Hay dos exposiciones que se puede calificar de escandalosas.
La primera, a la que ya he destinado varias columnas, está referida al arrendamiento de un curador
por parte de un trío de coleccionistas que deciden intervenir en la historia
del arte chileno, sobre valorando el rol de la pintura geométrica, con un propósito puramente especulativo, para
el cual el CCPLM se ha prestado con gracias a la docta ignorancia de su
directora. La segunda exposición de este
carácter corresponde a la injustificada
juntura de obras de cuatro premios nacionales, organizada por un
galerista privado que bajo la
sorprendente cobertura de productor instaló su curatoría implícita, habilitada por una orden que desde el CNCA le
cayó encima al director del MNBA.
Partamos por el comienzo. En ambas exposiciones hay exceso de obras. Lo que denota una culpable expresión de
horror al vacío, para denotar las faltas implicadas en ambas operaciones de producción de impostura. Una colección supone un manejo que la
verifica para ser entendida como un
trabajo intelectual de alta complejidad. En definitiva, una colección es un
modo de pensar, a partir de la complicidad de los diagramas de las obras. Sin embargo, estas dos exposiciones adolecen
de graves problemas de Edición. Es lo
que podemos advertir en el MNBA a propósito de Balmes, cuya exhibición se ve
desmejorada por exceso, para terminar acumulando obras sin mayor discreción ni
rigor, al punto que el traslado de la emblemática pintura NO, desde Cerrillos
al salón museal en que es
remontada, aniquila su efecto formal y político.
Resulta agobiante la juntura de obras de diversos momentos,
sin información de contexto consistente, que
impide reconocer las situaciones
de obra de mayor jerarquía formal. Al
respecto, las pinturas de la serie de
Santo Domingo (1965), ¿no habría formado parte de una abstracción informal en
una sección especial en la exposición del
CCPLM?[1]
Es como si para cada artista se hubiese repartido el museo
de acuerdo a salas pensadas para acoger
sobrecargadas retrospectivas
express, fallidas en los cuatro casos. La acumulación des/jerarquizada de obras no hace una buena
exposición. Menos, de premios nacionales, por el solo hecho de premios nacionales ¿Se
trata acaso de la promoción de un premio
que ha perdido todo prestigio y que no es más que una jubilación anticipada?
No existe justificación conceptual alguna para esta
exposición. Recuerdo, al respecto, el texto de una corta conversación de Balmes con Couve que está reproducida en el catálogo “20
pintores chilenos de hoy”, en la que éste último le dice al primero que lo
único en común que tienen estos
artistas, es que sus obras viajan en el mismo camión hacia el museo para ser
expuestas. Esta frase puede definir muy
bien el tono de esta exposición. Los
artistas no tienen nada en común, ni siquiera haber pertenecido a la misma
escuela. Núñez fue director del MAC.
Balmes y Gracia Barrios eran profesores de la escuela. Roser Bru no estaba en
ese sistema. Más bien circulaba en los márgenes del Taller 99. Ninguno de ellos puede ser incluido, ni en un
mismo frente pictórico ni en un mismo frente institucional. A lo mejor, lo que
los une es el haber estado todos bajo la misma carpa durante la campaña
electoral de Allende, en 1969-70. Pero
en este caso, se hace otro tipo de exposición, que hubiese enfatizado en el
concepto político de “El pueblo tiene arte con Allende”. Pero en este caso, ni
siquiera. Lo que hacen los
coleccionistas es des/politizar el carácter de las obras.
Lo grave de esta exposición es que fuerza las cosas de tal
manera, que por simple contigüidad produce la hipótesis de una tolerancia generacional
que no es efectiva. Ni las obras se
atraen ni los artistas se aproximan, biográficamente. A menos que se repita de nuevo que las
familias de Balmes y de Roser Bru se conocían desde la época de la guerra
civil, y que ambas familias cruzaran a pie la frontera de Andorra y que luego
se embarcaron en la misma epopeya nerudiana. Pero con eso
podemos hacer tan solo una historia
política, cultural y “sentimental”
de una derrota y de un exilio.
Pero nada más. Tampoco se puede
acercar a Balmes de Núñez. Ambos representaban políticas distintas. Siempre. Lo
cual es normal. Pero de ahí, a meterlos en un ismo saco les hace daño por
partida doble, porque son obras que se repelen.
Ni siquiera podemos recuperarlos como pertenecientes a una misma
tradición de izquierda. Esta juntura les
hace mal a todos.
Sin embargo, permite apreciar pinturas de Roser Bru que han sido prácticamente invistas y que
demuestran que su obra de los años sesenta es radical superior a su obra de los años ochenta, donde
se revela una subordinación gráfica amablemente ilustrativa. Las pinturas y grabados realizados entre los años cincuenta y sesenta por Roser Bru la
colocan en una zona de producción privilegiada, que le demuestra al curador de
la UDP que la abstracción informal existía en Chile de manera, a lo menos más
consistente de lo que él señala en sus escritos y en el armado de su propia
esposición. El hecho es que, a mi
entender, estas obras de Roser Bru en el MNBA, que habían sido “omitidas” por
la historiografía, son el gran hallazgo de la exposición; pero por
defecto. Lo cual demuestra la necesidad
de organizar una muestra de gabinete, solo con estas obras, para poder
apreciarlas en su justa medida.
