En “El inocente” de Ian MacEwan, Leonard es un
joven técnico inglés que es enviado al Berlín de la post-guerra para participar
en la operación Gold; un gran montaje de los servicios secretos
anglo-americanos para interceptar las líneas telefónicas de los soviéticos. Pero
Leonard dejó de ser virgen recién a los 25 años entre las piernas de María. Le
fue revelada la verdad por quien ya era experta en producción de encubrimiento,
porque tenía 15 años cuando el ejército rojo entró a Berlín. De ahí que hubiese
adquirido por entrenamiento de sobreviviente la aptitud para revelar la verdad
en la fuente, derrumbada por los últimos combates de la batalla final. La develación es un trabajo que solo es
posible mediante el despeje de unas ruinas.
Es decir, las ruinas nocionales que cubrían de
escombros lo poco que quedaba por relevar,
en la historia política de Occidente. No habiendo mucho que revelar, en la medida que todo ya estaba
escrito. Leonard no pudo evitar comportarse como vencedor. Historia ya
conocida. ¿No había una escena parecida en esa película de Fassbinder? ¿El
matrimonio de María Brown? También se llamaba María. La matrona. Vejada.
Renacida gracias a sus propias fuerzas para encubrir el pasado y tejer tramas
de recuperación, en que las omisiones y los agentes dobles hacen de la traición
una condición de trabajo.
Sus habilidades de traductora la hacen
disponible para convertirse en la mensajera entre dos mundos multiplicados por
dos; es decir, el mundo de los vencedores y el mundo de los vencidos; para
luego pasar a distinguir, en el seno de los vencedores, a quienes se
subordinará voluntariamente buscando la protección de rigor, puesto que
terminará siendo la esposa de un sargento estadounidense que se la llevará a su
ciudad natal, como trofeo de guerra.
En la novela de McEwan que me hizo leer Roberto
Merino hay una escena en que Leonard y María descuartizan a Otto, ex marido de
ésta, a quien han encontrado durmiendo acurrucado en un armario. Regresaba de
vez en cuando para reclamarle dinero y la golpeaba. Dejó de protegerla. Banalidad de una historia de post-guerra en
una ciudad en reconstrucción. Solo quería quedarse con el departamento porque
era un héroe. María trabajaba como dactilógrafa e intérprete en un taller mecánico
del ejército británico.
Todo esto ocurre en el Berlín de 1955. La elección
de los personajes resulta exacta: un vencedor que cambia de enemigo en una
ciudad desmembrada, enclavada en un territorio cuyas fronteras resultaron del
reparto de lo sensible en 1945.
De inmediato, la contraportada imprime la
pregunta: ¿cómo es posible que la pasión pueda guardar su pureza en un mundo de
apariencias, de traiciones y de amenazas? Nada de esto hace la diferencia con
otras escenas de pasión, como la escena de arte o la escena política. Este es un agregado mío. El lugar de la dactilógrafa
es esencial para entender la dinámica de la transcripción de los discursos. Se
suele confundir la crítica con la dactilografía. La posición del técnico en
transmisiones resulta emblemática para tipificar el rol de los reproductores de
insumos, entre acometidas y bandejas de distribución de cables multicolores. El
hombre trabaja en la instalación de aparatos de registro de conversaciones de
otros. Es decir, habilita la condición de lectura del verbo pronunciado por el
adversario, buscando establecer una verdad que no le está destinada.
Están los otros vencedores, que se debe mantener
a distancia porque son los nuevos enemigos. Lo cual resulta ser, siempre, una
historia verosímil, que Gilles Perrault ya había adelantado en 1975 cuando publica
“La longue traque” (El largo acecho), en que hace el relato de una de las más
grandes tragedias de la resistencia francesa. A partir de 1943 ya se sabe que
el Ocupante no va a ganar la guerra. La resistencia está formada por gente que
reabre las viejas distinciones de la pre-guerra y comienza a hacer los cálculos
para la post-guerra. Incluso, es como si eso estuviera ya previsto. Hay que
entender que en Francia hubo una Resistencia de derecha muy importante.
Digámoslo así. A lo que más teme el Ocupante es al poder que haya alcanzado la
resistencia comunista. La Gestapo sabe sobre qué escenarios intervenir. Hay
alemanes que comienzan a abrigar la hipótesis de realizar una paz separada.
Lo anterior es el tema de otra novela cuya reseña
aparece en un número de junio del suplemento literario de Le Figaro, que
celebra la traducción al francés, desde
el ruso, de una de las obras más conocidas
de Julian Semenov, considerado como el Simenón soviético, y que se
titula “El topo rojo”. Novela publicada en 1969 fue la base para el guión de
una serie de televisión que se hizo muy famosa en la URSS de 1973. Su héroe,
Issaïev, alias von Stierlitz, es un agente secreto soviético infiltrado en
Alemania desde comienzos de 1945. Su misión es simple: identificar al
dignatario nazi susceptible de querer firmar, a espaldas de los rusos, una paz
separada con los anglo-americanos, en el momento en que están a punto de perder
la guerra.
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