Accedí al lugar del que había estado separado a
causa de un largo olvido. Algo había sido sumergido y permanecía, habiendo
determinado la construcción de una escena. En ella, la oficina de la
inspectoría general exhibía en uno de sus muros la reproducción en blanco y
negro del retrato de Elisabeth d´Autriche, pintada por François Clouet en
1571-1572.
Doble olvido. Recuperé el dominio de la imagen
cuando tuve que leer el primer capítulo de “Pensamiento Salvaje”, fuera del
programa de estudios. Es decir, que formaba parte de la bibliografía que en
paralelo a los estudios descritos en el programa oficial, se había convertido
en el andamiaje de nuevos saberes que incidían en nuestra propia construcción
de lo real. Fue entre esas páginas que encontré, impresa, la reproducción del retrato de la reina[1].
Triple olvido, en verdad, porque este retrato
encubría una escena anterior, referida a otro impreso, que formaba parte de la escolaridad temprana a través de
un libro de historia de Francia para clases principiantes, cuya portada
sostenía un fragmento del tapiz de Bayeux. Es decir, dispongo desde temprana edad del
peso referencial de tres historias de imágenes impresas. La primera es la una escena de conquista: los normandos
invadiendo Inglaterra. La segunda es la reproducción parcial de los vitrales de
la Sainte Chapelle, y la tercera es la de un retrato del rey Saint Louis.
La tapicería de Bayeux, que en términos
estrictos no es un tapiz, sino un bordado de hilo de lana sobre tela de lino, es
a la vez un poema épico y una obra moralizadora. Pero lo que importa para mi
propósito es que se aproxima a la retórica visual del vitral. Más aún, cuando
sobre la portada del libro escolar, la reproducción estaba impresa en blanco y negro, haciendo ostentosamente visibles las
líneas de contorno de las figuras.
Estas líneas se aproximaban a la reproducción de
los vitrales de la Sainte Chapelle, que también estaban impresos en blanco y negro, porque para la época, en los textos
escolares primaba más que nada el “contenido” de la historia que la materialidad
cromática de su representación. El retrato de Saint Louis, por su parte, correspondía a la fotografía impresa de una
escultura que había sido realizada en 1309.
Pero desde ya, lo que importa –además- como
“acontecimiento de retorno” desde lo impreso, es que la Sainte Chapelle haya sido
construida como la trasposición de un gran libro de imágenes, como si fuera un
manuscrito monumentalizado que reproducía en vitrales la dimensión política
terrenal de las sagradas escrituras, que debían servir de encuadre a la función
de relicario; es decir, una arquitectura especialmente concebida para guardar reliquias de Cristo.
Todo había comenzado en 1234 cuando Saint Louis había
recibido una carta del último emperador latino de Constantinopla (Balduino II),
que asfixiado económicamente le ofrecía comprar la corona de espinas de Cristo.
¡El motivo es espectacular! Tiene que
ser el último emperador latino. Y por ser último, solo le queda escribir una
carta para ofrecer una reliquia a quien sabe que la puede adquirir; es decir, a
quien por cuya compra le traspasará simbólicamente un imperio simbólico. De eso, Saint Louis hará un asunto político
destinado a asegurar la unidad de la Iglesia y del Reino; es decir, el reino de
la iglesia y la iglesia como reino.
En un corto tiempo logró reunir una decena de reliquias y
resolvió construir esta capilla para “colocar” las reliquias como garantías
teológicas objetualizadas. Concebida en
dos alturas a imagen y semejanza de la distinción escolástica de los mundos, reproduce
la distribución del poder terrenal en la capilla baja y expone el
comentario de las Escrituras -escrito por delegación de la luz divina- en
la capilla alta.
Sin embargo, lo que debo retener es la existencia de la carta
con la oferta: una letra de cambio. El valor de la corona de espinas está inscrito
en un texto que la describe y que sanciona su procedencia, escrita como
emanación de una escritura sagrada, de la que la capilla será un “comentario
expandido”: en el principio era el Verbo
y el Verbo estaba impreso.
Entonces, primero está el “vitral de trapo” de la portada
del libro de historia como principio impreso de lo que será encarnado como
relato en los vitrales de vidrio, y que corresponde a un programa iconográfico
de autor anónimo. La Sainte Chapelle equivale a la santa casa de la lengua franca, que se rige por el libro de
historia al que ya se ha hecho mención. Ya se sabe: es la escena del desembarco
de Guillaume le Conquérant en las costas inglesas, con la consiguiente muerte
del rey Harold, atravesado por una flecha en uno de sus ojos.
La mirada de Elisabeth d´Autriche (impresa en la
reproducción de la pintura de Clouet) concentra la intensidad del dolor
producida por el flechazo del arquero normando, fijando la condición material
de los relatos. Sin embargo, provocó la herida por la que se monta la ficción
de una escritura que sutura y reproduce
la costra significante del trazo como efecto material de impresión.
De pie, en medio de la inspectoría general, espero –en vano-
ser acogido por Saint Luis; sin embargo, advierto (tardíamente) que la
escultura está rota a la altura de los antebrazos. No podrá haber acogida, ni
siquiera por la imagen.
Solo puedo pensar que el monarca se hace objeto de
comentario incorporado porque ha sido justo
con su pueblo (reformador jurídico) y pastor
de su iglesia (habiendo conducido a la cristiandad a dos cruzadas).
[1] En ese retrato hay dos cosas que me han inquietado
durante el resto de la vida: la mirada y el vestido.
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