En cuanto a Núñez, su obra de los 70´s, ya expuesta con
éxito en el MSSA el año pasado, aquí aparece como acta de acusación de una
incoherencia lacunar a dominante gráfica, resultando sorprendente y sorpresiva respeto de su obra de larga duración, cuya
pictorialidad nunca perdió el valor
representacional del desollamiento
originario que concentraba la
función de una vertebración articulada en la que primaba el amarre lineal de la
coyuntura. ¡Espectaculares obras de antes de los setenta que recuperan y
prolongan la hilacha gráfica de su memoria pictórica, en los extraordinarios
dibujos realizados en el período
reciente!
La saturación de obras de Balmes le hacen un caro favor, en
ausencia de periodización ajustada. El
productor-galerista no sabe hacer exposiciones complejas. Tampoco dejó que la curadora hiciera su
trabajo. Siendo ésta, la mejor manera de
aniquilar la dignidad formal de una obra compleja. Pero hay que preguntarse por qué lo
hacen.
Como ya lo he sostenido, el cuadro No que en Cerrillos
ocupaba el delante de la escena, en el museo ha sufrido una retracción
considerable, desconsiderada por obras
que –a su vez- merecían estar señaladas como zonas diferenciadas de producción.
Pero el productor-galerista no sabe. Y no acepta que no sabe. Por eso expande la saturación de la zona de exhibición balmesiana, hacia la sección
destinada a la pintura de Gracia Barrios,
que sufre el ejercicio de descontextualización interna más
acentuada. Tal diseño de montaje
perturba severamente la aproximación a
las problemáticas que anudan sus ejes de producción, entre las cabezas, los
torsos y las siluetas. Sin embrago, a
pesar de toda esta violencia, hace posible la
nueva visibilidad de las “pinturas de multitudes” realizadas en los años
setenta y que han sido escasamente
exhibidas. En cierto modo, son
obras de una economía pictórica extraordinaria,
en que la retracción de toda gestualidad es reinvertida en una expansión gráfica por la que hace evidente la deuda
que contrae la impresión
serigráfica simple, por bloqueo de malla, pero que re/acomete mediante una
operación de co/fusión entre pasaje y pantalla.
A las “pinturas de
multitudes” de la rotonda se debe incorporar la pintura con la “muchacha con la
bolsa del pan”, que junto a la gran “pintura de trapo” que se exhibe en el
Museo Allende, en el marco de una exhibición de re/lectura de su propia colección,
forman un bloque formal ejemplar que
convierte a Gracia Barrios en una de las artistas más significativas del siglo
XX.
[1] Las pinturas de la serie Santo Domingo provienen de la misma colección privada a la
que pertenecen un importante número de obras que se exponen en el CCPLM, de tal
manera que en dos exposiciones simultáneas, un mismo coleccionista distribuye
sus piezas como si fuera una misma
exhibición, distribuida en dos sitios diferenciados. Contribuye a pensar en esta hipótesis la declaración del productor-galerista que
saluda la exposición del CCPLM como una expansión de la “suya propia”, al
celebrar a través de las redes sociales http://blogs.elconfidencial.com/espana/filosofo-de-guardia/2017-05-11/podemos-yonquis-tele_1380147/
la presencia curatorial del Signo y del Rectángulo, como si fuesen
–efectivamente- elementos significativos de una misma voluntad de
especulación. El chiste le sale caro,
puesto que demuestra lo que relaciona y amarra ambas exposiciones como partes inconscientes de una sola muestra, que
exhibe el poder de los propietarios de las obras. En estas dos exposiciones los curadores
carecen de importancia.
Estimado Justo,
ResponderEliminarLastimoso que ningúnees de esta manera el trabajo intelectual de 2 curadores y nos alinees a un simil de sicarios de coleccionistas. Esto es grave Justo. Lo pongas como lo pongas, la exposición 4 Premios Nacionales tiene una alta apreciación de críticos y público conocedor y no conocedor. Agradezco tus apreciaciones positivas -que también las haces- pero consideró inadmisible que trates de confundir al lector, y que sugieras que mi trabajo pudiera estar supeditado a un supuesto productor-Galerista cuya intervención es nula ya que son mías la investigación, la curatoria, la Museografia, todos los textos de muros, el proyecto editorial etc. Haz la crítica que consideres oportuno, pero no engañes ni confundas a la gente. Y lo que no sepas del proceso pregúntalo por favor, no enredes Justo. Nada, NADA, te autoriza a ti ni a nadie a faltar al obligado respeto a creadores intelectuales ni a persona alguna.
Saludos.