”. 

El párrafo que cabo de citar proviene del libro de Guy Le Gaufey, “El lazo especular”, en el que el propio autor, para explicar su posición, cita a su vez a una gran estudiosa de la imagen y de los íconos, M.-J. Mondzain,  que escribe el prefacio de la traducción al francés de Nicéforo: “Todos los fenómenos naturales se convierten en “económicos”, cuando manifiestan en lo visible la bondad de la divina Providencia”.  Se instala, entonces, todo un pensamiento de la “economía encarnada” a favor de las tesis de los iconodulos, en contra de los iconoclastas.

Escribe Le Gaufey: “puesto que ustedes reconocen como nosotros que Cristo se encarnó, que el Hijo de Dios tomó forma humana, ¿cuál es la dificultad para hacer ícono de esta encarnación?”. Es decir, si el Verbo se hizo carne, entonces está circunscrito. Al tener dos naturalezas, divina y humana, es decir, incircunscrita y circunscribible, resulta que un trazo gráfico, en la medida que está circunscrito, pierde su naturaleza divina para capturar solo su naturaleza humana.

En algún lugar he sostenido que la historia de las polémicas de obra entre Leppe, Dittborn y Dávila, en la coyuntura de 1980-1981, no son más que unas disputas sobre  cual es la preeminencia de la cita bíblica que los representaría. Para entender la performatividad de Leppe no había que ir a buscar del lado del minimalismo (teatral) de un protestantismo  anglosajón, sino que había que ajustarse a la sobredeterminación católica de la encarnación. 

Sin embargo, Leppe fija la representación de ésta en una imagen pictórica desconocida, sin atributos, pero que resulta muy particular porque reproduce una imagen de Cristo por los suelos, como si hubiese sido abandonado luego de su descendimiento. Leppe recusa la fijación de Dittborn y Dávila en la figura de la Pietà, obligándolos a percibir a un Cristo  que no yace acogido por su madre después del descendimiento, sino que se presenta en una de sus caídas durante el vía crucis.  Jesús cae tres veces, según el guión romano, agobiado por el peso de la cruz.

No deja de ser que un artista de la performance cuya obra es calificada de “materialista”,  realice una instalación pictórica sobre la caída de Cristo como recurso  para  figurar la letra de un inconsciente cristiano.

La frase titular  ha sido impresa para permitir  la doble interpretación mediante un a contracción de la palabra Ministerio hacia la palabra Misterio, mediante la sustracción virtual de las letras “in”.  ¡Puesto que se trata de una “in”-corporación de la letra “para manifestar lo visible”!  Lo cual remite a una idea de inscripción que será una de las palabras-valija para definir las estrategias de manifestación de lo visible empleadas por las obras de Dávila, Dittborn y Leppe en la coyuntura ya señalada.

Para reconstruir, entonces,  los diagramas de las obras referidas  se hace necesario recurrir a la historia problemática de la iconografía cristiana y a la disputa de los iconoclastas, más que a la acomodación de los gestos productivos de estos artistas con  el nuevo canon que (se) instala (en) la crítica, y que consiste en acomodar las obras al  molde de un glosario  formado por nociones extraídas de Kristeva, Barthes, Deleuze, Lyotard, sin hacer distinción conceptual alguna.  Siempre he pensado que el estudio de los Antiguos proporciona unas  maneras de hilar que son  decisivas para estudiar  las filiaciones formales de unas determinadas  construcciones analíticas. 

Cuando Leppe imprime la palabra Economía sobre la superficie de la pintura de autor anónimo, se apropia de un soporte para imprimir no solo su sello, sino para demostrar  que toda pintura ya está suficientemente escrita y sugiere por consiguiente trabajar sobre el uso del término en el debate sobre la “economía encarnada”.  Pero cuando imprime la palabra Ministerio para que sea leída como Misterio, instala un debate no ya sobre una filiación sino sobre  un tipo específico de funcionamiento orgánico; es decir, obliga a pensar que la operatividad del Misterio no solo depende de su Ministerialidad, sino que está sobre/determinada por ésta. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario