lunes, 11 de enero de 2016

¿PARA QUE UN MINISTERIO DE CULTURA, SI YA EXISTE SANTIAGO A MIL?


El Ministro de Cultura  viaja al Congreso a presentar su proyecto de  nuevo ministerio y no puede evitar que los parlamentarios le pregunten por el Paro de la DIBAM.  Es para agarrarse  de los pelos.   Cada día que pasa supone la existencia de un protocolo de acuerdo que nunca se verifica. Es como los acuerdos de cese del fuego que nadie cumple.  Pero por la mañana, hasta en el diario que se distribuye en el Metro aparecía la noticia encubridora, sin que él lo haya solicitado. 


La Ministra del Teatro acude en su ayuda, pero con el abrazo del oso.  La inauguración del Festival Santiago a Mil es una muestra de cómo se hacen las cosas,  mediante la articulación de contemporaneidad y tradición para compensar con la carnavalización de la puesta en escena, la falla estructural de la representación política chilena.  La criollización expresiva del texto shakespereano revela el alcance de la indolencia formal, al no tomar en cuenta la merma de los traslados. Sin embargo, las funciones a estadio lleno así como los exitosos pasacalles no pueden ocultar que este festival posee unos efectos compensatorios destinados a reorientar la energía del rencor ciudadano y convertirla en un flatus vocis.

De la calle al aula: ese fue el desplazamiento logrado por la Ministra.   Hacer que teatro sea una asignatura. Era el premio parlamentario a la pequeña ciencia del consuelo.  Ahora si, el teatro se incrusta en la teatralidad primaria de la escuela.  Veremos que bueno sale de todo esto. Por de pronto,  acelera la depreciación de las demás asignaturas “artísticas”. El teatro posee una voracidad institucionalizante que lo subordina todo. 

Santiago a Mil es todo un “fenómeno epocal” en este terreno, que demuestra cómo es posible forjar desde lo privado la  extorsión de lo público, para terminar formulando una política de desarrollo del teatro chileno, que al CNCA le ha sido imposible levantar en una década.  Bajo esta experiencia, Santiago a Mil no solo programa para el nicho de consumo que representa el votante  premium de la Nueva Mayoría, sino que realiza a cabalidad el “chorreo” en regiones para producir la ilusión consistente de la maternación de públicos.

Valga preguntarse: si ya existe un Fondo de la Música y un Fondo del Libro; y si Santiago a Mil es la realización efectiva y anticipada  de un Instituto Nacional del Teatro,  ¿para qué insistir en un  ministerio de las culturas, si las prácticas pueden construir sus propias autonomías?  Es así como se puede entender la importancia que tiene en el nuevo diseño de este nuevo ministerio, la posición que ocupará Patrimonio.  Porque es lo único concreto que  va quedando  para ser administrado.

Es decir: solo es ministerizable aquello que no es capaz de levantarse como industria; es decir, las “artes visuales”, las culturas originarias y el patrimonio como capital turístico. 

Entonces, ¿qué lugar le asignamos a la DIBAM en este “mono” por venir?  

Nuestras  bibliotecas no son turistizables.   Los libros exigen un mínimo de atención.  Su lectura instala unas  pausas en los manejos  cotidianos del imaginario.  El contacto con  el libro promueve la autoreflexión y el valor del silencio y de la soledad personal mínima.   ¿Verdad? ¿Es muy tonto lo estoy diciendo?

Los museos tampoco son turistizables.  Estación Mapocho no es el Pompidou, ni el CCPLM el Museo de las Artes primeras.  Pongamos las cosas en su lugar.  El MNBA no es el Louvre.  El MAC no es el PS1. 

El turismo viene por añadidura. Un museo se define por su rol en la economía simbólica de una ciudad.  Incluyendo el MNBA, que en su origen fue un jardín de invierno de la oligarquía.  Hoy día no da ni para salón de otoño. Es un chiste. Los trabajadores saben a que me refiero.

Mientras tanto, el Paro de la DIBAM continua hasta que no se firme algo más que un protocolo, que deje muy en claro que el conflicto no está entrampado en discusiones sobre grados y ajustes salariales, sino en la potestad de una práctica institucional para definir políticas. Entre tanto, se hacen notar voces acerca de cómo a nadie le importa el paro, porque ese es el nivel del trato ciudadano con el libro y la musealidad.  En una odiosa comparación, se sostiene que la DIBAM no es un servicio como el del Registro Civil o Aeronáutica. La DIBAM no hace un uso abusivo de su posición en la estructura del Estado. No tiene con qué abusar. Más bien, es constantemente abusada por sus propias autoridades, que han favorecido sistemáticamente  su depreciación. 

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