jueves, 25 de mayo de 2017

T R I Á N G U L O C A P I L A R

Me tomo la libertad de subirme al carro de lo que denominaré Efecto Calfuqueo y mencionar una situación cosmética ejemplar que contribuye al reconocimiento de gestos intersticiales que infraccionan el corpus museal.




En el 2000, en Historias de transferencia y densidad, dispuse una pintura de Mulato Gil en la muestra destinada a “dar cuenta” de la densidad plástica de la extensa coyuntura 79-81. Todos lo deben recordar. No todo el mundo quiso dimensionar que la elección de esta  pintura obedecía  a  dos hechos: la reforma de la ley de filiación y la publicación de un libro con los nombres de las familias fundadoras.

Por esta razón,  diecisiete años después, la pieza de Calfuqueo termina de armar un triángulo capilar que condensa la temporalidad de tres momentos diferenciados, pero que producen un estallido simbólico de envergadura, en esta coyuntura, cuando el envío chileno a  la 57º  Bienal de Venecia “visibiliza el estado de guerra”[1] y  Aucán Huilcamán rechaza el Plan Araucanía.

En el propio dominio del museo, el triángulo está formado por la pintura del Mulato Gil (1816), la acción corporal de Leppe (2000) y la disposición objetual de Calfuqueo (2017).  No deja de ser “impresionante” que entre Gil de Castro  -peruano, mulato, primer pintor chileno- y Calfuqueo  -“chileno” tratado como artista inmigrante en su propia escena pacificada-  han transcurrido doscientos años.  El “niño de la chueca” formará parte de los activos con que se conmemora el Centenario.  En el 2000, la lectura contemporánea que hace que la pintura de Gil de Castro interrogue a la pintura chilena contemporánea configura una anticipación reversiva, respecto del corte con sus antecedentes y la solución de continuidad que ofrecen  sus agentes de exclusión privilegiada de los cuerpos.

He sostenido que esta pictura chilensis, en el siglo XX, hace manifiesta su fobia a la representación de la corporalidad, como parte de una estrategia de destierro del color de la carne y de su reemplazo por la manchicidad de interior, disponible para empastar la silueta de objetualidades clase-medianas (muy) depresivas.   Gil de Castro ataca desde los bordes  de la representación nacional con la hipótesis del pelo-duro (el  mono) que sostiene en su mano una navaja.   Calfuqueo asegura la continuidad mínima del pelo destinado a dibujar sobre una simulación de manta y de bandera,  una palabra (in)decible. Lo que en 1816 se autoriza como amenaza de corte,  en el 2017 se des/autoriza como deseo de una continuidad discursiva  e interpretativa que ya es imposible sostener. Esta es la razón de por qué la palabra escrita sobre tela (manta/bandera) está solo depositada, sin fijación alguna. Esto enfatiza el rol temporal de una caligrafía incierta que puede fácilmente ser desplazada. Basta un pequeño incidente para que el tapiz precario pueda ser recogido y rápidamente convertido en saco para ser transportado en el curso de la fuga como un continente acarreado.  Solo falta determinar el momento.

Aquí entran los caballos a cumplir su rol en la sociedad chilena marcada por la ideología de la crianza del “caballo chileno”, que vendría a ser una actividad cultural de la oligarquía,  empeñada en re/calificar la des/naturalización experimentada por el caballo hispano de la conquista.  La disposición de los vaciados en el área que acoge los pies del “niño de la chueca”   -greco-latinizado para cumplir-,   remedan el motivo de un “juego de niños” que  ya anticipa  la escenografía mínima de una guerra que en los libros de historia ocupa un lugar al pie de la página.

La resina negra en que han sido modelados los caballos de  modelo reducido se ha mezclado con las cenizas de una catástrofe que no ha sido inscrita en el memorial del Estado. Una obra como Nos aniquilaron no hace más que hacer evidente la in/inscriptividad.  



[1] Resulta sorprende que para que los mapuches ocupen el Estado de Chile deban viajar hasta Venecia y hacerlo bien lejos de la primera línea de la batalla.  De seguro esto debe ser interpretado como una reversión simbólica de marca, si atendemos al discurso del curador, para quien  oficialmente los Mapuches son quienes se representan,  no idealizados,  “sino con toda su lucha, con toda su demanda y con la dignidad de su presencia, y no solamente para recalcar el hecho de la exclusión, de la represión, sino también los momentos más positivos de una demanda justa que sigue siendo reprimida”.  En este sentido, el CNCA participa de la ideología oficial de hacer decible lo in/decible,  proporcionando imagen a los nombres sustraídos, pero solo habilitable “en clave de obra de arte”. (http://artishockrevista.com/2017/05/22/visibilizar-pueblo-estado-guerra-chile-la-57-bienal-venecia/).  


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