martes, 15 de noviembre de 2016

MALDAD EDITORIAL

El 7 de noviembre ocurrió un hecho no casual en las “páginas” de El Mostrador. Nada es casual, finalmente, cuando se tiene delante el diagrama complejo de las noticias. La dificultad es que en el periódico electrónico  no se tiene la ilusión de estar ante una mesa de estado mayor,  como cuando se extienden los recortes de los periódicos impresos.
La fantasmática de la inteligencia y la contrainteligencia política que dependía del rito del “análisis de prensa” como sustituto  del periódico político como andamiaje del partido y que ha sido inconvenientemente descrita en la novela latinoamericana del “período especial”,  no deja de amenazar la consistencia de las políticas de escritura. 
Ese día, en El Mostrador,  hubo dos “columnas” destinadas a Cultura. La primera, escrita por Héctor Cossio, editor del periódico, en que abordaba el colapso de la política de Bachelet en cultura. Ni siquiera hablaba de Ottone, en particular, sino de la fallida puesta en forma  de unas propuestas que finalmente fueron afectadas por el síndrome de la muerte súbita. 
El análisis era de una crueldad ejemplar y hasta el día de hoy no ha habido asomo de respuesta de parte del equipo ministerial. Esta no era una “operación de comunicación”, sino una severa crítica política que debiera ser considerada en su valor por los analistas del “segundo piso”. 
La segunda columna, en cambio,  correspondía a una declaración programática y estaba firmada por la directora de Estudios del CNCA, Constanza Symmes.  Su propósito era fijar los rangos de pertinencia de su propio trabajo metodológico en la elaboración de las políticas, de modo que, de manera inconsciente,  completaba la crítica de Héctor Cossio, en la medida que  instalaba el rango referencial a partir de cómo, las propuestas de Ottone, no habían sido (suficientemente) pensadas por y desde la orgánica del servicio. Es decir,  ponía en evidencia el hecho que ni el propio ministro respetaba la pragmática analítica de quienes ponían las exigencias teóricas en el seno de su propia repartición.  
Lo que digo es una ingenuidad que parte de la base que Estudios posee una relativa autonomía en el seno de una repartición como esa. Es en la distancia entre esa relatividad y la voracidad de un gabinete que se instala el rigor indeseado e indeseable de una política analítica que busca la verdad  y no se somete a la “política de la verdad”.
En síntesis, la columna de Héctor Cossio analizaba la conducta política de un equipo ministerial aquejado por una ineptitud estructural, mientras la columna de Constanza Symmes exponía las condiciones bajo las cuáles se elaboraba una política, porque a su juicio, no se reconocía dicho trabajo de manera suficiente, ni por la ciudadanía artística, ni por el equipo del gabinete. De este modo, hacía estado de una ingratitud institucional que la llevaba a defender el trabajo que el propio gabinete había desnaturalizado.
Es preciso señalar que Estudios organizó la jornada destinada a recoger  insumos para la elaboración de una política nacional de artes visuales, en los momentos en que el ministro y su asesor especial para estos temas desviaban la atención del sector  programando los efectos comunicacionales del Centro de Arte por inaugurar. Estábamos en junio y el gabinete le encomendó  a Estudios, hacer el “trabajo sucio”, que consistió en convertir la jornada en una “mesa técnica”. Hasta el día de hoy, los términos del debate no han sido evaluados ni incorporados a una discusión en el seno de las comunidades que conforman la ciudadanía artística.
La situación era esquizofrénica. Mientras el ministro y su asesor avanzaban en una dirección, haciendo caso omiso de cualquier observación, Estudios hacía el trabajo de compensación con los agentes que había que consolar con promesas metodológicas. Sin embargo, fiel a su propia ética de trabajo, Estudios elaboró una metodología mediante la cual intentó sostener objetivamente la viabilidad de un proceso de recolección de insumos significativos para la formulación de una política. 
El problema que se plantea con la “maldad editorial” de El Mostrador es el siguiente: después de la columna de Héctor Cossio, el discurso de Constanza Symmes queda relegado al rol de una advertencia vindicativa de carácter académico. 
Aquí, la palabra “académico” adquiere un significado completamente peyorativo, en comparación a la  supuesta consistencia del factor político. Lo cual habilita la percepción pública de que el gabinete se ocupa de lo político, mientras Estudios realiza la función de acomodo de las nociones sobre las que este se sustenta. Digo bien: acomodo. Que es el modo como se traduce la “digeribilidad” de los decretos en la vida cotidiana de la ciudadanía artística.
De todos modos, en una segunda lectura, la columna de Constanza Symmes dice más de lo que ella misma se propone, dejando al ministro en un descampado, ya que señala indirectamente que en el CNCA existe un equipo de funcionarios que trabaja-con-rigor, separado de un equipo  de gabinete para el que solo existe el rigor del  pequeño oportunismo  de sobrevivencia.  Y no solo eso.  Estudios reclama reconocimiento por sobre las ineptitudes de un equipo de gabinete.
Sin embargo, la “maldad editorial” de El Mostrador permite que leamos ambas columnas en un mismo día, sin explicar la “necesidad” política de hacerlas comparecer en condiciones de curiosa contigüidad. Lo que El Mostrador no conocía, probablemente, era el motivo de la columna de Constanza Symmes, que buscaba recomponerse del efecto de un “crimen de reconocimiento” que había tenido lugar el 27 de octubre en el seminario sobre políticas culturales que realizaba el CEP.
Desde hacía semanas, el mencionado seminario ya ocupaba el “horizonte de espera” de no pocos  especialistas en el debate sobre el proyecto de nuevo ministerio. Sesiones destinadas a trabajar sobre economía de la cultura habían establecido una zona polémica de gran productividad, donde se instalaba una hipótesis verosímil, que apuntaba a señalar  la existencia de un abismo entre la pensabilidad de las políticas públicas en cultura y la arbitrariedad política de corto plazo que animaba la pragmática del equipo del gabinete.
En ese marco, el CEP habría cometido la indelicadeza de no invitar a Estudios del CNCA, porque de ese modo habría desconocido el trabajo realizado y no habría tomado en cuenta la existencia de las herramientas que ya habrían hecho avanzar las cosas en una cierta dirección.  Todo esto, en condicional.  
De acuerdo a ciertos protocolos que rigen las relaciones institucionales, ha sido el propio gabinete del CNCA quien  ha promovido la invisibilidad del trabajo de su propia división de Estudios.  En la misma solicitud de reciprocidad habría que esperar de parte del CNCA, una actitud análoga de delicadeza que debiera incluir al CEP en las jornadas de discusión de políticas.   El problema es que desde el CNCA no se debe aceptar la idea de que un instituto-de-estudios-de-la-derecha asuma la responsabilidad de pensar sobre políticas públicas en cultura. Y ese es el hecho insoportable, por cuanto la cultura es un coto caza  privativo de la izquierda.  Lo peor que podría pasar es que la derecha pensara en cultura. 

Constanza Symmes asistió a la sesión del 27 de octubre y no pudo soportar  el análisis de Pablo Chiuminatto,  cuyo sarcasmo erudito despachaba el esfuerzo desarrollado por Estudios.  De modo que la columna publicada el 7 de noviembre está pensada, en parte, para responder a Chiuminatto, y en parte, para dejar en claro al CEP, que en el futuro del seminario no sería delicado dejar fuera a Estudios, si bien, a través de esta operación vindicativa, consolidaba el juicio crítico que  Héctor Cossio elaboraba en la columna destinada a enumerar y dimensionar la ineptitud del gabinete de Ottone.

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