jueves, 17 de agosto de 2017

EL ENVÍO A VENECIA COMO GESTO CONTRA-CONSTITUCIONAL.

Hace muchos meses asistí a un asado en casa de un descreído operador del socialismo chileno,  que se divertía con unos compañeros suyos  comparando el último año de la Presidenta Bachelet con  situaciones complejas ocurridas durante la  Unidad Popular.  Como era de esperar, el juego consistía en tomar algunos roles del pasado para atribuirlos a  personalidades  del presente. De modo que en un momento, al buscar similitudes forzadas, uno de los presentes  preguntó quien encarnaría hoy día el papel que jugara  en ese entonces, Altamirano.  Lo realmente  extraordinario fue que todos gritaron, al mismo tiempo: “¡Ella misma!”.  Se referían a la Presidenta, por cierto.

El mal gusto del chiste reunía todos los elementos para forjar la exactitud de su referencia marxiana. En el análisis que Marx hace de las luchas de clases en Francia se pregunta por esta extraña actitud de la burguesía de vestirse con ropajes de una época pretérita para cumplir la misión de su tiempo.  Una vez me contaron  que Miguel Enríquez y el comité central  del MIR leían las memorias de Manuel Azaña para estudiar  la  caída de la república española, pero en plena crisis de la Unidad Popular, para explicarse la inminente derrota de Allende a partir de los errores cometido por el propio Azaña, en un contexto de inmadurez de las condiciones objetivas. 

Pero el rol asignado a la Presidenta Bachelet en cuanto a ser su propio Altamirano me hizo pensar en un modelo de comportamiento político que le calza a cabalidad, por cuanto pasa a encarnar la figura de la des/constitución de lo  ya constituido.  De este modo, en el seno del Estado, el propio Ejecutivo se juega a realizar gestos de contra-estatalidad que debiéramos analizar en detalle; todo esto, claro está, en la perspectiva anticipativa del deseo de  una nueva constitución.  Para legitimarlo, en suma, ha sido preciso asegurar la anticipatividad de un gesto contra-constituyente que se conecta, efectivamente, con el  viejo texto de Lukacz sobre la “actualización” de  la revolución.  En suma, hacerla presente, en el seno de lo ya constituido. No creo que Peñailillo haya sido un lector de Lukacz, sin embargo, expresó la voluntad de presentificación de algo que había quedado en el olvido de la UP -de la UP como olvido de una política-,   para representar la “actualidad de Altamirano” como instancia de aceleración del imaginario de la re/constitución.

El carácter simbólico de esta contra-estatalidad ha sido uno de los atributos del funcionariato de Cultura, a todo lo largo de esta década.  Resulta excepcional la dimensión que ha alcanzado el CNCA  como  el gran espacio de contra-cultura al interior mismo del Estado.  Es decir, que ha llevado al paroxismo la figura de la fisuración institucional y de la producción de alternativa disponible para colmar una falla incolmable, que lo ha convertido en el gran laboratorio del “altamiranismo” institucional,   con que este gobierno ha necesitado vestirse para “cumplir la misión de su tiempo”.

En esta misma lógica se planteó el envío de Bernardo Oyarzún a Venecia. Lo genial de todo este asunto es que el envío no es más que un síntoma distintivo de (todo) este significante político anticipativo contra-constituyente.  La confirmación de esto la pude obtener de la crónica  suscrita  por Alejandra Villasmil  en  Artishock, cuando señala que el envío  oficial del Estado de Chile  consistió en  llevar el “estado de guerra”  a Venecia, en el mismo momento, como lo señalé en la columna pasada, que la Presidenta presenta el Plan Araucanía.  De ahí que podamos imaginar que “el estado de guerra”, aunque fuera nominativo, adelantaba a través del discurso del arte lo que el discurso manifiesto de la política no podía sostener bajo el techo del Palacio; con lo cual, la Presidenta daba muestras de su carácter no solo conspirativo, sino para-insurreccional, jugándose a declarar Venecia como figura a través de la cual, su gesto contra-estatal se hacía ver como anticipación de un deseo constituyente.   

Lo  dramático de toda esta situación es que los dirigentes del movimiento mapuche no supieron leer la “contra-constituyencia” de este gesto presidencial, porque de lo contrario hubieran entendido que la propia Presidenta estaba validando conceptual y políticamente  la noción de zona liberada, no en términos de un “territorio”, sino de un “paisaje”.


¿Dónde estuvo la falla, en (toda) esta operación? En que la noción de zona liberada no se pudo desprender de su determinación museográfica y pasó a ilustrar el discurso museológico de un proyecto de “ministerio de las culturas”, que es la “instancia Altamirano” que la Presidenta deposita  como pragmática contra-instituyente en el programa del próximo gobierno.

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