A propósito de las impunidades de que hablo en
CHAPA, debo incorporar a esta refracción analítica, aquello que en una columna
anterior mencioné a propósito de la lectura de Gilles Perrault durante los
meses inmediatamente posteriores al golpe militar. Gracias a “La orquesta roja” algunos
operadores de filiación obrero-campesina instalaron la hipótesis según la cual “había
que decir” que las fuerzas armadas actuaban como ejército de ocupación, solo para
poder especular sobre la realidad deseada de una resistencia chilena
antifascista ante el Ocupante. En la teoría de las lecturas útiles esta vendría
a ser de extrema urgencia y pertinencia, porque ya en ese entonces indicaba la
escala de la lucha por venir[1].
De este modo, durante las discusiones que la
Oposición comenzó a sostener en 1986, por decir una fecha, en la perspectiva
del Plebiscito de 1988, hubo que reflotar la hipótesis de la alemanización de la dictadura para
concebir de este modo el comienzo del final de una Ocupación, pudiendo abrigar
el deseo de pactar a espaldas de los comunistas, un acuerdo de “salida” por
separado, para saldar apenas el deseo de implementar el final de un comienzo.
Los comunistas habían dejado de tener espalda,
valga decir, porque todo lo habían invertido en tener un Frente. (Risas). De
ahí que en esa actualidad fuera muy complicado identificar al enemigo en el
terreno de las narraciones. En cambio, hoy día dejó de existir un frente. Pero
la concepción del Estado que todavía sostienen los comunistas chilenos les
impidió comprender, ya en esa época, que la realidad era más foucaultiana de lo
que esperaban.
La noción de “frente de masas” dejó de existir y
pasó a constituirse en clientelismo tribalizante.
De este modo ocupó el horizonte de espera de los
partidos clásicos de la clase obrera y del pueblo, incluyendo sus nuevos
destacamentos proletarios. La
recomposición fue la medida justa del naufragio experimentado por los agentes
de sustitución partidaria -“ciencias humanas alternativas”- que tuvieron que
acelerar su des/marxistización para poder seguir percibiendo recursos de fundaciones.
No es que hayan elaborado una autocrítica que
los hubiese conducido a la tal des/marxistización. Simplemente se dedicaron
a desplazar los temas relevantes en los
formularios, de una manera análoga a cómo Leonard reemplazaba los diodos en los aparatos de registro, que
había instalado para grabar las conversaciones de los soviéticos en la novela
de la que estoy hablando. Lo que no sospechaban los anglo-americanos era que
los soviéticos sabían de antemano que estaban siendo grabados y mantuvieron la
situación hasta que después de un análisis objetivo de la situación concreta
decidieran hacerlo público, tomando las precauciones para no ser percibidos
como unos inocentes.
En la novela[2],
todos rehúsan ser considerados inocentes. Aunque en esa época –albores de 1960-
los estudios de sociología recién se estaban “fundando”, ya sea con la regla de
cálculo americana para instalar la ciencia estadística, ya sea con la teoría
veckemansiana del desarrollismo. Ambas tentativas buscaban conjurar la amenaza
de la revolución cubana. De todos modos, la sociología chilena anunciaba el “fin
de la inocencia”, porque accedería
–finalmente- a la verdad de la historia, gracias al dinero de la fundaciones
americanas y no mediante la aplicación de los conceptos elementales del
materialismo histórico.
Leonard y María desmembran el cuerpo de Otto. (Del
Otro). El relato es de antología. El
modelo de la disputa conyugal da forma a la distinción
intelectual en el seno del onegismo chileno de los orígenes. Otto regresaba dos
o tres veces al año para pedirle dinero, y de paso la golpeaba, para hacerle
recordar quien mandaba, en última instancia. Ni que fuera una novela rural.
María no lo podía denunciar porque los policías urbanos no actuarían en contra
de un héroe de guerra que acarreaba su sombra entre las ruinas; porque él
mismo, ya era una proyección acarreada del hundimiento. El tema de siempre era
cómo construir el estatuto de María. Más bien, María como estatuto para
descender de la cruz los despojos del movimiento obrero y popular chileno y
tenderlos sobre el sudario de la renovación socialista. Pero esta última hace pensar en el traslado,
en la noche parisina de un día de 1942, de unas maletas que contienen carne de
cerdo desmembrada y envuelta en paños para ser ofrecida en el mercado negro. El
film es de Claude Autant- Lara y se llama “La travesía de París”.
En la escena de arte, Leppe siempre buscaba a alguien
que encarnara la condición de María. Incluso cuando trabajaba para la agencia
de publicidad de Francisco Zegers y hacía la campaña de Viña Doña Carmen, la
María de los vinos chilenos. ¿Qué tal? Es la coyuntura de 1980, cuando
re-interpreta su cuerpo corregido, declarando la certificación bibliográfica de
origen en la ya famosa performance “La pietà” (mayo 1982). De ahí que su cuerpo fuese fácilmente
desmembrado por la violencia de la interpretación, como una metáfora de la crisis
de las ciencias europeas.
[1]
Había tres
lecturas: la primera, italiana (Berlinguer); la segunda, francesa (Marchais);
la tercera, española (Carrillo). Había
tres heridas: la de la vida, la del amor, la de la muerte.
[2] En la escena chilena,
cada período posee la novela que corresponde a su carácter. Gilles Perrault
sirve para el análisis reparatorio de la derrota inmediata. Ian Mac Ewan, en
cambio, sirve para la meta-política de recuperación de roles, después del
quiebre estrepitoso de Universidad ARCIS. John Le
Carré sostiene, por sau parte, la
incorporación de las responsabilidades individuales en el debate sobre las
masacres que condujeron a la evidente fracaso de la estrategia de la guerra
popular de masas, como recurso discursivo para seguir pidiendo plata a nombre
de una Resistencia chilena. Entre tanto, Kadhafi entregaba su contribución, no
precisamente para promover la escritura de papers
indexados.
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